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Remedando la vida

La riqueza de ficción, tiene color, alegría, danza, espectacularidad. Corrientes suma su canto, se “enchamiga” y baila al son del tamboril.
 

Viernes, 16 de febrero de 2024 a las 16:38

La vida siempre se trata de imitar como modelo más próximo a seguir. Está en un sinfín de escenarios que la imaginación ubica de la mejor manera: una novela, una obra de teatro, una película.
O, bien, el carnaval que permite desde su origen el más fiel de los motivos, para ensayar disfraces, bailes, que se les parezcan. O, la vestimenta, como detalle definitorio.
El carnaval, en  Corrientes, siempre ha sido el divertimento que nos permite imaginarnos, estar en otros paisajes de celebración.
Había una antigua casa de disfraces en Buenos Aires: “Casa Lamota”. Todas las figuras que veíamos en el cine o admirábamos en las historietas, estaban presentes en modelos y colores.
Arabes, Piratas, El Zorro, Tom Mix, Superman, Fantomas, Capitán Marvel, Batman, etc., que remitían a pedido por Correo, todo donde allí la imaginación celebratoria del carnaval nos llevara nuestras ganas, o nuestros bolsillos a disfrazarnos de primera.
Casa Lamota, publicaba en las revistas infantiles, “Figuritas” o “Billiken”, una página con los distintos disfraces, talles y precios para que los pequeños nos volviéramos locos, y pidamos a nuestros padres si teníamos la suerte de ser complacidos. 
Como chicos, queríamos acceder a todos. Yo no tenía dinero ni nada que se le parezca, pero sí una madre, que como buena egresada de la “Escuela Manso Noronha”, que me aseguraba la confección de algunos de ellos, conforme mi impaciencia y exigencia siempre me complacía en todo. Es decir a conformar los berretines del niño malcriado.
Por lo pronto, de árabe era posible con una buena sábana, copiando la “Kufiyya” original que se sujeta a la cabeza sostenida por un lazo negro, llamado originalmente “agal”. Era cuestión que por unos días, la sábana cumpliera otro rol, que de la imaginación infinita del carnaval.

Soñar no cuesta nada. El Carnaval permite lograr esos paisajes lejanos, sin olvidar la danza y el canto de un pueblo con capacidad exacta de “remedo”, o cómo fabricar la imaginación, ese ejercicio que por pocos días compartimos con “Momo”.

Como vemos era un poco medio solitario, sin la aparatosidad y magnificencia de hoy, bastaba con pegar algunas vueltas por el barrio con amigos, suficientes para dar celos a los que apenas llegaban a un bonete, ya que la timidez no me permitía hacer mucha exhibición, eso era el límite.
Cómo la cosa fue evolucionando como espectáculo más allá del consabido baldazo de agua, o las chupitas que nos enardecían y más de una vez terminaban en trifulcas, se fueron dando otros tonos y alcances jamás imaginados. Sin olvidar a los participantes infaltables entonces: la serpentina, y el papel picado.
Hubo, previo al esplendor de cada año, un carrocero correntino, un especialista en carrozas que dominaba el oficio del yeso y el papel maché como de la madera misma, como el diseño, llamado Marcos Astaray que, dada su trascendencia artesanal fue contratado algunos años para que construyera en la Fiesta Nacional de la Vendimia en Mendoza, mucho antes de la explosión carnavalera moderna de Corrientes.
En los corsos en la Avenida Costanera, inolvidables e irrepetibles, en los primeros en ese ámbito, el desfile fue creciendo y los motivos aumentando la imaginación.
Antes, lo fueron en pleno centro, porque asistí con familiares, teniendo 5 o 6 años de edad. Bajaba desde Carlos Pellegrini por San Juan hasta Junín, y de allí hasta la Plaza Cabral.
Pero convengamos, que el impulso final de los Carnavales Correntinos se dio con el advenimiento de dos tradicionales familias Rasmudssen y Zanabria, que le dieron forma, estética y sonido.
Cada cual formó la suya: Ará Berá por un lado y Copacabana por el otro, constituyendo desde entonces unas poderosas Escuela de Samba que, en secuencia permanente ejecuta enganchado los temas que conforma cada repertorio, símil a las baterías del Brasil y con parecido ritmo.
De a poco comenzaron a trascender, en principio el espaldarazo que significó el lanzamiento de un disco de larga duración, producido con la inspiración poética de Osvaldo Sosa Cordero, que en 1966 ganó la calle bajo la denominación: “Corrientes Capital del Carnaval Correntino.”
Amén de las respectivas Escuelas de Sambas de las poderosas Ará Berá y Copacabana, participaron las voces de artistas consagrados: Ramona Galarza, Hernán Figueroa Reyes y María Elena; material que fuera grabado en directo en el Teatro Oficial “Juan de Vera”.
Algunos de los temas registrados, eran los que había compuesto para Ará Berá, Copacabana, Frou y hasta Losa Dandys. Podemos recordar algunos títulos: “Chaque chachaque”. “Se fue la luna”, “Rubia de Copacabana”, entre otros.
Como decía una de las canciones compuesta por Sosa Cordero: “Corrientes, la bien llamada Reina del Paraná. / Aquel que gozó tu carnaval, no te podrá olvidar.” /
Tengamos en cuenta que amén de lo netamente folklórico Osvaldo Sosa Cordero tenía en su haber candombes que tienen mucho que ver con el Cambá Cuá, como epicentro afro-americano generador motivacional del popular barrio : “Cambá Cuá”, pero también compuso, “Charol” que popularizara Alberto Castillo y lo llevara al disco.
“Mozambique”, “Yumbambé”y “Café”, completan la buena cosecha que la cultura correntina, a través de sus artistas han mantenido incólume.
Un calificado circuito de artistas nacionales y locales, soportaban semejante peso rutilante animando bailes memorables como los del Club San Martín, y el famoso jueves de Carnaval con el “Baile de Mamarrachos”.
Lo que felizmente no ha cambiado ha sido su gente que alimenta año tras año, con jornadas de asfixiante calor, el trabajo minucioso de quienes le ponen el hombro por el solo orgullo de mantener vivo el sueño y la imaginación.
Soñar no cuesta nada. El Carnaval permite lograr esos paisajes lejanos, sin olvidar la danza y el canto de un pueblo con capacidad exacta de “remedo”, o cómo fabricar la imaginación, ese ejercicio que por pocos días compartimos con “Momo”.

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