POR JOSE CESCHI
¡Buen día! El título que encabeza esta columna es por sí mismo una invitación para leerla. Pero cuando usted se entere más debajo de lo que yo tuve que ver con una prostituta, difícilmente interrumpirá la lectura.
Recuerdo que alguna vez don Luis Landriscina tuvo que referirse a una de ellas. Hombre que nunca se permitía bandearse más allá de los límites de la corrección, se las arregló más o menos en estos términos: era una muchacha ligera… pero no pa’correr.
Les cuento ahora mi experiencia. Volvía de una cena en casa de amigos, en Santiago del Estero. El esposo me llevaba en su auto al lugar donde me hospedaba. Antes de la cena, yo había tenido una conferencia en el teatro 25 de Mayo, dirigida sobre todo a la gente joven, por lo que vestía de riguroso “clergyman” (el cuello de camisa que identifica a los sacerdotes).
Llegamos a un sistema de semáforos de cuatro tiempos, en un cruce de avenidas. Como hacía calor, yo iba en el asiento del acompañante con los vidrios bajos.
Desde una esquina, a pocos metros, escucho una voz femenina que me llama: ¡Padre! Giro la cabeza y veo a tres muchachas que ejercen la mal llamada profesión más antigua del mundo. Una de ellas me conocía (por la tele, Canal 7… ¿Quién pensó otra cosa?...) y me saludaba agitando su mano derecha, mientras su rostro sonriente aparecía feliz del inesperado encuentro.
Le devolví el saludo moviendo cordialmente mi mano y mostrando en mi rostro la felicidad de poder devolver con simpatía el también saludo inesperado.
En el minuto que demoró la luz roja, aparecieron en mi cabeza un torbellino de buenas ideas: bajarme, saludarlas con un beso a cada una, prometerles que rezaría para que pudieran encontrar otro trabajo que las hiciera realmente felicites. Sería quizás un regalo del cielo para ellas.
En ese momento apareció la luz verde y mi amigo arrancó. Me quedé con ganas de hacer todo lo pensado.Conversando el tema con amigos, alguien me alertó. ¿Qué pensaría la gente que pasaba a esa hora de la noche, viéndote departir con prostitutas? Pero a mí me quedó picando otra pregunta: ¿Qué habría hecho Jesús en mi lugar?
¡Hasta mañana!