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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La tele ya no se ve en la tele

Por Claudio Villarruel (*)

Especial

Qué celebramos cuando celebramos los 70 años de la televisión argentina? ¿Será un festejo para proyectar los duros desafíos que deberá enfrentar en el futuro o, por el contrario, un homenaje de lo que ya fue y nunca más será? A vista de lo que ha sucedido en los últimos años con el desarrollo exponencial de la conectividad, que produjo una catarata de medios alternativos a la TV basados, ya no una antena para transmitir sus contenidos sino un buen sistema de transmisión de datos, asistimos al comienzo del fin de un concepto de televisión. Un modelo que, hasta hace algunos años atrás, monopolizaba y concentraba la transmisión y producción de contenidos.

Esa realidad, la inmensa variedad de oferta audiovisual para diversas plataformas y para un público fragmentado que ve esos contenidos cuando y donde quiere, desacopló el consumo de contenidos de las grillas de los canales de aire, lo cual conllevó a un quiebre en ese monopolio que ostentaron durante años. La aparición primero de los cableoperadores en su momento y luego de la conectividad subsumió a la televisión abierta como un dispositivo más en un nuevo universo que no nos permite proyectar el futuro dada la velocidad de su transformación. La tele ya no se ve en la tele. La televisión fue perdiendo por goteo su preponderancia en la representación y construcción del imaginario social. Más allá de la realidad adversa en la que no pudo operar por el desconocimiento del tsunami comunicacional que se estaba gestando, no quiso o no pudo entender el fenómeno. Así, en lugar de dar respuestas nuevas a nuevas realidades, se replegó y comenzó a responder con viejas respuestas.

Lo que podemos ver en general hoy en la TV es una suerte de extemporaneidad de contenidos respecto de lo que se produce, con alto nivel de creatividad y calidad, en las diversas plataformas. Es cierto también que fue víctima de su propia lógica al no poder ensamblar su métodos de producción y comunicación a la nueva singularidad de la comunicación, tanto en contenido como en originalidad. De esa manera, sin poder asimilar los cambios, la televisión abierta perdió casi un 40 por ciento de su audiencia en los últimos 30 años.

Primero perdió la infantil, fundamentalmente con la aparición del cable; luego a los jóvenes y se fue quedando con una audiencia predominante de jóvenes adultos y adultos mayores que son quienes garantizarán, si sus gustos son atendidos, la continuidad de un nuevo modelo a futuro. Modelo incierto que no da muchas señales de inversión, riesgo, originalidad, cuando vemos casi replicados en todos los canales los programas de paneles, de entretenimiento baratos, de formatos extranjeros que ya se hicieron una década atrás, de latas turcas o brasileñas.

Mientras las nuevas generaciones migran en búsqueda de originalidad, la televisión masiva se copia a sí misma. Y mientras la TV busca maximizar sus ganancias con productos de una sola pasada sin valor agregado, o sea sin posibilidad de exportar y monetizar contenidos, las nuevas plataformas invierten millones de dólares en mas producción para satisfacer al consumidor global. En este contexto, la televisiones públicas tienen una gran oportunidad de diferenciarse de las antenas privadas, que replican un modelo de escasa creatividad y riesgo, si pueden concertar sus esfuerzos en generar una masa crítica de espectadores, que siguen creyendo en las posibilidades de la TV abierta, para proponerles contenidos diferenciales, creativos y por sobre todo entretenidos. Es fundamental que se invierta en esos desafíos comunicacionales porque muchas veces desde lo público se han podido dar respuestas superadoras a la modorra del panorama televisivo argentino.

Los grandes avances tecnológicos de la última década han creado un Bing Bang de cambios continuos y acelerados en todos los quehaceres de la vida cotidiana de las personas, desde lo social hasta lo privado. Vivir en un estado de transición permanente confunde a la hora de tomar decisiones duraderas en cualquier ámbito. Si en este contexto de desconcierto la televisión local logra comprender lo delicado de su situación, podrá renacer de sus cenizas. Tiene todo para lograrlo. Debe proponérselo. Cuando la suerte está echada, muchos creemos que lo mejor está por venir. Ojalá que nuestra querida televisión pueda encontrar rápidamente su rol en este concierto tan desconcertante y pueda posicionarse desde su nueva singularidad como una opción de calidad para las impacientes y voraces audiencias que produjo la convergencia tecnológica de los medios. No es tarea fácil pero tampoco imposible. Ojalá que en 70 años estemos festejando una televisión que al menos este subida al tren de la historia. La televisión se va a salvar con más y mejor televisión.

(*) Sociólogo (UBA), comunicador y productor.

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