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Caía del cielo una lluvia de palabras

Ser únicos con minimizada oposición. Tener toda la voz y la contundencia de taparla con el principio del relato, desmesurado, y con todas las fuerzas.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Parecía increíble. Pero llovían palabras. Esa mañana arrancó con la sorpresa de vuelos muy bajos, depositando palabras como quien tira semillas para que habiten los surcos. Fue durante el primer gobierno de Perón, recién instalado en el poder. Eran cartillas, pequeños libros con 5 o 6 hojas, a todo color, con una diagramación y dibujos casi reales, que se prestaron a esa “artillería” destinada a concientizar de cualquier manera. Era el lanzamiento del Primer Plan Quinquenal. Una programación de obras por cinco años. Palabras contenidas con una singular persuasión, lanzadas para un público no acostumbrado hasta entonces a ese vuelo de pájaros de papel.

Los dibujos contenidos para explicar eran perfectos, pero no parecían ser de los grandes ilustradores de avisos, como Pereyra, Vieytes o Julio Freire. De todas maneras cumplían su rol comunicacional. Decían ya entonces, que eran ideas de un tal Raúl Alejandro Apold, recién acomodado en la Subsecretaría de Informaciones de Prensa de la Nación. Muchos establecen que se trataba del “inventor del peronismo”, tal como reza el libro de investigación de la autora Silvia D. Mercado, quien le agregó un subtítulo elocuente: “Raúl Apold, el cerebro oculto que cambió la política argentina”. Porque a partir de allí, toda información era como un paquete con moño y todo, perfecto, elocuente, en que se percibía el latido vibrante de esa forma de hacer propaganda política, enfática y urgente. Se compraron radios, diarios, se trató de cubrir todos los flancos con un golpe total y certero, de repente e inmediatamente, como los flashes informativos que guardan el sorpresivo shock, pero más que nada el cambio de opinión. Principios publicitarios que dio sus frutos; algunos medios gráficos adquiridos por terceros, como el 51 % de las acciones de la Editorial Haynes, responsable de la edición de El Mundo, Mundo Argentino, Selecta, El Hogar, Mundo Deportivo (en formato gigante en cuanto a tamaño y cantidad de páginas profusas de fotos), Mundo Agrario, Mundo Radial (con la misma filosofía de Mundo Deportivo, abundante de lectura e ilustración), Caras y Caretas. Como correspondía al giro político, se agregó Mundo Peronista y “PBT”, todas con una mirada política no acostumbrada. Se suman a la compra: La Razón y Noticias Gráficas. Era notorio, destruir a la oposición con la voz cantante que esa gigantesca rueda periodística puesta en movimiento, ponía en vilo. Fue tal la ola fabricada que hasta los artistas caían por partidismo o pánico de perder su trabajo. Cuentan los hechos, la angustia vivida por el autor Enrique Santos Discépolo, que acosado por Raúl Apold ante el fracaso de “Pienso y digo lo que pienso”, escrito por Abel Santa Cruz y leída por el actor Luis Sandrini, no dio los frutos esperados, siendo necesario optar por otro camino. Es así que es ofrecido a Discépolo, quien al principio se niega ante la realidad de sus múltiples tareas como director del Teatro Nacional Cervantes y la puesta de la obra “Blum”, además de la filmación de la película “El hincha” con Diana Maggi, pero ante la insistencia de Apold accede. Es lanzado así el ciclo con la performance de que el supuesto personaje de enfrente, es decir la oposición, pasó a llamarse “Mordisquito”; por supuesto que el monólogo radial fue un éxito partidario. Cuenta la autora Lucía Gálvez en su libro “Romances de tango”: “El episodio más terrible ocurrió cuando Orestes Caviglia —actor de valía— en un momento de justa indignación provocada por una arbitrariedad del régimen peronista, encontró a su amigo por la calle Corrientes, a la salida de ‘Blum’, y en lugar de responder a su saludo de brazos abiertos, lo evitó y escupió para un costado murmurando: ¡sos, una porquería! Tania y Alba Solís, que lo acompañaban, tuvieron que sostenerlo para que no se cayera”. Esto desencadenó una depresión agravada con la suma de otros colegas que se alejaron de él por el protagonismo político asumido, distante de la figura del gran autor. Alguna vez, detectando el cambio de actitud en el mensaje y el manejo desmesurado de las palabras que esta forma publicitaria había estrenado, el dirigente socialista Américo Gioldi dijo: “En diarios y revistas y discursos abundan términos como hordas, turbas, masas… más mental que física”. Hay una verdad que detecta la alta presión de esa puesta, cuando un amigo de Néstor Kirchner, ya presidente, que conoció a Raúl Apold, le dijo: “… el mayor logro de Perón no habían sido las obras públicas o la política social sino el aparato de propaganda del Estado, motorizado desde la Subsecretaría de Informaciones y Prensa”. Así lo expresa en su libro la periodista Silvia Mercado. Apold explicó el método (que debe ser simple, objetivo permanente, perfectible como lo expresara Perón en el curso de conducción política): “Crear un clima, una conciencia y un campo de cultivo tan agresivamente prevenido y armado de autodefensas ante las maniobras y las tácticas opositoras que estas, de manifestarse, lejos de prender y arrastrar a una parte del pueblo, fundiendo la oposición sistemática con fracciones de descontentos ocasionales, aísle a la oposición, la muestre en su total desnudez, y así, aislada del pueblo y desnuda de disfraces, puede ser señalada como enemiga del bienestar de los argentinos y de nuestras perspectivas de grandeza nacional”.

Es más, el fanatismo y la desubicación de algunas expresiones forjadas por el relato sistemático lanzado por Raúl Apold, forjó muletillas y expresiones que colmaban lo lógico, en las peleas llevadas a cabo en el Luna Park, por José María Gatica; siempre que ganaba decía: “El triunfo se lo dedico al general Perón”, como un todo que justifica hasta lo impensado. Se pregunta la autora, como me lo pregunto yo, “¿por qué cada tanto en la Argentina aparecen gobiernos que se sienten obligados a tener todo el poder? ¡Porque no pueden compartir el poder con otros actores sociales, como el periodismo, por ejemplo, tal como sucede en tantas partes del mundo?”. Yo lo viví, mi padre lo sufrió. Como era adicto a los medios, si bien chico, específicamente a la radio, la gráfica y el cine, tuve el desagrado de conocer en vivo y en directo esa forma invasiva de poder, grandes concentraciones, discursos permanentes y continuos, excesivamente prolongados, libro que teníamos que leer obligatoriamente en las escuelas, una puesta en escena de una forma particular de expresarse. Los argentinos somos apegados a la figura y no al contenido, a la presencia y no a la moral, a las promesas y no a los hechos, a las peleas y a las contradicciones, a la mañana se anuncia y a la tarde se cambia, a la desmesura y no a la realidad, no fortalecemos la construcción de entidad ni seriedad, y el relato como entonces se expande como las siete plagas de Egipto. María Elena Walsh, una observadora que plasmaba la realidad en poesía para que resulte menos dura, pero no por ello dejar de ser realidad, acuñó una frase que es tal cual, que nos pinta siempre como niños crédulos y torpes en un texto de mea culpa titulado “Desventuras en el país jardín de infantes”. Finalmente, cuenta la historia que este raro hombre gris, después del 55 desapareció del escenario, pero confirma que fue él y no otro, el que catapultó un movimiento que dio lugar a la propaganda más avasallante en materia política. Siempre miro el cielo por si se repite la lluvia de palabras que el Plan Quinquenal puso por primera vez como prueba piloto de un relato exacerbado que, desde entonces, se lo utilizó despiadadamente. Creo en el mensaje donde todos participan, como prueba irrefutable de que hemos aprendido la lección, como acceso al libre derecho de la opinión, como cabe a un país en democracia. El poder no es tal sin el opuesto y no es el relato lo que triunfa, sino la verdad saludable e inobjetable. Certeza, no ficción demagógica.

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