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/Ellitoral.com.ar/ Mundo

Memoriales improvisados tras la muerte de la reina: “Era la madre de todos”

En el primer día sin la monarca, muchos británicos y turistas se acercaron al Palacio de Buckingham para despedirla. Cómo fue la reacción ante la llegada de Carlos. 

Revolucionada, devastada, en shock. Decir que el Reino Unido está de luto es poco. Aunque no hubo un atentado, ni un terremoto, ni un desastre de esa naturaleza, la sensación es como si hubiera ocurrido algo así, una hecatombe. La reina Isabel II murió y ya nada es como antes.

El cambio, abrupto, violento aunque esperado, inexorable, se nota desde que uno llega al aeropuerto. “Todos nosotros en Heathrow estamos apesadumbrados por la muerte de Su Majestad la Reina. Ofrecemos nuestras condolencias a la familia real, al pueblo británico y a todas las naciones del Commonwealth en este momento”, se lee en diversos carteles, por supuesto negros y en pantallas de la estación aérea. Mensajes del mismo tenor dominan las estaciones de subte, las paradas de los famosos ómnibus rojos, y demás sitios de la ciudad, donde fotos de ella, con corona y vestido pomposo, junto a las fechas de los años de su nacimiento y muerte, 1926-2022, hacen que su dramática presencia-ausencia, se viva más fuerte que nunca.

A las once de la mañana de un día que marca una nueva era, un nuevo inicio, sin ella, que ha dejado a una nación y al mundo huérfanos, y con el nuevo rey, Carlos III —que esperó toda la vida este momento y nadie sabe si estará a la altura—, el silencio de un vagón de la línea Piccadilly del metro es impresionante. Nadie sonríe, todos parecen ensimismados en pensamientos de una era que ya no volverá. Tristes. Muchos visten de negro y muchos otros llevan en su mochila, en su mano, en una bolsa, un ramo para ella, The Queen. Hay flores de todo tipo, rosas, lilas, orquídeas, margaritas, girasoles y algunos hasta llevan plantas.

Todos parecen estar cumpliendo una suerte de peregrinación catártica hasta algunos de los palacios reales de esta capital, alguna iglesia, el Parlamento, cualquier lugar institucional donde puedan sacar afuera toda esa congoja, ese dolor, ese ahogo, que llevan dentro. El clima es impactante y no comparable, para nada, al que hubo después de la muerte de Lady Di, hace 25 años, otro evento que marcó a fuego a la casa Windsor. Esta vez las cosas son muy distintas: se terminó una era.

“Estoy devastada, es una pérdida enorme, yo la amaba, estuvo en mi vida desde que nací. Fue una persona fantástica, dedicada a su nación, que antepuso el deber a todo el resto”, explica a La Nación Laurene Way, dueña de un salón de belleza que junto a su mamá, Lorette, viajó tres horas desde Brighton para llevarle un ramo de flores a Su Majestad.

“Hoy aquí no es feriado, se trabaja, pero por respeto cerré mi salón, no podíamos no venir”, dice Laurene, de 29 años, mientras sale de la estación de subte de St. James Park, una de las más cercanas a Buckingham Palace. “Laurene está tan devastada que, aunque está casada, anoche se quedó a dormir en mi casa”, precisa su mamá, contadora de 59 años que también decidió tomarse el día por ella, por la Reina.

El cielo está nublado, de vez en cuando, caen unas gotas, aunque también de repente sale el sol. Una masa de gente silenciosa de todas las edades —madres con chicos en cochecito, jóvenes en bici, ancianos en sillas de ruedas—, avanza por el Mall, en cuyos costados van apareciendo centenares de vallas apiladas. Vallas que indican que algo enorme está sucediendo y sucederá en los próximos días. El objetivo, la meta de esta peregrinación laica es el imponente Palacio de Buckingham, donde toda su vida vivió “ella”. La Reina, que ya no está y que eligió partir en el lugar que más amaba, el castillo de Balmoral, en Escocia. Allí pasaba las vacaciones, hacía trekking por las montañas junto a sus perros, se embarraba las botas saliendo junto a sus amados caballos.

Una ardilla sube velozmente por un árbol, casi histérica, cuando a las 13 locales, en uno de los ritos de este funeral que durará diez días y servirá para que todos puedan elaborar el luto, sacar afuera el dolor, el silencio es roto por el estruendo de la primera de las 96 salvas de cañón disparadas desde diversas partes del corazón de la ciudad. Una salva para cada año que la reina, que sonríe desde las tapas de los diarios y ya no está, vivió, demostrando una apego al servicio, al deber, extraordinarios.

El silencio también es roto por alguna gaviota y por algunos sollozos de una multitud que, en otra forma de catarsis, con su celular levantado de entre la alfombra de cabezas, graba el momento, un momento histórico.

“Sí, Londres está bajo shock, todo el país está bajo shock y para mí era necesario venir porque la reina Isabel fue parte de nuestra nación por mucho tiempo, fue una figura muy fuerte, incluso durante la pandemia, siempre estuvo con nosotros, guiándonos, teniendo palabras de consuelo toda vez que tuvimos problemas y brindó su vida para servir a sus súbditos”, asegura Tristan Roper-Caldbeck, analista de una empresa que aprovechó la hora del almuerzo para acercarse junto a tres colegas con un ramo de flores. “Traje tres rosas fucsias porque a ella le gustaban los colores encendidos”.

No es fácil dejar el ramo en homenaje a la Reina frente a las rejas del Palacio. Hay demasiada gente. Gente de todas las razas, colores y edades. Se ven kipás judías, turbantes musulmanes, skin pelados y tatuados, señoras mayores elegantísimas, mujeres en túnica y velo. Hay tanta gente —entre ella, también, turistas y legiones de periodistas de todo el mundo—, que la señal de los celulares funciona pésimo.

Mientras unos intentan avanzar hacia las rejas para dejar sus flores, sus mensajes, algunos peluches, otros se han instalado y montado virtuales campamentos, como el que surge alrededor de la estatua dorada del Memorial de la Reina Victoria, en la plazoleta que se levanta frente a la entrada principal de Buckingham. Los bobbies (policías) intentan encauzar a la marea humana a través de las vallas. “Por favor, pasen por aquí”, piden, ostentando paciencia, muy gentiles.

(EN)

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