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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

¿Y si juran como los romanos?

Por Jorge Eduardo Simonetti

Jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

“Los senadores y diputados prestarán, en el acto de su incorporación, juramento de desempeñar debidamente el cargo, y de obrar en todo en conformidad a lo que prescribe esta Constitución”.

Art. 67° de la 

Constitución Nacional

Los nuevos diputados que prestaron juramento en el acto de su incorporación a la Cámara el 4 ppdo., dieron una acabada demostración del nivel de degradación de la política en nuestro país. Pretendiendo ser imaginativos y originales, convirtieron la ceremonia en un espectáculo circense impropio del respeto que merecen las instituciones de la república.

Es cierto que el juramento importa más una formalidad que un acto sustancial, pero no menos es que la carta magna lo exige como modo de generar un compromiso público de los mandatarios para con los mandantes.

Los juramentos nacieron en el mismo momento en que los hombres engañaron, es decir, que surgieron como una emergencia sacramental para publicitar el compromiso de no mentir.

Los romanos consideraban que la flaqueza humana crece en proporción directa con la “viveza”, por ello prestaron mucha atención a los textos del juramento, para impedir que, por medio de hábil y sutil interpretación, fuera fácilmente eludido.

Dice Tácito que en Roma algunos magistrados que juraban ante el Senado mudaban con hábil sutileza las palabras del juramento, para escapar de las consecuencias de sus actos. Pero los romanos sabían hacer respetar el juramento, con una segura condena al que cometía perjurio.

En el derecho romano, el juramento del testigo constituyó la base del andamiaje judicial. La palabra “testificar” proviene del vocablo latino compuesto “testis” (testigo) y “facere” (hacer).

Aunque algunos lo consideran un bulo, muchos historiadores coinciden en afirmar que los romanos juraban decir la verdad apretándose los testículos con la mano derecha, comprometiendo tan sensible parte si mentían. Curiosamente, testículo viene de “testículus”, compuesto por “testis” (testigo) y “culus” (usado como diminutivo). Los testículos vendrían a ser, entonces, los pequeños testigos.

El engaño es viejo como la humanidad, y su hija preferida es la desconfianza mutua. En Roma, el juramento obraba como buen remedio contra el mal del engaño, de allí la importancia de hacerlo con las palabras justas.

El juramento contemporáneo no es como el romano. Los juramentados ya no generan fe y confianza, es como una formalidad vacua sin correspondencia con los compromisos morales de los hombres.

Colocar la mano derecha sobre la Biblia (para los creyentes) al pronunciar el juramento, ya no tiene el efecto disuasorio que ejercía en la época romana hacerlo tomándose los testículos. Tal vez por eso, o porque se ha perdido toda noción de moral pública, es que los representantes no se toman muy en serio los juramentos cuando asumen sus cargos.

Pero si a la falta de una noción de compromiso sagrado con los mandantes (los votantes), le agregamos la “moda” de realizar el juramento con la fórmula que a cada uno se le ocurra, realmente estamos en medio de una pérdida total y absoluta del sentido de la representación.

Claro debe quedar que las variantes juratorias de muchos diputados días pasados, con constituir una violación a las normas explícitas del artículo 67 de la Constitución Nacional, expone un contexto mucho más grave y dañoso para la salud de nuestro sistema democrático.

Está claro que en estos tiempos “líquidos”, al decir de Bauman, los diputados son también líquidos y generan compromisos institucionales “aguachentos”. No existen valores identificables, se trastoca su escala, y, al decir del tango, la Biblia pasa a estar al lado del calefón.

La personalización de la política, que debe ser la ponzoña más dañosa para el sistema, ha tomado el lugar preponderante y el conjunto de valores que dieron nacimiento a nuestra nacionalidad ceden ante los intereses de los mandones de turno y de su corte de acólitos.

En tal sentido, un fulano o una mengana son la referencia axiológica primaria para la mediocridad política de muchos legisladores. Pasan a segundo plano, cuando no al cajón de los recuerdos, conceptos tales como constitución, república, democracia, patria, nación.

Si no fuera porque el juramento es de integrantes del órgano principal de la democracia representativa, el poder legislativo, las fórmulas juratorias llamarían a risa. Pero no, los que miramos desde afuera no podemos menos que hacernos cruces por la patética demostración de ineptitud y desentendimiento de quienes deberían representarnos. Esos diputados se constituyen en hijos bastardos de la democracia.

Juro por Néstor, por Cristina, por Lilita Carrió, por Alfredo Bravo, por Lucía Pérez, por el Che, por Santiago Maldonado, por Juana Azurduy, por papá, por mamá, por la Córdoba rebelde (?), por el río Atuel, por el aborto, fueron algunos de los juramentos escuchados. Los diputados de Corrientes no se quedaron atrás, Pitín Aragón lo hizo, a la altura exacta de su nivel político, por el compañero Néstor y la compañera Cristina; Vara fue más imaginativo e incluyó “al millón de correntinos”.

Hubo hasta quien juró por Alberto Fernández, mostrando una camiseta con su imagen, sin advertir que se estaba incorporando a un poder que debe controlar al presidente por el cual juró.

Y como frutilla del postre, quien ejerce la presidencia del bloque mayoritario de la cámara baja, Máximo Kirchner, juró por los Redonditos de Ricota, recordando la canción de la banda “Ya nadie va a escuchar tu remera”, en la parte que dice “en este día y cada día, sí juro”.

Lo malo se replica. Si los diputados juraron por cualquier cosa, lo del intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, fue vergonzoso: utilizó políticamente a niños para tomarle el juramento  “por la memoria de Perón, Evita y Néstor y por la demostrada lealtad hacia Cristina”.

¿Serán Cristina, Lilita, el Che, el río Atuel, el aborto o los Redonditos de Ricota quienes los demandarán por perjurio?, porque con ese espectáculo decadente, seguramente no serán ni dios en sus conciencias ni la patria en sus magistrados.   

Un verdadero “aquelarre jurásico”, si se me permite el juego de palabras y la poco ortodoxa expresión, fue la sesión preparatoria de los insignes señores diputados.

De cualquier modo, insisto, salvando el hecho que del ridículo no se vuelve, los diputados con juramentos imaginativos hicieron poco más que protagonizar una bufonada ante la ciudadanía. Un eventual perjurio, es decir el incumplimiento de su promesa, carecen de consecuencias visibles y efectivas, salvo que en el futuro se reforme la constitución y se adopte la fórmula romana de jurar con la mano sobre la parte sensible.

Chanzas aparte, creo que los votantes debemos reflexionar acerca de los comportamientos de quienes elegimos para ocupar lugares de representación, cada vez están más lejos de cumplir con los estándares mínimos de capacidad y, fundamentalmente, de integridad republicana.

Si hay algo que los populismos se cansaron de desacreditar fueron las formas de la democracia. Y si las formas pierden entidad, la sustancia se debilita y no importan ya los valores, los principios, las leyes, sino sólo los autócratas de turno, a quienes les rinden pleitesía hasta con el juramento.

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