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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El salvaje oficio de ser prófugo en Itatí

Se terminó el sueño forajido de “Chaquito” Espinosa. Lo buscaban por narco las fuerzas federales tras la acusación que le imputa un juez porteño, ya que la droga que ayudó a traer desde Paraguay se fumaba en una villa de Buenos Aires. Pero lo atrapó la Policía de Corrientes, porque a su escape le imprimió amnesia judicial y en los tribunales provinciales estaba declarado en rebeldía tras una denuncia por robo en banda y amenazas con arma de fuego.

Un rosario de plástico blanco, la foto de una pareja sonriendo, un revólver con la numeración limada y una frazada beige. Todo eso rodeaba a  “Chaquito” Espinosa  en el momento que una decena de sabuesos enmascarados le cortó el sueño antes de las 7, este jueves 26 de julio, cuando ni los santos de turno, Ana y Joaquín, lo pudieron ayudar: cayó justo en la casa de su abuelo materno.

Así fue como una geometría imperfecta mandó a la jaula a otro prófugo de la marihuana en Itatí. El juez porteño Sergio Torres acopia narcos correntinos en las cárceles de Marcos Paz y Ezeiza y uno de los pocos que le quedan sueltos, esta semana terminó de un respingo en una camioneta policial por olvidarse de la elegancia en su fuga.

Jorge Eduardo “Chaquito” Espinosa cuenta hoy 23 años. La primera vez que declaró frente a un estrado federal fue por tener 749 kilos de marihuana metidos en un auto adentro de su casa del barrio Ibiray de Itatí.

El allanamiento comandado en esa vivienda por el también sospechado de narco comisario Osvaldo Ocampo Alvarenga, tenía como propósito romper el cerco de impunidad que protegía a Eduardo “Bebecho” Zacarías Brites, compinche de Espinosa y apuntado por una pueblada como autor del disparo que dejó en un velorio a cajón cerrado a Miguel Angel Zalazar, que trabajaba en un lavadero.

Era mediados de 2016 y por entonces Chaquito se presentaba como embarcadizo.

El 27 de diciembre de ese año un juez y una jueza federal correntinos le abrieron la celda, contra los argumentos de una de sus compañeras de estrado y los del fiscal Carlos Schaefer, que terminó trajinando en las oficinas de Comodoro Py el pedido para que la Justicia ponga al pescador de nuevo en un pabellón penitenciario.

El pasamanos judicial de esos papeles terminó siete meses después con magistrados de casación dictando el legal retorno de Espinosa a la sombra. Pero fue tarde.

Ni la furiosa razzia que la Gendarmería Nacional dio en llamar “Operativo Sapucay” el 14 de marzo del año pasado en Itatí, pudo con el resbaladizo muchacho.  

Más de un año después, esta semana, lo alcanzaron. Durmiendo en la casa de su abuelo Torres, el apellido de su mamá, Juana. 

Luego de una breve estadía en la comisaría de su pueblo, en las próximas horas el joven Espinosa estará de viaje a Buenos Aires, donde lo esperan los custodios de un expediente en el que su nombre está escrito en verde. La marihuana que ayudó a pasar por el río, esconder en su casa y maletear hasta los vehículos que le ponían a disposición llegó a lugares que él nunca conoció.

Por ejemplo, Villa Zabaleta, donde con las pesquisas de su señoría Torres comenzó la maldición de los contrabandistas de la ciudad de la virgen.

Su avío será otro montón de menciones, pero en un expediente cosido en Corrientes. Ser un fugitivo y andar en salvajadas le dio molde a las letras con las que se lo acusa en los tribunales provinciales por supuestos robo con arma de fuego, encubrimiento y amenazas.

En su casa los fierros no eran cosa extraña. Al igual que “Chaquito”, su hermano Ezequiel, o mejor conocido como “Viru” de 20 años, cayó un jueves, pero el 3 de mayo de este año. Le encontraron armas, cortas y largas, así como lanchas, motos, autos y varios chiches de equipamiento doméstico.

Al mayor de los Espinosa lo engayolaron con un equipo de música y artículos más agrestes. Un caballo de carrera abrigado del rocío, reels de pesca y un revólver calibre 32 largo. Todo al amparo de un árbol florecido en rosa que resguarda la casucha en la que se escondía a menos de 200 metros del río, sobre la calle Fray Nepomuceno Alegre de Itatí.

La lengua filosa de sus compadres que declararon ante el juez porteño, pinta a “Chaquito” de cuerpo entero como una sabandija a tiempo completo, un prófugo infortunado que se olvidó que huía de la ley y anduvo metiendo terror con una banda armada, según lo indicado por la jueza penal Josefina González Cabañas en una investigación que lleva su firma. En junio, incluso, lo declaró en rebeldía.

Por ejemplo, sus ex socios para las operaciones con drogas delataron las arremetidas de amor furtivo que compartió con Hebelín, la hermana del viceintendente Fabio Aquino, que cayó en las fauces de la Gendarmería por involucrarse en la venta de marihuana de su pareja estable, el prefecto puesto en disponibilidad Julio “Yuli” Saucedo.

Las aventuras cannábicas de “Chaquito” y Hebelín tampoco eran distantes. La reconstrucción de los casos indica en la investigación que junto con otra decena de muchachos se dedicaban a coordinar y concretar parte de las tareas vinculadas con la obtención y movilización de la droga, como así también a asistir a Federico Sebastián Marín.

Marín es “Morenita”, el prófugo más buscado y que, se presume, anda por islas del Paraná más allá de la frontera con Paraguay. El 24 de mayo subió de medio millón a un millón y medio de pesos la recompensa del Estado para quien aporte datos sobre su misterioso paradero.

A “Chaquito” y “Morenita” los une ser artífices del final de derrotero para algunos funcionarios judiciales en expedientes que los mencionan: en una charla telefónica con su abogado, Omar Antonio Serial -un compañero de pabellón del ex intendente Roger Terán-, Marín le recuerda que tiene suficientes billetes para conseguir la libertad de su mujer, presa también por echar mano al narcotráfico para recaudar, y que solía comer “caramelos” con Federico Grau, un secretario penal de la justicia federal caído en desgracia por un sumario con evidencias de ese trato.

Espinosa, por ejemplo, es el protagonista del caso que desde la Cámara Federal de Casación Penal terminó con el apartamiento de los dos jueces que en diciembre de 2016 le dieron la libertad.

Si algo caracteriza al narcotráfico itateño es la trenza que se forma entre amigos, parientes y amantes de una y otra célula. Las tres mejor identificadas son las de Carlos “Cachito” Bareiro (el único de los patrones detenido), la banda de “Los Gordos” Saucedo y la de “Morenita” Marín.

Y esos entrevieros representan una clave que a los ojos de los investigadores de la Gendarmería evitan que el pueblo sea la carnicería en que se convirtió Rosario, a partir de las mexicaneadas entre las gavillas que orbitan a “Los Monos”.

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