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Orgullo

Por José Ceschi

¡Buen día! Hay muchísimas imágenes asociadas al orgullo. “Los soberbios -decía Quevedo- son como el humo, que cuanto más se levanta, más se va desvaneciendo en menores globos, no dejando otra señal de sus caminos, sino tizne y hollín”. Un botón para muestra.

¿Usted conoce el “Médico rápido y efectivo para achicar la soberbia”? Una página deliciosa que alguien me acercó:

“Diríjase a una zona rural, elija el campo que más le guste, desnúdese y espere a que anochezca. Cruce entonces el alambrado con cuidado de no perder ninguno de los atributos del poder y camine hasta que sienta que está en medio de la soledad más absoluta. 

Una vez allí, levante la cabeza al cielo y mire las estrellas. En ese instante usted -visto desde el espacio- debe parecer una especie de virus instalado en una pelota de fútbol. 

Piense entonces que está parado sobre un minúsculo planeta que gira alrededor del sol, y que el sol es nada más que una estrella pequeña entre las millones de estrellas que usted está viendo y que forman nuestra galaxia. Recuerde, además, que nuestra galaxia es sólo una de millones en el espacio. 

Una vez hecho esto, coloque los brazos en jarra sobre la cintura, en actitud desafiante e hinchando las venas del cuello, grite con toda la voz que sea capaz de juntar en ese momento: “¡Yo sí que soy alguien verdaderamente poderoso!”. 

Luego espere a ver el resultado. Si ve que algunas estrellas se sacuden, no se haga demasiado problema... 

Es Dios que, a veces, no puede aguantar la risa...”. Una simpática ocurrencia que no deja de tener su lección real. “Nadie está más vacío que quien está lleno de sí mismo”, escribió Benjamin Whichcote. La falta de humanidad nos lleva inexorablemente a creernos mejores, sobre todo en relación a los demás. Y en el decir de La Rochefoucauld, “el mismo orgullo que nos hace censurar los defectos de que nos creemos libre, nos lleva a despreciar las buenas cualidades de que carecemos”. 

Finalmente hay orgullosos que son como aquellas veletas: tan pagada de sí misma, creía que era ella la que dirigía la dirección del viento...

¡Hasta mañana!

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