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/Ellitoral.com.ar/ Cultura

Un machete, un carpincho y algunos desaciertos: la historia del artista que no quería ser artista

Desde hace algunos días, un caballo de chatarra tamaño real llama la atención de quienes visitan la plaza de la ciudad de La Cruz. La historia de su autor es sin dudas un ejemplo de amor, confianza y mucho talento.  Por @Veroechezarraga

“Muchos ya conocen mi historia... pero para quienes no lo saben, les cuento:  Tuve un accidente a los 19 años en el campo cazando un carpincho con un machete (no debí hacer eso, y nunca más lo volví a hacer)”. Así comienza el relato de Carlos Uruzola un joven nacido en la localidad de la Cruz que, en un día de cacería, casi pierde la vida durante el episodio que a continuación será relatado en detalle. A 20 años de aquel hecho, Carlos se convirtió en uno de los grandes artistas del interior correntino, realiza esculturas con chatarra transformando así desechos en impactantes esculturas. “Mi escultura más grande mide casi cuatro metros”, contó a El Litoral y agregó, “el arte no estaba en mis planes, el arte fue un plan de Dios”. 

Carlos es simpático, genuino y de una humildad admirable. Hoy, con 32 años el cruceño cuenta entre risas uno de los episodios más dramáticos de su vida. “Si yo no me morí ese día que fui cazar carpinchos, fue porque le pedí a Jesús que me diera una segunda oportunidad, mientras iba a caballo con mis intestinos en la mano le dije (porque yo soy muy creyente), que por favor me dejara seguir vivo y acá estoy” dijo durante una charla telefónica con este diario.  

El relato es fuerte y no apto para impresionables, pero en esta nota se hará el intento de contarlo sin herir susceptibilidades. “Ese día el carpincho al que estaba tratando de cazar con el machete, me mordió entre las piernas, casi me capa el desgraciado (pobre, solo se estaba defendiendo). Yo caigo y me hinco con el machete en la panza, cuando me levanto tenía mis testículos tomando aire y mis intestinos afuera”, recordó en un posteo realizado en sus redes sociales mientras presentaba el caballo de chatarra (tamaño real) que hizo para la plaza central de su pueblo (La Cruz).  

Antes del accidente Carlos estaba terminando la secundaria, tenía materias pendientes y su sueño era entrar a la prefectura, pero la vida tenía otros planes. 

Continuando el relato Uruzola contó que después de “auto apuñalarse” le pidió a su amigo (que andaba a caballo) que lo llevara. “Anduvimos a caballo unos 15 minutos, 3 veces miré mis intestinos, porque no lo podía creer; decía: me voy a morir acá, solo y con 19 años. Más adelante, creyendo que era mí fin, omano, chau tu plata, dijo Mario Bofill ya morirme no me importaba, y por primera vez sentí lo que es la desesperación, porque yo quería despedirme de mi padre. Todos moriremos, pero pocas personas tendrán el privilegio de despedirse, dar el último abrazo, decir el último te amo”, escribió.  

Carlos recordó que aquel día, desde arriba del caballo buscaba a su papá hasta que por fin lo vio, “seguimos, y a unos 100 metros me caigo del caballo porque ya no podía sostenerme más y veo que papá viene corriendo, cuando llega a mí lo miro y digo: te amo papá, gracias por todo”. El camino al hospital no fue fácil, pero después de varios percances logró llegar a Santo Tome. 

“En el hospital me colocan en una sala y el doctor le dice a mis padres que ya no había nada que hacer, que respiraba por las ansias de vivir (gracias bien macanudo jaja) viene otro doctor y les dice a mis viejos que si les autoriza me iba a meter cuchillo, Andres Moratorio, el doctor. Tres horas y media en cirugía, 10 días en la UTI, no tuve ninguna complicación, nada”, finalizó. 

De changarín a artista 

El proceso post accidente duró un año (y no faltaron las complicaciones), pero una vez recuperado Carlos quiso ir por su objetivo, entrar a prefectura. “Tres vece intente entrar y no pude”, contó a este diario, y agregó: “El arte no estaba en mis planes, yo creo que el arte era un plan de Dios”. 

Tras sus fallidos intentos de ingresar a la Fuerza, Uruzola trabajó en distintos lugares, fue albañil, peón, empelado en un aserradero, en un lubricentro, en un hotel.“Un día me canse de cumplir horarios y de que me paguen poco y de los malos tratos, entonces como papá se dedicaba a la herrería comencé a intentar aprender, pero como soy retobado lo hacía cuando el cerraba el taller, no quería que me enseñe nada. Después de que aprendí empecé a pensar en, que cosas podía hacer para vender entones empecé con triciclos porta macetas, hice picaflores, perros, gatos, búhos, después vinieron las vineras y así de a poco me fui animando”, recordó quien hoy realiza imponentes esculturas utilizando lo que los demás tiran.  

“Las esculturas mas grandes que tengo son tres trabajadores ferroviarios de casi cuatro metros cada uno, hechos totalmente con chatarra”, comentó y adelantó que esa obra estará en el ingreso a la localidad de Torrent. 

Además, hace unos días Carlos presentó otra de sus grandes obras, un caballo tamaño real de chatarra, que actualmente esta en la plaza central de la ciudad de La Cruz (Corrientes). “La chatarra la saca de talleres, basureros y además la gente ya me trae cosas”, explicó.  

A 22 años de su accidente, hoy Carlos agradece por su familia, por su novia Noelia (a quien considera un pilar fundamental en el proceso) y agradece también por haber encontrado su verdadera vocación, “creo que cuando Dios quiere que hagas algo, te va a poner las circunstancias necesarias para que lo hagas”, consideró. 

Vechezzarraga@ellitoral.com.ar 

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