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El automóvil maldito de Sarajevo

Por El Litoral

Sabado, 30 de diciembre de 2017 a las 01:00
GENTILEZA

Por Francisco Villagrán
Especial para El Litoral

La comitiva que el 28 de junio de 1814 acompañaba al archiduque Francisco Fernando iba en un flamante automóvil rojo, recién salido de fábrica, descapotado, con lo cual se iniciaba oficialmente la visita del heredero al trono, a Sarajevo, ocurriendo allí uno de los episodios más dramáticos de la historia moderna. El viaje no comenzó bien, pues ni bien se inició el recorrido de la caravana, una bomba fue lanzada contra el auto, rebotó y cayó al suelo estallando espectacularmente e hiriendo a cuatro soldados de la escolta real.
El archiduque, sin perder su sangre fría, se ocupó personalmente de los heridos y dio la orden de continuar la marcha. Un poco más lejos, el chofer, que conocía perfectamente Sarajevo, se equivocó y tomó por un pasaje sin salida. Dio la vuelta y cuando retomó el camino previsto, un fanático serbio de nombre Gabrilo Princip se abalanzó sobre el automóvil de Francisco Fernando y asesinó a balazos a él y al resto de sus ocupantes. Este grave incidente fue lo que provocó el estallido de la Primera Guerra Mundial, que sumió al mundo en un baño de sangre.
Semanas después de la declaración de las hostilidades, el general  Potierek, comandante del Ejército Austríaco, se apoderó del palacio de gobierno de Sarajevo, y al mismo tiempo del auto rojo, mudo protagonista del magnicidio. A partir de aquel instante, su suerte quedó echada. Las tropas de Potierek sufrieron una aplastante derrota, hecho que le costó la pérdida de su alto cargo. El abatido comandante debió regresar a Viena, donde tres semanas más tarde, invadido por una gran depresión nerviosa, murió al borde de la demencia. El funesto automóvil pasó entonces a manos de un capitán del Estado Mayor, que sólo llegó a utilizarlo una semana, al cabo de lo cual se mató en un accidente. En efecto, una mañana lluviosa mientras conducía, el vehículo patinó y atropelló mortalmente a dos campesinos que se encontraban trabajando al borde del camino y terminó estrellándose contra un muro, muriendo su conductor.
Concluido el armisticio, el nuevo gobernador de Yugoslavia, se adueñó del coche infernal, haciéndolo reparar a nuevo. En el término de cuatro meses sufrió cuatro accidentes y en el último de ellos fue necesario amputarle el brazo derecho. El infortunado jefe de estado ordenó vender el auto como chatarra. A pesar de la maléfica fama que se había creado en torno a la máquina, se presentó un comprador que pagó un precio irrisorio. El nuevo dueño, un médico, hombre práctico y racional, no encontró ningún chofer que quisiera manejar el vehículo y decidió hacerlo él mismo. Seis meses más tarde, la policía encontró una mañana en la banquina el auto volcado y, a unos metros, el cadáver del doctor. La viuda vendió el auto a un rico joyero que lo conservó un año entero sin problemas, y a pesar de usarlo a diario no sufrió ningún percance… hasta que un día sin una causa aparente se suicidó.
Esta vez el auto cayó en manos de otro médico, que se vio obligado a venderlo pues sus pacientes comenzaron a abandonarlo y alguien le sugirió que ello se debía a la posesión del diabólico vehículo, manchado por la sangre del magnicidio. El nuevo adquirente, un intrépido suizo corredor de carreras y poco inclinado a la superstición, perdió también la vida piloteando aquel extraño coche. Nuevamente el auto cambió de dueño, siendo en la ocasión un rico granjero de las afueras de Sarajevo. Una tarde, el coche se descompuso y el dueño le pidió a un campesino que lo ayude a remolcarlo. Así lo hizo, pero en ese momento sucedió algo increíble, el auto de golpe comenzó a funcionar y a gran velocidad, giró enfilando hacia su dueño, causándole la muerte en forma instantánea.
Luego de todo esto, la máquina fue vendida en subasta pública y fue adquirida por Tiber Hirschfield, mecánico profesional, quien reparó el vehículo y lo pintó de azul, para cambiar la suerte. Cierto día, mientras regresaba de un casamiento con seis personas, chocó violentamente contra otro auto que venía en dirección contraria. El saldo: murieron el conductor y cuatro de los seis pasajeros. Esto que parece de película, ocurrió en realidad.
El epílogo de esta historia alucinante, pero verídica, lo dio el gobierno austríaco, cuando decidió recuperar y restaurar el vehículo embrujado, para exhibirlo permanentemente en un museo de Viena.
En el transcurso de un intenso bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial, el museo fue totalmente destruido, pero curiosamente el único objeto que no sufrió daño alguno fue  justamente el auto maldito. Hasta hoy permanece en exhibición en el museo, que fue totalmente reconstruido. De esta manera terminó la leyenda del auto maldito, que tantas víctimas causó, pero fue una absoluta verdad que nunca podrá ser explicada por nadie.

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