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Debate

Debatir es cruzarnos para hacer valer amablemente nuestras ideas.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Discutir un tema o varios temas, exponiendo ideas y defendiendo posturas, con responsabilidad y educadamente, sin agredir ni vapulear con gestos y actitudes que no tienen razón ni justificación alguna, que genera soberbia y autoritarismo en perjuicio del otro que también tiene razones y derecho.

Los argentinos reflejamos en cada acto el “linaje” de nuestros orígenes, faltando a principios básicos como el respeto de las personas en discusiones con moderadores, tiempo establecido, develando “el indio” que cada uno lleva a cuestas, no obstante micrófonos, luces y cámaras que multiplican y masifican, agravan y engendran odios.

Ver, es una vuelta al pasado nefasto y desgraciado, como la réplica del ataúd que Herminio Iglesias quemara e incendiara en la víspera del advenimiento a la Democracia en 1983. Es como bien lo sintetiza el filósofo Miguel Wiñaski en su libro “La locura de los argentinos. Historia de un país furibundo y desmesurado”: “El modelo es la agresión…la versión delincuencial de los piqueteros, la metamorfosis del gremialismo en matonismo. La transformación de la palabra política en amenaza tribunera. Representan la violencia festiva, la estupidez más oscura, el culto a la ignorancia, a la xenofobia y al infierno. Ese es el corazón de las tinieblas. El corazón de la locura.” Causa y efecto.

Cuando uno compara debates memorables, exalta el buen manejo de la palabra, del propio idioma, sin agresiones, entre dos o más personas, no puede menos que distinguir los aciertos que lo marcaron felizmente más allá de quien haya estado mejor. No se puede dejar de ignorar la lección que significó el debate llevado a cabo el 26 de septiembre de 1960, cuando se enfrentaron en cámara el joven Senador Demócrata de 43 años de edad, representante del estado de Massachusetts, John Fitzgerald Kennedy y el Vicepresidente Richard Nixon, Republicano, de 47 años, que compartía la Casa Blanca con el Presidente, Dwight Eisenhower, en transmisión directa por la CBS Televisión.

Se trataba del primer debate de cuatro que tuvo lugar en Chicago,  en cuya primera emisión llamó la atención la presencia jovial, bien bronceada de Kennedy, pero más que nada de las palabras inteligentes pero respetuosas del delfín que se movía en el ámbito con total naturalidad. Mientras que el ducho Nixon, transpiraba copiosamente y para colmo de males se presentó con un traje claro que hacía juego con el fondo, además con movimientos mecánicos que lo alejaban de la normalidad de un debate. Para colmo, Kennedy lucía traje azul oscuro que lo destacaba, mirando siempre naturalmente a la cámara. Dijo a posteriori, Ted Sorensen, asesor de prensa y autor de los discursos de Kennedy, que el programa contó con una audiencia de 70.000.000 personas al cabo de una hora de emisión. Las elecciones arrojaron 34.220.984 votos a favor de Kennedy con apenas una diferencia de 100.000 votos. El autor de ese resultado fue el propio Kennedy que sin agredir fue refutando con altura e inteligencia a Nixon, manejándose con total naturalidad y una gran bonhomía que daba tranquilidad e invitaba a debatir sin ningún tipo de gesto belicoso u ofensivo. 

Siempre recordar es bueno, especialmente cuando los ejemplos tienen virtudes. El debate de Kennedy y Nixon fue el primero realizado en los Estados Unidos, con una gran audiencia inclusive en el resto del mundo.

El 28 de abril de 1988, esta vez fue Francia que dio el batacazo en materia de debate presidencial, acercando a dos grandes figuras de la política mundial, el Presidente Francois Mitterand con su Primer Ministro, Jacques Chirac, que fuera emitido por las dos más importantes cadenas televisivas del país. Cuenta la historia que la gran seducción que poseía Chirac jugó a favor de él, pidiéndole este a su Presidente y oponente, Mitterand que para manejarse mucho más cómodos, le solicitaba que se llamasen por sus apellidos y no por su rangos lo que permitía así una discusión de igual a igual. Chirac lo trató de Señor Mitterand, mientras que este tal vez por los nervios o su forma de ser, le dijo: Hagámoslo como usted propone “Señor Primer Ministro”, y así lo repitió durante todo el debate. Por supuesto, lo ganó Jacques Chirac, con las buenas armas de la educación que siempre son ajenas a la provocación ofensiva.

Los ejemplos sobran, mucho más cuando fueron producidos por argentinos que siempre de puro vivos, obtenemos alguna ventajita por más que pequemos dejando a flor de piel nuestra especial virtud: el autoritarismo, que en realidad es mala educación.

El 14 de noviembre de 1984, producido por Canal 13 de Buenos Aires, se llevó a cabo el Debate por el tema urticante del Canal de Beagle conforme el litigio con la República de Chile. El mismo protagonizó el Senador Peronista Vicente Saadi con su proyecto de juicio por “Traición a la Patria”, y el Canciller argentino, Dante Caputo. El mismo tuvo características cómicas por los desplantes del  Senador Saadi, cuyas desmedidas interrupciones pretendían acallar la palabra el Canciller Caputo, que a la vez siempre miraba la cámara siguiendo atentamente el desarrollo del debate. Simultáneamente Saadi,  haciendo caso omiso a la exposición de Caputo, repetía sin cesar como un latiguillo: “Es pura cháchara”, como una forma insolente de invalidar a su oponente. El mismo Saadi, popularizó una gaffe, diciendo en un tramo de su exposición: “…la nubes de Ubeda”, en alusión equivocada a la expresión que en tiempos de Alfonso VIII de Castilla, España, se aludía a los cerros de Ubeda. Actuó como Moderador el periodista Bernardo Neustadt, ganando la postura del gobierno de Alfonsín, con el 81,13% de los votos.

En un debate todo es posible, los gestos, la manera de moverse, la pronunciación de las palabras, la fundamentación del parlamento, hasta la propia pasión que se dice y expresa para que lo argumentado tenga la necesaria e imprescindible credibilidad. Es más, pueden obviarse los rangos gubernamentales, para que el mismo fuera más fluido, que permita y posibilite la sinceridad natural y espontánea. Todo ello en un marco de respeto mutuo, sin soberbia, autoritarismo, nada ofensivo ni provocativo, gestos belicosos, palabras de doble lectura, indirecta y chicanas, porque hay algo debajo que es la persona y ella debe ser respetada más allá de todo principio, porque quien lo hace está mostrando la “hilacha”. Es una actitud retrógrada que se trae toda la mala sangre de un pasado nada halagüeño en cuanto a desbordes, porque no tiene que ser una actitud común y la más relevante. Toda propuesta es bienvenida, por eso aunque no nos guste alguna de ellas, el respeto es lo primero para oír y decir. Para que fluya libremente, intercambiando sin jugar con fuego, y respetando de principio a fin.

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