¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

El silencio es salud

Cuesta montar tiempos como el que estamos viviendo. Cuando los improperios con sobrenombres agraviantes se agudizan marcando a todo aquel que emita su propia opinión crítica. Directamente lo “ejecutan”, borrándolo.
 

Sabado, 22 de febrero de 2025 a las 16:32

Cuenta la historia argentina, tan rica en excesos, en vociferantes que la han abonado, la han alterado, con golpes de timón lanzados, descontrolados por lenguaraz y soberbios: que hubo alguna vez un personaje tétrico como el que representó el famoso,”Lopecito”, López Rega.
En  la navidad del año 1974, se despachó en una alocución, como excusa contra los ruidos molestos, más bien direccionado a los medios que no callaban su bronca, con el peligro que provenía de ese ser atrozmente peligroso, con la frase que sería histórica:
“El silencio es salud”. Que más lucidez suena a directa amenaza. A partir de allí, en referencia, marcando la alerta de la luz “roja”, todo el mundo en sorna o advertencia, comenzó a utilizarla aplacando tal vez “el filo de la navaja”, donde concluía los límites de tan frágil libertad de expresión.
De alguna manera hasta ahora, nos está diciendo por más puntos a favor de la libertad avanza, que nada es eterno cuando la falta de tacto por voluntad de charleta, nos lleva a fronteras desconocidas.
La misma que ante la “cripto” del Presidente, impropiamente utilizado reaccionó al unísono, como una explosión de relojería donde no hay marcha atrás.
Claro, en este país todo se dice y al instante olvidan lo dicho, para disculparse o despegarse del “berenjenal” donde imprudentemente se metió, es moneda corriente desdecirse, “y acá no ha pasado nada.”
Si bien, el Doctor Semino, luchador por los jubilados, dijo:”El superávit fiscal se está pagando con la vida de los jubilados”, planteo mucho más peligroso y delicado, sin embargo por corresponder al quehacer diario donde habitan duras realidades, como la pobreza no pasan de algunos de los improperios acostumbrados. Y, todo en caja. Aquí no ha pasado nada.
Estas bravuconadas con desenlaces desacostumbrados, lo único que guardan es alterar los ánimos inútilmente, ni ejemplo copiar a Trump es orgullo, más bien protagonistas de un sainete donde dos intérpretes se intercambian libreto.

Cada vez que queremos arreglar con la egolatría como proyección, caemos más profundo en una conversación de locos.


El periodista Morales Solá, estrenó hace un tiempo una frase que marca los límites del argentino medio: “Hasta cuándo la paciencia social”. Porque de verdad, existe una clase a quien todos llevan por delante, está en la altanería de una nueva comprensión política, donde el orden se despacha un experimento de probeta y logra por mayoría, concluir con quienes hicieron del país su mejor negocio, los funcionarias hasta el benéfico abrazo que incorpora a toda la familia con bienestar asegurado.
Eso es positivo y loable, uno quiere empezar a creer hasta que se desboca incontenible sin medir consecuencias.
Hasta cuándo esa paciencia que logra digerir, no sabemos cómo, incrementos que afectan los beneficios otrora de Pami, Servicios, y un montón de cosas que hace de la manutención la prohibitiva razón de asumir una cantidad mensual determinada “para no ser pobres”, frase y llegada de ser argentinos, discriminadora y real.
“El silencio es salud”, nos ubica en la lógica del que habla más de la cuenta, dice cosas por calentura, comete la imprudencia de cavarse su propia fosa, donde cada cual piensa como quiere sin respetar principios de ideologías, banderas identificatorias que reagrupa cada facción.
Proclamando hoy una cosa, mañana otra, restándole votos a los suyos, en un despelote de nunca acabar. Utilizando frases, dichos que tan particular época se ha encargado de bautizar, que son feroces, que dan miedo, en vez de renuncias: “son eliminaciones”, algún que otro periodista se encargó de bautizar a Karina Milei como “la guillotina” por las durezas de sus determinaciones.
Con la triste experiencia que cada vez que habla el Gobierno, los insultos forman parte del mensaje, a sabiendas que merecemos ser respetuosos y que nos respeten.
Hay películas que pintan de cuerpo entero a las personas y los gobiernos, títulos que parecen intuir, que advierten momentos álgidos si bien logramos una inflación de enero 2,2%, lo cual eso es positivo en la dura batalla contra la inflación, ello no basta para arreglar el zafarrancho que supimos construir. Que cada vez que queremos arreglar, con la egolatría como proyección, caemos más profundo en una conversación de locos.
Tal vez, parecidos al personaje de “Un día de furia”, con el protagonismo de Michael Douglas, Robert Duvall y Bárbara Hersheid, con la Dirección de un consumado Joel Shumacher, que en el año 1993, se hiciera popular con su nombre de ficción: Bill Foster, un joven ingeniero dejado cesante y en estado de separación, que no ve mejor manera que explotar montando su indisimulable furia.
Muere derribado por la policía, buscando su vieja casa y la reconciliación con su ex esposa, irónicamente, creyendo que estaba armado descubren pero tarde, que se trataba de una pistola de agua. Su día estaba cumplido. La jornada de Furia, había concluido mal, pero la calma volvería. Como dice la jerga pueblerina, “Muerto el perro, muerta la rabia.”

Últimas noticias

PUBLICIDAD