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Pandemia: pensar con imágenes

En la primera entrega de este artículo conversamos con Fernanda Toccalino sobre sus obras, la enfermedad, los ámbitos hospitalarios y la fe en el mañana. Amelia Presman nos contó cómo tomó las fotografías en farmacias y pensamos la pandemia. En esta segunda entrega la conversación es con Blas Aparecido y Julia Rossetti, buscando mirar las devociones, los fines de ciclo y los duelos. 

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Este artículo es un modesto intento de  ver  relaciones y diferencias entre las propuestas de estos artistas y sus implicancias en el presente como disparador de nuevas interpretaciones. Plantea bucear en las motivaciones, los procesos de cada artista, las narraciones que producen,  y asomarnos a nuevos horizontes de sentido. ¿Pueden estas imágenes recordadas organizar significados o emociones que cabalgan el paso del tiempo? ¿O, por el contrario, solo resuenan en su pasado?

Estimo que esas obras perviven en el tiempo, que podemos recuperarlas y apropiarnos en el actual contexto sanitario, para hurgar y reflexionar desde allí, como un laboratorio hecho de imágenes y sentidos desde el arte, crear un ámbito que abra posibilidades de interpretación que superen y contengan al debate centrado solamente en cuestiones epidemiológicas y económicas como única preocupación, que deja de lado los aspectos humanos del miedo, la incertidumbre y el sufrimiento.

No planteo una lectura literal de esas obras ni una disolución del arte en lo político, sino abrir a otras interacciones con la vida social desde lo poético que indudablemente contienen. Lo más importante de este conjunto de obras no es lo ya dicho por ellas, sino la inmanencia que portan, que hace de lo estético algo que no acaba de producirse, porque estos artistas trabajan algo más que propuestas lineales. Sus obras pueden ser vistas como sugerencias o insinuaciones,  siempre polisémicas.

Escribo esta nota el domingo 4 de octubre del año de la pandemia. Pasadas las 10 de la mañana, Corrientes reporta  62 casos de covid-19. El viento norte no cesa, los incendios asolan la provincia. “Hay viento y hay cenizas en el viento” (Borges). 

BLAS APARECIDO

—¿Cómo surgen las obras de los altares?

—Las obras surgen principalmente de esa pulsión o atravesamiento que tengo por la propagación de la fe, de ver cómo nos vinculamos con lo divino, de la conciencia espiritual sobre la religiosa. Porque siento que todos los seres humanos tenemos un espacio, un momento, una apropiación material que nos eleva. Un altar es esa antena de altísima frecuencia que pone en contacto con nuestro universo místico, con esas ideas sensibles.

Como conversaba con Julia Rossetti para su documental “Creer o reventar”, no estoy seguro de en qué momento el altarcito que construyo se convierte en obra de arte. Hay una dualidad o una contradicción: ¿es arte o no? De todas maneras esa contradicción la veo reflejada en la misma contradicción humana. De hecho, por eso bordo mucho el oxímoron “si-no”.

—¿Cómo se relacionan las obras con la devoción?

—Soy devoto. Transformo mis prácticas devocionales en prácticas artísticas. Toda mi experiencia anterior con los diferentes sistemas de creencias en los que transité, me ha llevado a concebir al arte como un canal o un medio mucho más flexible que las estructuras institucionales (el arte es mi propia iglesia)

Pedir es orar. Agradecer es orar. Ofrendar es una forma de oración también, bendecir, invocar, hasta incluso el silencio es una forma de oración. Toda acción ritual frente a un altar es de alguna manera un rezo. 

—¿Qué crees que les pasa a los espectadores ante tus obras?

—En mis muestras las personas reaccionan de maneras muy distintas. Al trabajar con santos de diferentes religiones y santos consagrados por el amor popular como el Gauchito Gil, por ejemplo, noto reacciones diversas, más allá de algunas muy puntuales, en general noto como una sensación de respeto y de “reencuentro”.

Hay muestras que hago en espacios no convencionales, es decir, no en una galería de arte o un centro de exposición o museos, sino en un estacionamiento como es “El Quiosquito” en Resistencia (Chaco), en una estancia como “San Cirilo” en Caá Catí (Corrientes), en una casa particular como en uno de los días de “La Federala”, festival de Fuga Galería en Santa Fe.

En un santuario efímero al Gauchito Gil, por ejemplo, hecho para la presentación de la película “Un Gauchito Gil”, de Joaquín Pedretti, los gauchos engalanados se persignaban; también dejaron dinero, notas de agradecimiento, estampitas y hasta encendieron velas. También uno de los guías de la sala de exposición “La marca original, arte argentino”, que estuvo todo el año pasado en el CCK, me contaba que muchas personas tocaban el altar de Estela Maris o que besaban su mano y se apoyaban en él. De hecho, fue todo un tema, porque en ese tipo de espacios no permiten que el público toque la pieza. También interpreto (o prefiero creer) que tomarse una selfie con el altar es una cuestión neodevocionaria, uno se selfitea con lo que le agrada o le es válido compartir.

También hay obras relacionales en las que invito al público a vincularse con la obra, por ejemplo, en 2016, en la muestra “Yo creo, no me preguntes más porque no sé”, con la curaduría de Sofía Victoria Díaz, en otra, había una obra en la que regalaba billetes de dos pesos (que todavía servían) en la obra “Dos pesitos la intención”, en la que la gente se podía llevar el billete si escribía ahí mismo una buena intención y se comprometía a hacer circular comercialmente el billete. Muchos escribían que su santo de cabecera lo acompañaba o le multiplicaba la fortuna. Es hermoso cuando la gente acciona así, devocionariamente por sobre el hecho artístico.

—¿Se resignificaron las obras ante la pandemia de coronavirus?

—Veo constantemente mi obra resignificarse a través de diferentes sucesos. Parte de esa antena de alta frecuencia que nos conecta con nuestro universo místico tiene un espacio importante para nuestros muertos, creo que encontramos algo parecido a la resignación.

En la pandemia, el ritual de despedida se vio coartado y esto añade dolor y hasta la dificultad o la complicación en el manejo del duelo a futuro. Es por eso que el altarcito puede expandir su espacio o hasta incluso llegar a ser deconstruido a un altar a la memoria de ese ser querido en el que la virgen, santo o deidades presentes pasen a ser los custodios del descanso eterno.

Puede ser algo sobre el valor espiritual que depositamos en la cuestión ritual, es en parte lo que nos libera de esa sensación de miedo o dolor ante la pérdida, como un altar y las interacciones que las personas realizan a través de él, sostienen las creencias más allá del adoctrinamiento religioso que uno profese. Los altares que armo son híbridos, no convencionales, no siguen reglas, hay diversidad y espontaneidad, que es en definitiva lo que me sale cuando siento al respecto.

Las obras pueden verse aquí: https://bit.ly/2H86Tyx

 

“En la pandemia, el ritual de despedida se vio coartado y esto añade dolor y hasta la dificultad o la complicación en el manejo del duelo a futuro. Es por eso que el altarcito puede expandir su espacio o hasta incluso llegar a ser deconstruido a un altar a la memoria de ese ser querido en el que la virgen, santo o deidades presentes, pasen a ser los custodios del descanso eterno”.

BLAS APARECIDO

 

JULIA ROSSETTI

—¿Cuáles son los antecedentes de tus coronitas de flores y de qué se trata?

—Si bien había trabajado con temas como la enfermedad, el deterioro y la muerte explícitamente en obras de 2014-2015 sobre la partida de mi abuela paterna y las cosas que conservé de ella; en 2016, después de terminar una relación muy, muy larga y desgastante, empecé a pensar en las coronas de flores por algo completamente distinto.

En ese entonces no solo estaba haciendo mi duelo de ese vínculo, sino también de un montón de cosas que como mujer quería dejar ir para siempre. Fue un poco el abandono del mandato, despedir esa vieja “yo”, reconciliarme conmigo y cerrar realmente un ciclo. En esa ocasión pensaba las flores como una metáfora directa de lo efímero, la corona literalmente aludiendo al funeral y el círculo al ciclo.

Me parecía a veces controversial, estas flores que se las llevan a un muerto y que después se tiran o se pudren… Había algo que no me cerraba de esa práctica, pero me interesó principalmente la banda, la cinta que tienen en el centro, pensada como soporte de poesía. Empecé a pensar frases breves o palabras que quería escribir en esas coronas.

—¿Qué es “Poesía fúnebre”?

—”Poesía fúnebre” es un fanzine y también son piezas de pequeño formato (acuarela, dibujo, tinta y bordado), y que se complementan con “Precuela”, otro fanzine del mismo tiempo que tiene transcripciones de mi diario íntimo de ese proceso de deconstrucción y reconocimiento.

En esos fanzines aparece también el primer boceto de “(el libro de) Las Promesas” y allí empezó la fantasía de convertir ese boceto en un stencil preciosista que podía estampar varias veces en la ciudad de Corrientes. Hubo una primera versión en marzo de 2017 y el proyecto se concretó finalmente a través de una convocatoria de Garra Galería de Chaco, en julio de 2018. Las obras pueden verse aquí: https://bit.ly/3j70Jfr y aquí: https://bit.ly/3lPxTlo

—¿Y “No todo es un antes y un después”?

—“No todo es un antes y un después” es una frase que me dijeron. Viene del hecho de que generalmente organizo el sentido del mundo a través de cosas que me pasan, situaciones que considero señales, portales, y esta persona me decía: “No flashees que todas son señales, no todo es un antes y un después”…

Un par de años después, en un momento de transición, de dejar todo atrás, vi como algunas cosas que parecían perennes en mí, cosas importantes que se deslizaban entre esas tormentas de cambios, y recuperé la frase.

Así surgió la idea de hacer una corona mixta, de flores naturales y artificiales en el marco de la muestra “No todo es un antes y un después” (Centro Cultural Universitario Unne, agosto de 2017) que tuvo además videos, cuadros pequeños, vitrinas con los fanzines y diarios íntimos, objetos e instalaciones.

—Era muy visible desde afuera y eso era un logro de puesta…

—Sí. Maia Navas, la curadora de la muestra, me propuso poner la corona de flores en un lugar que se pudiera ver desde afuera. Estaba emplazada sobre un muro del CCU en el que no había nada más, de más de un metro de diámetro, era realmente muy llamativa y el resultado fue que la gente se asomaba y entraba a preguntar quién falleció, sin saber que era una muestra. Otra cosa que no había contemplado era el olor de las flores descomponiéndose y que creaba, o enfatizaba, un clima de velorio. Y así las flores naturales se fueron marchitando y las artificiales siguieron intactas.

Todas las piezas eran muy íntimas, muy personales. Recuerdo que Fernando Abelenda una tarde se asomó y entró, recuerdo que habló de lo siniestro como categoría, algo que me hizo pensar mucho, porque tengo esa tendencia de pensar desde allí, desde una iconografía de la muerte. Esa muestra fue el germen de gran parte de mis obras a partir de allí, que piensan la muerte como proceso de cambio.

Las obras pueden verse aquí: https://bit.ly/2IG5VKI

—¿Cómo pensás la situación de pandemia?

—Es un cambio de ciclo, más allá de todas las muertes, va a ser un cierre de las cosas como las conocíamos antes, un cambio también de lo social, afectivo, de distintas construcciones que tenemos muy arraigadas. Allí también “no todo va a ser un antes y un después”, porque seguramente habrá cosas que permanezcan y sean más fuertes que antes, algunas que no teníamos tan registradas… Vamos a empezar a analizar nuestras conductas, nuestros deseos y emociones. En ese sentido tiene vigencia la obra, más que en el hecho de todas las muertes que estamos viviendo.

—¿Te pasó algo en estos meses que te invito a producir obra?

—Recientemente falleció mi abuela materna y la noticia me encontró en Buenos Aires, donde hace un tiempo vivo y hoy, además, imposibilitada de moverme. Lo sentí muy fuerte, viví esa secuencia a través de llamadas y mensajes de mi familia.

Justo me invitaron a participar en el festival Byte Footage que este año hablaba del cruce entre la tecnología y sus efectos y afectos en los cuerpos. Era una colaboración con Radio CASo (Centro de Arte Sonoro) y me pareció la ocasión perfecta y una manera particular de elaborar el duelo a la distancia. Convoqué a las mujeres de mi familia para hablar de la partida, de la despedida, y dar cuenta de todo ese realismo mágico que invade nuestra forma de concebir la muerte. Fui recibiendo audios de WhatsApp con relatos de esa experiencia que finalmente devinieron en un documental sonoro muy íntimo, un diálogo intergeneracional, un testimonio muy precioso que me reconectó con mis mujeres, reivindicando mi linaje femenino.

Las obras pueden verse aquí: https://bit.ly/3dzRCCM

 

“La pandemia representa un cambio de ciclo, más allá de todas las muertes, va a ser un cierre de las cosas como las conocíamos antes, un cambio también de lo social, afectivo, de distintas construcciones que tenemos muy arraigadas”.

JULIA ROSSETTI

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