En 2016 Julia Rossetti cambió de casa en el tradicional barrio Cambá Cuá de Corrientes. Casi todas las mañanas y algunas tardes, caminaba hasta la costanera escuchando música en sus auriculares y bajaba a un lugar conocido como “la playita”.
Varias veces anduvo desde la “playita” hasta la playa Arazati, ese lugar que en guaraní significa monte de guayabos y donde se fundó la ciudad en 1588.
Durante las caminatas fue encontrando en la arena vestigios de rituales umbanda con restos de vísceras de animales y flores. Esas caminatas se fueron haciendo menos rutinarias después y duraron hasta mayo de 2019.
Julia fue encontrando objetos inertes y huellas de hechos sucedidos en ese borde de arena junto al río que pasa. Su trabajo consistió en registrar en video o fotografías esos rastros anónimos dispersos en la playa, esas cosas dejadas y olvidadas.
Si las mañanas estaban cargadas de asombros, las tardes frente al río traían un raro “sentimiento de estar frente al ocaso rosado sabiendo que estamos destruyendo todo...” me dijo una vez.
De asombro, encuentros y esperas atentas a señales surgió Mantrash cuyo eje es bucear “el límite permeable entre la vida y la muerte aconteciendo a la orilla del río”.
La música, compuesta a partir de la carta astral del solsticio de invierno de este año, consiste en una guitarra y samples de acordeones extraídos de tutoriales de You Tube. La consecuencia de ese procedimiento es un chamame vandálico que cierra con una voz (la de su roomie peruana Claudia Miyahira) que recita el Eclesiastés 3, traducción de la Biblia Latinoamericana.
El video comienza con la imagen de una pluma en un agua sin orillas, después una flor se mece y se detiene en la arena.
Botellas, tapitas y bolsas de plástico flotan incesantes en un ir y venir del agua transparente que de repente se ensucia. Una boga boquea en la arena, luego peces muertos, solos y olvidados.
Vísceras multicolores, restos de flores y gallinas tal vez de un rito umbanda que van y regresan movidos-detenidos por el agua.
Palabras inundadas por el río, que en realidad se vuelve arena, colchón de la muerte y luego horizonte y cielo nublado y sol tenue.
¿Qué se mueve en realidad en el mundo que plantea Julia? ¿Qué se va y qué regresa? ¿Qué muere, qué nace y qué permanece? ¿Moverse es permanecer en el lugar? O es sólo detenerse en un movimiento.
En los primeros instantes de la obra no hay distancias, hay un mundo detenido en un ir y regresar de un agua acostada, contaminada por personas ausentes que, sin embargo, dejan huellas que hieren la arena y al líquido en lucha desigual.
Los desechos orgánicos como las gallinas o las flores cumplirán su destino de vida, pero los inorgánicos buscarán otras distancias, otras lejanías para seguir contaminando otros sitios multiplicando los daños.
¿En qué orilla amanecerán las botellas de plástico y qué Julias las verán al atardecer para registrarlas?
¿Qué muere y qué nace en las orillas que nos plantea Julia y las Julias que vendrán? ¿Vendrán?
¿Cómo surgió la cita del Eclesiastés en la obra? Le pregunté.
“En realidad, la cita bíblica fue y es la matriz de mi filosofía de vida: hay un tiempo para todo y es cíclico. Existió la idea de trabajar con esa cita antes del video. Iba a ser una pieza sonora en que cada oración del texto aparezca en simultáneo en estéreo, y con la superposición de dos expresiones al mismo tiempo su sentido se cancele, para decir: ya no hay tiempo”.
El Eclesiastés, según un diccionario católico, es “uno de los siete libros sapienciales del Antiguo Testamento. En hebreo se lo llama Kohelet, que quiere decir predicador. En él se considera la vanidad de todas las cosas y se aconseja a los hombres que reverencien a Dios y guarden sus mandamientos”.
En él se pretende quitarnos la venda que oculta a nuestra inteligencia las mejores acciones a seguir, por eso algunos intérpretes sostienen que esconde un aparente pesimismo. Esa es la similitud con la intención de Julia Rossetti, para quien la superposición de las citas plantea un panorama oscuro y sin salida.