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El viaje sin fin del documental “Creer o reventar”

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Cees Nooteboom escribió en el comienzo de su libro “Hotel Nómada”: “El origen de la existencia es el movimiento. Esto significa que la inmovilidad no puede darse en la existencia, pues, el ser que está inmóvil regresaría a su origen: la nada. Por esta razón el viaje no tiene fin, tanto en el mundo superior como en el mundo inferior”. La cita es del libro Kitab Al-Isfar, “El libro de la revelación de los efectos de viaje”, un extenso relato del místico árabe del siglo XII, Ibn Arabi.

Julia Rossetti es una artista correntina, incansable viajera, peregrina de religiones y misterios, y en los últimos años realizó un paciente registro de artistas en distintos lugares del país trazando un mapa de esa trashumancia que puede leerse también como una cartografía de sus búsquedas. El resultado es el documental “Creer o reventar” que presentó durante tres jueves de junio a través de la plataforma Intemperie, por Instagram y por YouTube. Son tres capítulos que testimonian a 23 artistas participantes de un “proyecto nómade” de gestión independiente entre 2015 y 2018. 

La obra comienza en sus tres capítulos del mismo modo, con una imagen de un atardecer con ecos de Mark Rothko, en la costa del río Paraná vista desde Corrientes, y un texto que dice “Ya no puedo distinguir / los caminos que me llevaron al arte / de los caminos a los que el arte me llevó”.

Rossetti comparte en forma libre y gratuita el documental, que cuenta con la participación de Amatista, Ana Benedetti, Cucu Trash, Francisco Amoroso, Lulu Bonato, Mauro Rosas, Natalia Lipovetzky y Tapunumã Pataxó (Cap. I); Blanca Machuca, Blas Aparecido, Cuqui, Juan José Souto, Julia Tamagnini, Mati Obregón, Sandro Pereira y Sasa Mai (Cap. II); y Alberto Ybarra, Matías de la Guerra, Richar de Itatí, Sergio Colavita, Christian Román, Carolina Arias y Marina Cisneros (Cap. III).

—¿Por qué está tan presente la idea de camino, de llegada y de regreso en tu obra?

—Tiene que ver con el hecho de que me costó mucho irme de Corrientes… Principalmente por el arraigo, ya que siempre pensé: tengo trabajo, casa, amigxs, familia. Pero también me sentí anclada en Corrientes. Por eso cada tanto realizar un viaje, una expedición, “peregrinaciones”, eran el modo de sostener mi permanencia en Corrientes. Ir y volver. Hasta que tomé la decisión de que realmente necesitaba irme porque si no, sentí (cumplía 31 años) que ya no me iba a ir nunca más. Cada uno proyecta su vida, algunos en términos de familia, de tener hijes, de comprarse una casa o de viajar alrededor del mundo; para mí una cosita pendiente era irme una temporada de Corrientes y volver con otros ojos. Eso que me atravesó toda la vida y que se empezó a nutrir y afianzar a raíz de estas derivas breves que hice, es la raíz del proyecto, sin duda. Pero siempre regreso. Para mí, mi hogar es y será siempre Corrientes.

—¿Cómo te vinculaste con los artistas que entrevistaste y por qué ellos? 

—Tuve que establecer una suerte de método o el método se eligió solo. A los destinos a los que iba, generalmente era en el marco de intercambios o residencias, y no conocía prácticamente a nadie. Fueron los espacios anfitriones y los artistas que me alojaron quienes me ayudaron a vincularme con la escena de cada lugar. 

Preguntaba a quién incluir en este proyecto: alguien que trabaje con rituales, devociones, con ofrendas, con la mística, la espiritualidad, con las imágenes; o conceptos como la muerte, el misterio, e iban apareciendo esas referencias en cada lugar. 

Dentro de este método de selección de artistas estaba incluido el hecho de que coincidamos con quienes estén en el lugar y estén disponibles durante mi estadía. Era también un filtro, porque es un proyecto bastante inabarcable desde su hipótesis. Realmente podría haber entrevistado a cualquier artista en cualquier lugar; la selección se fue dando por esas sincronías.

—¿Por qué estás ausente de la imagen en el documental? 

—Porque es redundante. Estuve presente ahí, filmé, edité y monté el documental. Creo que estoy muy presente en esa selección, en esos recortes que hago. En la imagen aparezco en un par de situaciones, reflejada en espejos. En las performances que hace Sasa Mai hay una cajita musical que tiene un espejo y aparezco ahí; también, reflejada en una obra de Sergio Colavita, y en el encuentro con Amatista, que me está tomando de la mano para bajar a un río de montaña. Esas son mis apariciones físicas y, aunque no se escuche mi voz, hay algunas veces una referencia a mí, como cuando Lulu Bonato que me dice “¿viste?”, o Ana Benedetti dice “vos decís que no se distingue el cielo de la montaña”, o Richar de Itatí, que dice “justo ahora que vos venís con esto”. Creo que está mi presencia ahí y no hace falta más que eso. Siento que en este proyecto ellos hablan por mí y yo hablo por ellos a través del montaje. 

—La presencia de la naturaleza en sus obras y en su vida es algo muy presente, ¿no?

—Todos establecen un vínculo con la naturaleza. No es menor el hecho de que estos proyectos independientes, también en estas ciudades que muchas veces no son en las capitales de provincia, se dan en estos espacios donde la naturaleza tiene tanta importancia, como Salta, San Martín de los Andes o Contralmirante Cordero. Son espacios donde la naturaleza es imponente y los artistas que participan en las residencias, por ejemplo, van en busca de esa conexión con la naturaleza, y claramente están atravesados por esto. También en Mar del Plata, por el mar, en Corrientes, por el río, por el monte. San Martín de los Andes es particularmente especial porque, en general, los artistas no son locales; es gente que llegó y se estableció y eso también es muy enriquecedor. Pienso que el vínculo con la naturaleza le da cierto tono al proyecto en general.

—El tarot es otra de las referencias en tus obras. ¿Por qué? ¿Por qué los arcanos?

—La recurrencia a la referencia del tarot en mi trabajo es muy libre y, en sentido general, con todos los otros contenidos que pongo en juego con la “iconografía” católica, con la astrología, con el I-Ching. 

No soy ni tarotista, ni astróloga; ni siquiera soy tan religiosa, pero me interesa pensar un sincretismo de todos esos mundos. Pienso que mi operación poética es el sincretismo y los arcanos aparecen como arquetipos reconocibles. Más que una adivinación, lo que me interpela es una especie de reflexión del momento actual, como de protección o de intención que uno está buscando. En general no me tiro el tarot, me encuentro con cartas en la calle, con estampitas. Para mí son oráculos a los que no le estoy haciendo preguntas, sino que se me presentan y sí, hay una lectura pero, como decimos con Cucu Trash, es una lectura freestyle. Así con la libertad con la que Blas Aparecido plantea sus trabajos, la libertad de creer en lo que queramos y de construir nuestros propios sistemas de creencias, un poco viene de eso, de la sorpresa de que constantemente me encuentro con cosas que en realidad están ahí todo el tiempo, es solo cuestión de agudizar un poco la percepción y estar atentos.

—Lo místico y espiritual funda tu obra, creo.

—Lo místico y lo espiritual son mis paradigmas de vida, es el modo en que construyo el conocimiento sobre el mundo. No creo especialmente en la ciencia, ni en lo racional en general. Un poco tiene que ver con mi constitución astrológica, tengo sol en escorpio, ascendente en piscis y también muchos planetas de agua, lo cual me hacen naturalmente de las emociones y lo místico. 

También me interesan cosas más fuertes; tengo cierta cuestión con la muerte, que es el gran tema de mi trabajo. La muerte como concepto, más allá de la muerte física o como la entendemos occidentalmente; sino la muerte como idea de ciclo, de cambios, de transformación y de mutación. En eso se sostiene mi trabajo y un poco va de lo que pasa por mi propio cuerpo. No me interesa, realmente, saber mucho de nada, solamente quiero experimentarlo. Por eso, mucho de lo que aparece en mi trabajo son indagaciones a las que llego a raíz de conocer a gente que es estudiosa de esas disciplinas; como la astrología o el I-Ching, con mi amiga Medusa Summer de Mar del Plata. Un poco del tarot también a través de Cucu Trash. Todos estos artistas me fueron enseñando cosas y me las apropio desde un lugar amateur, desde el sentido original de esa palabra que significa amador, enamorada, no experta. 

No me interesa ser experta en nada, por eso lo tomo con libertad; quizás a veces, radical, aunque siempre tratando de ser muy respetuosa con lo que pongo en juego. Lo concibo como una apropiación y ese sincretismo me gusta y me permite hablar de varias cosas en simultáneo.

—El otro tema presente es la identidad de cada artista y el lugar que eligió para vivir. ¿Qué trama viste al terminar el trabajo?

—Noté justamente que hay esas dos variables: artistas muy arraigados a su lugar y artistas que migraron a otro lado para desarrollar su vida, su trabajo, su práctica artística. Son dos instancias muy fuertes en el proyecto y dejan ver que, justamente, las escenas locales se enriquecen a partir de la influencia de quienes van por decisión propia a vivir a un lugar. Quien está ahí de siempre tiene otras claves, códigos del lugar, y me parece que se hace más evidente en estos lugares donde la naturaleza es muy particular, muy asombrosa. 

Mi vida actual tiene mucho que ver con frecuentar migrantes. Cuando me trasladé a Caba viví con gente de Perú, México, España, Colombia. Y mi circuito es prácticamente con migrantes internos. Los proyectos en los que estoy involucrada son, generalmente, iniciativas de artistas de otras provincias que vinieron a seguir su formación o a trabajar acá. Como el caso de Intemperie, coordinado por Coty Chiappini de Córdoba y Gonzalo Maggi (Bs. As.); y los artistas que trabajamos somos un equipo súper federal: Alejandra Mizrahi de Tucumán, Gisella Scotta de Córdoba, Fran Vázquez Murillo de Rosario, Toti D’Stefano de Santa Fe y Camila Carella de Buenos Aires. En esa multiplicidad de identidades se produce, pienso, una nueva identidad de las escenas.

—La música es un elemento central en tu obra. ¿Por qué?

—Voy a ser muy honesta, siempre hablando desde mi experiencia. Dibujo desde los cuatro años, cuando mi mamá nos mandó a mí y a todes mis hermanes a talleres de dibujo y pintura. Solo yo seguí yendo, hasta terminar la secundaria. Pero la verdad es que de las disciplinas artísticas tradicionales la música siempre fue la que más me conmovió, es lo que siempre me apasionó. 

La música es un elemento central en mi vida. Estudié guitarra cuando tenía 14 años; tengo mis guitarras de ese tiempo. Mi papá me regaló una criolla y una eléctrica, y tuve proyectos de bandas con compañeras del colegio católico de mujeres al que iba. La música que a mí me interesaba en ese entonces era el rock, que siempre fue un ambiente muy machista. Nosotras teníamos permitido hacerlo casi como un juego. Era un campo de varones, la música y el rock, y repercutía sobre todo en que no se tomara en serio lo que hacíamos las mujeres.

Desde la adolescencia formé algunas bandas. Una se llamó Psicodelia, con amigas de la escuela, el hermano de una de ellas y mi primo. Hacíamos covers de Pink Floyd y tocábamos en festivales escolares. Llegamos a tocar una sola fecha en el bar de rock Picasso en 2005. Ya habíamos terminado la secundaria y un músico conocido, que no era miembro original, reunió a la banda. Era algo extraño que pibas toquen y canten “El lado oscuro de la luna”, y todos los chabones fueron a ver qué era eso. Fue la única vez que tocamos por fuera de un festival de la escuela.

También estuve muchos años en una relación con un músico que cuando me interesaba demasiado en volver a hacer algo de música me decía “¿por qué no te dedicás a lo que sabés? ¿Por qué no dibujás y pintás?”. Acumulé un montón de frustraciones, hasta que en 2012, con Gabi Cabral y Agustina Wetzel armamos una banda que se llama Las Desmalezadoras, y eso me abrió un mundo. Era 100% experimental porque tampoco teníamos la pretensión de tocar en vivo, de que nos escuche nadie. Las tres estábamos “involucradas” con músicos y lo nuestro era “de hobby”, pero teníamos una sala de ensayo a disposición en la que hacíamos cosas alucinantes que hoy escucho y veo y pienso que estos tipos, los que tocaban en los bares y tenían fechas, en general no desarrollaron nada experimental. No pasó nada de eso en mi entorno, que se quedó en el indie. Antes pensaba que para estar cerca de la música tenía que estar cerca de los músicos; por fortuna, hace un buen tiempo entendí que claramente lo que me gusta es la música, no los músicos.

A fines de 2017 me animé a hacer unos temas a partir de conseguir un controlador midi y gracias a la generosidad de un par de amigos: Nico Aquino, que me enseñó además a usar Ableton y un montón de cosas más, y Juancito Sansobrino, ambos miembros de Galácteos. Hicimos una única presentación en el marco del 5° Aniversario de Limbo en el Centro Cultural Flotante; tocamos unos covers como “Látigx & Los Chocachetos”, y cerró Guazuncho. 

La música en “Creer o reventar” es de Guazuncho (Iñaki Zubieta), para mí, el músico más importante de la región. Trabajé con su música varias veces y también estuvo siempre dispuesto a tocar en muestras y festivales que organizamos. A él, todo mi agradecimiento.

—¿Qué pasó cuando llegaste a Buenos Aires?

—Cuando me vine a Buenos Aires en 2018 seguí trabajando tímidamente con mis experimentos sonoro/musicales. Era Semana Santa y Jupi Medvescig; un amigo músico de Mar del Plata que siempre me motivó a seguir en esta, me estaba visitando. Enchufamos todo y nos pusimos a tocar, cuando llegó un compañero del programa de Di Tella, Rodri Alcón; nos escuchó y nos invitó a hacer una perfo sonora en su muestra. Jupi no pudo venirse a Caba para la ocasión y ahí arrancó un formato que se llamó “Trance Emo Tropical” con pistas grabadas y voces en vivo; velas, arena, flores, vino. Esa primera noche me acompañó Joaquín Pedretti en escena. 

Desde entonces tuve una serie de fechas sola y varias con amigues en distintos espacios, usualmente en el marco de muestras de artes visuales.

Admito que tengo amigos hermosos como Las Hijas de Israel o los chicos de Autobuzz que se copan en todas y me invitan a hacer cruces. Su compañía, su data y su motivación me hacen seguir explorando el sonido. Lo cierto es también que no son “músicos”, son artistas sonoros. De hecho, el año pasado empecé a estudiar una especialización en arte sonoro. Me parece un lugar muy distinto al academicismo de la música en general y al machismo del rock. Es un campo amplio y libre, que me permite explorar cosas distintas, significativas; en que se desdibujan las fronteras entre disciplinas, géneros y poéticas. 

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