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El San Martín que pocos conocemos

Al cumplirse este domino un año más de la muerte del Libertador de América, José de San Martín, es interesante  recordar algunos hechos salientes que son poco conocidos por el común de la gente y que testimonian que además de ser un héroe nacional, era un ser humano común y corriente, no exento de grandes problemas y enfermedades.

Sabado, 16 de agosto de 2025 a las 22:56

La historia nos tiene a veces guardados misterios y enigmas que a veces por falta de interés no son develados y pasan desapercibidos, de no mediar una investigación profunda de su vida, hasta que se produjo su fallecimiento en la lejana localidad francesa de Boulogne Sur Mer, donde se había recluido para pasar lo mejor posible los últimos días sobre esta tierra. Hay un hecho muy poco conocido en torno a la muerte de San Martín, cuya energía y voluntad eran fuera de lo común. El sabía que moriría pronto y ese 17 de agosto de 1850 se levantó de su lecho, mucho más sereno y tranquilo que en las últimas semanas. Su úlcera gástrica, que le hacía vomitar sangre a menudo en los últimos días, lo estaba llevando de la mano aceleradamente al final de su camino en esta tierra. Eran las dos de la tarde cuando San Martín se dobló, aferrándose a su estómago por el intenso dolor. Junto a él estaba su única hija Merceditas y su yerno Mariano Balcarce, además de su médico, el Dr. Jackson, que fueron loas testigos de un hecho misterioso que ocurriría al morir el héroe. A duras penas se levantó y con un gran dolor, se cambió a la cama de su hija, como si quisiera usarla como último lecho en este mundo. En ese momento volvió a sentir una terrible oleada de dolor, se tomó el estómago con una mano y con la otra hizo señas a su yerno para que sacara a su hija Mercedes de la habitación. Pero Balcarce no alcanzó a cumplir el pedido. El corazón de San Martín se detuvo en ese momento, no soportando tanto dolor. En la mano que había llevado a su vientre aferraba un crucifijo. Merceditas se arrodilló junto al lecho y lloró desconsoladamente sobre el cadáver de su padre. Balcarce la tomó de los hombros, reconfortándola. San Martín había muerto, había pasado a la inmortalidad. Recién al otro día todos advirtieron  un hecho misterioso que hasta hoy a todos sorprende: tanto el reloj de pared como el de bolsillo que usaba habitualmente el Libertador,  se habían detenido exactamente a las tres de la tarde, que fue la hora en que había expirado San Martín. De haber ocurrido solo con un reloj, podría decirse que fue casualidad, pero al sucederle eso a los dos relojes de ese lugar, la coincidencia se transformó en un misterio. Además, los dos relojes tenían cuerda suficiente. Algo que hasta hoy nadie supo explicar. 

Cosas poco conocidas
Su comida preferida era el asado, que casi siempre comía  con un cuchillo, era muy hábil para comer así. Muchos se maravillaban que no se cortara la nariz. No le gustaba el mate, curiosamente esto, siendo correntino. Era un apasionado por el café y como era muy conocedor del alma del soldado y para no desairarlos, tomaba el café en un mate y con bombilla. Era muy conocedor de los distintos tipos de vinos, podía reconocer su origen con solo saborearlo. Lo que se dice un gran catador. También era un empedernido fumador de tabaco negro, que él mismo preparaba y picaba para armar sus cigarros. Era muy buen jugador de ajedrez y era difícil ganarle, un estratega del juego ciencia. El mismo se reparaba y remendaba su propia ropa, era  habitual verlo sentado con aguja e hilo, cosiendo algún botón flojo o remendando algún rasguño de su capote. Usaba sus botas hasta casi dejarlas inservibles. Más de una vez las mandaba a algún zapatero remendón para que les haga taco y suela nuevos. Algo muy importante: predicaba con el ejemplo. El mismo les enseñaba a sus soldados el manejo de cada una de las armas, como lo atestiguan las melladuras del filo de su sable. Jamás daba la orden de algo que él no pudiera cumplir. Su palabra era santa y para sus hombres era ley. Era muy buen pintor. El mismo decía que si no hubiera sido militar, podía haberse ganado la vida pintando cuadros. Era muy buen guitarrista, habiendo estudiado en España con uno de los mejores maestros de la época. Hablaba perfectamente inglés, francés, italiano y por supuesto, español, con un pronunciado acento andaluz. Tenía la costumbre de aparecerse de improviso por la cocina y pedirle al cocinero que le diera a probar la comida que luego comería  la tropa. Quería saber si la comida estaba buena y allí mismo la comía de parado. Luego de comer, dormía una siesta corta, de no más de una hora, para luego levantarse y volver al trabajo. Decía de sus granaderos: “De lo que ellos son capaces solo lo sé yo, quien los iguale habrá, pero quien los supere no”. En campaña era el último en acostarse, después de cerciorarse que todos los puestos de guardia estuvieran bien cubiertos y el resto de la tropa descansando. Cuando comenzaba a clarear el sol, hacía rato que el general estaba contemplando el alba.

El curioso caso de la estatua
En 1909 se inauguró en Boulogne Sur Mer, una estatua ecuestre en homenaje a José de San Martín, que había pasado sus últimos días en la mencionada ciudad francesa. La ceremonia estuvo encabezada por el alcalde de la ciudad, curiosamente un francés que se apellidaba Perón, que no tenía nada que ver con el Perón que todos conocemos. Los intensos bombardeos que sufrió la pequeña ciudad francesa durante la Segunda Guerra Mundial, la destruyeron casi por completo, pero la estatua de San Martín no fue afectada en lo más mínimo. Durante la guerra, el norte de Francia estuvo ocupado por los nazis. Los ataque de los aliados llegaban desde Gran Bretaña y su principal blanco eran las ciudades costeras, entre las que se encontraba Boulogne Sur Mer. La zona quedó destruida por completo y hubo que reconstruir todo. Pero lo extraño y misterioso fue que solo una construcción quedó en pie: la estatua de San Martín, que se erguía incólume, sin ningún rasguño, entre las ruinas de la ciudad. Nadie supo explicar como pudo haber sucedido esto. El Libertador en sus últimos años sufrió todo tipo de enfermedades, desde asma, reuma, problemas de visión y úlceras sangrantes. Al final de su vida quedó ciego y le pedía a su hija Merceditas o a su yerno que le leyeran los diarios. Escribió sabiamente para describir con crudeza sus problemas de salud: “A  la casa vieja no le faltan goteras”. La  casa donde vivió San Martín hasta su muerte es actualmente el Museo Libertador San Martín y recibe unos 10.000 visitantes al año.

Para información sobre casos misteriosos y de ovnis.

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