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Charly, China y la felicidad

Por Emilio Zola

Especial

Para El Litoral

La felicidad del otro funge como espejo de la propia realidad. Ver al de afuera diáfano, exitoso y en actitud triunfadora dispara sentimientos encontrados que pueden ir de la admiración a la envidia sin escalas, a medida que la perspectiva del observador se enturbia, sumida en dramas cotidianos disparados por esa obligación secular de llegar a fin de mes.

¿Pero qué pasa cuando las vidas de ensueño que exhiben las figuras públicas descienden a los pesares mundanos de la infidelidad y los enredos de alcoba? La mirada de la enorme mayoría no perteneciente al show business se enfoca en la certeza de que aun con dinero y glamour, hoteles parisinos y mansiones lombardas, la vida de los tocados por la varita mágica muchas veces discurre por recodos amargos, que pueden cambiarlo todo en un abrir y cerrar de ojos.

Es evidente: la comprobación de que los millonarios y famosos también sufren los avatares de una existencia tan finita como terrenal alimenta el morbo colectivo y mantiene, con efecto narcótico, a legiones de espectadores pendientes del triángulo amoroso entre Mauro Icardi, la China Suárez y Wanda Nara, celebrities instaladas en el inconsciente colectivo como ideales de belleza, encanto y fortuna de un olimpo al que sus seguidores jamás accederán.

Del otro lado del mundo, en un país donde el hastío económico hunde en el desasosiego a las mismas muchedumbres encandiladas por las desventuras del futbolista que hace algunos años acuñó el verbo “icardear”, una familia tipo argentina necesita más de 70.000 pesos mensuales para no ser pobre. Sin embargo, el estrago monetario del albertismo no alcanza para correr el eje de la atención masiva, sino al revés. La desdicha nacional pareciera estimular el consumo de esa conjunción de culebrón y reality concebida a partir del desliz de Icardi, la ira de Wanda, el linchamiento mediático de la China y sus inacabables derivaciones.

Desde el anonimato de los nadies, las muchedumbres se embelesan por los chats secretos entre la actriz ex Chiquititas y el jugador del PSG, así como con las reacciones de su airada esposa, la inefable rubia que de la farándula marginal saltó al millonario negocio del management deportivo. Enchufados a las redes sociales y a los programas de chimentos, los corroídos por la crisis argentina hallan consuelo psicológico al certificar que en la porción más privilegiada del escalafón social no todo es color de rosas.

Pasa que abandonar las noticias sobre la inflación, el dólar y los mapuches nunca viene mal para evadirse de una coyuntura que dispara la impotencia comunitaria, pues claro está que nadie puede corregir este rumbo autodestructivo en el corto plazo.

 Y en ese punto, no está mal dejarse llevar por la zanahoria de que Mauro dejó de seguir a Wanda en Instagram. La frivolidad apaga por un instante la mortificación que por debajo del esternón oprime a la madre afligida por el futuro de sus hijos, al padre sofocado por la tarjeta de crédito y al joven atribulado por esa llamada laboral que nunca llega.

En esa realidad paralela que mana de las pantallas digitales, el torbellino mediático que desnuda las intimidades de las celebrities anestesia los ánimos de la masa como una bocanada alucinógena, pero sin los efectos adversos de los opiáceos. Un porro virtual que no hace daño, o por lo menos no tanto como clavarse un clonazepán para no sentir.

Como si fuera el plan de precios congelados de Roberto Feletti (el nuevo comisario del comercio interior) las novedades de wandagate son parches que mitigan una carga demasiado pesada para una argentinidad que necesita vías de escape con tal de no desfallecer en el pozo de lo inevitable.

 Es cierto que los trascendidos sobre la manta de Nepal en el motorhome de la China Suárez no resuelve nada, pero a estas alturas, ante la ausencia de remedios institucionales, ayuda a suavizar el que sin dudas es el peor trance nacional desde el estallido del 2001.

Si Alberto con sus tarjetas Alimentar proporciona pan a los famélicos en plena campaña electoral, el intríngulis de ricos y famosos viene a ser el circo que los pueblos se inoculan por la noche, para conciliar el sueño sin pensar en lo duro que será todo a la mañana siguiente.

A estas alturas, en plena era de las pseudoverdades manufacturadas al gusto y paladar del consumidor, aflora el lado positivo del arrojo mediático de nuestros referentes del espectáculo, que rompen paradigmas a través de publicaciones personales, sin apelar a los filtros de la prensa del corazón, mediante contenidos brutalmente sinceros, entretenidos y en cierto modo aleccionadores.

Hace un tiempo las damas que se hacían los rulos para ir a tomar el té en el Panambí se escandalizaban por episodios como los encarnados por la China, Icardi y Wanda. Pero el mundo ha evolucionado y si bien quedan bolsones de retrógrados listos para pasar a María Eugenia Suárez por la guillotina del prejuicio, una refrescante y cada vez más numerosa corriente de pensamiento milenial celebra que la protagonista del “Hilo Rojo” haya tenido la valentía de invitar a salir al chico que le gusta. 

El mensaje en el que la China le propone a Icardi “vos y yo deberíamos irnos de joda a un lugar donde nadie te conozca” habla de liberación femenina y de un afán legítimo que debería ser el motor principal en la vida de los seres humanos: la búsqueda de la felicidad.

Vale concluir que estamos ante una actitud superadora de aquellas supercherías del siglo XX según las cuales una mujer debía esperar que el muchacho se dignara a romper el hielo para iniciar una relación. 

Y si esos signos de emancipación femenina se manifiestan en un contexto socioeconómico tan aciago como el que les toca hoy por hoy a los argentinos, mejor todavía.

Ayer cumplió años el rockstar más aclamado de la historia argentina. Carlos Alberto García Moreno, el inmortal Charly, sembró los últimos 50 años de cultura popular con poesía que conjuga valores como la solidaridad, la lucha por las causas justas, el reconocimiento por los mayores y el derecho de la gente a vivir en un estado de crecimiento espiritual constante.

Charly García criticó la grasa de las capitales, escribió la canción para su muerte, predijo la extinción de las dictaduras, se defecó sobre las solemnidades y amó incondicionalmente a Mercedes Sosa y a Luis Alberto Spinetta. Pero por sobre todo abrió la cabeza de las nuevas generaciones que por fin, encabezadas por esas mujeres que se atreven a enfrentar a sus abusadores, construyen su propio camino a la felicidad con lo que tienen a mano, como pueden y aunque tengan todo en contra en una Argentina maravillosamente injusta.

“Hay tanta gente sola, hoy tanta gente llora, por eso diseñé la máquina de ser feliz. No tiene que hacer bien, no tiene que hacer mal, (la máquina de ser feliz) es inocencia artificial”. Gracias Charly. Y por qué no, gracias China Suárez.

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