“Y en un mismo lodo, todos manoseaos”
Cambalache
La dramática situación económica, que nos encuentra al borde de la repetición del maldito 2001, está tapando otros acontecimientos tan importantes pero no tan directamente lesivos al bolsillo ciudadano.
Se trata de la corrupción pública, la inmoralidad conductual de los que manejan el estado, que se ha convertido, especialmente en el siglo XXI, como la endemia principal de la Argentina.
Nadie puede dudar de que el mileísmo es el hijo putativo del kirchnerismo, porque es éste el que produjo los incentivos necesarios en el ánimo social, para que Milei hoy sea presidente.
Trajo en sus alforjas una nueva concepción diametralmente opuesta al populismo, agitando las banderas de la libertad y del libre mercado cómo ordenador social. Pero fundamentalmente, eso es lo que valoró principalmente la gente, la lucha contra las prácticas corruptas de la política, entre las cuales, las kirchneristas sólo eran una parte, la más grande, para el saqueo organizado de las arcas públicas.
“En 2023, el pueblo se hizo eco de un discurso de desprecio a la clase política. Un “outsider” visualizó el hartazgo de la gente común, y ganó el premio principal: la presidencia”
Obviamente, si importante es para los argentinos que equilibráramos la nave económica, el diferencial libertario en verdad fue la moral y la ética aplicada al ejercicio de la función pública.
En función de ello es que gran parte de la sociedad se armó de paciencia para soportar las duras medidas de ajuste, precisamente porque quiénes lo instrumentaban desde el poder tenían la autoridad moral de no valerse de los fondos del estado para ingresarlos a sus bolsillos personales o a los del partido al que pertenecen.
No fue la política liberal, el ajuste, el meneado superávit fiscal, el achicamiento del estado, la promesa de un futuro distinto, los únicos o más eficaces disparadores del apoyo a la gestión mileísta, sino que el verdadero diferencial libertario fue el comportamiento ético de su gestión.
¡Con que poco se conformaba el ciudadano!, sólo con que sus representantes “no roben” en el ejercicio de la función pública, un comportamiento ético que no debe ser un valor agregado sino una precondición para gestionar.
Sin embargo, el kirchnerismo, que marcó jurisprudencia en la calidad y cantidad de hechos de corrupción pública, necesitó de muchos años para ir construyendo la quiebra moral del estado.
El gobierno de Javier Milei no lleva dos años, y ya ha perdido el aura de honestidad que lo rodeaba y la confianza ciudadana ya le es esquiva en cuánto al punto.
Las redes sociales se llenan de posteos y memes intentando comparar la cuantía de hechos y montos emergentes de la exacción de las arcas del estado, cómo para justificar que es preferible la administración libertaria que la kirchnerista. Y tal vez, ello sea el único ángulo que le queda al pueblo argentino, como ejercicio para evitar saltar de la sartén para caer en el fuego.
Aquí, el punto es poner en la mesa de discusión y preguntarse si la moral es divisible, si tiene parámetros numéricos, si hay una gradación: algo corruptos, mas o menos corruptos, bastante corruptos, totalmente corruptos. O, lo opuesto, la moral es indivisible, se es honesto o deshonesto, sin medidas ni términos medios.
En líneas generales, la corrupción es una sola, independientemente de la cantidad de hechos delictuosos, el monto que importan, la categoría de los involucrados, la organización, el daño causado a los intereses públicos.
Aunque, valga la aclaración, los argentinos nos hemos acostumbrado a mensurar la inmoralidad, no para elegir al honesto, sino para optar por el menos corrupto.
El kirchnerismo, harto sabido es, dio cátedra en materia de robo al estado, o sea a nosotros. Fue un sistema creado desde antes de subir al poder, o sea no oportunista sino planificado.
La Cámara de Casación acaba de determinar que el decomiso de bienes de los condenados, por la causa Vialidad, asciende a $684.000 millones de pesos. Y ya el 6 de noviembre se inicia el juicio oral en la causa Cuadernos, y sigue la lista.
Pero en la Argentina, sabido es que nuestra justicia es tiempista, cae cuando el otrora poderoso está en el llano. Le tocó a Cristina, que creía en su inmunidad total. Hoy está presa.
Pues bien, Javier Milei, su hermana Karina, los Menem, Lule y Martín, y varios más, están involucrados en causas penales que tienen alto grado de verosimilitud.
La estafa $LIBRA, las coimas con los medicamentos para discapacitados, las ventas de candidaturas, los pedidos de dinero para una reunión con el Presidente, las siete valijas de Scaturicce y Belén Arrieta, libertarios ellos, que no pasaron por el control aduanero, el manejo indiscriminado de los bienes decomisados por Aduana, regalados a los “amigos”, y un largo etcétera, son las perlitas oscuras de la administración libertaria.
La averiguación judicial continuará, el tiempo dirá, especialmente luego de cesada la presidencia de Milei, pero los hechos investigados apuntan al corazón del poder, no son balas que pican cerca sino en el núcleo mismo de la máxima jerarquía.
Es por ello que, el 26 de octubre el votante tendrá una tarea dura: elegir entre uno y otro extremo, ambos teñidos de corrupción, optar por una tercera opción minoritaria, o no ir a votar.
No es pasta o pollo, es sartén o fuego.