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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Los espíritus del Hospital de Campaña

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”, Moglia Ediciones.

Se han dicho tantas cosas sobre el Hospital de Campaña, lo único de lo que no se puede dudar es que los que allí trabajan son verdaderos héroes. Lo digo bien: héroes en una guerra sin cuartel, donde el enemigo se esconde en la nada, reproduciéndose gracias a grandes irresponsables que no aceptaron límites a sus presuntos derechos. 

Y digo presuntos porque todos los derechos están sujetos a las leyes que reglamentan su ejercicio, no se vacunaron, fueron a fiestas clandestinas, siguieron de chirigotas, cuchufletas sin barbijos, desde el más encumbrado hasta el más infeliz; así contagiaron a sus padres, esposas, hijos… 

y la muerte bailó su danza triunfal con estos proscriptos voluntarios. 

Lo triste es que, pasada presuntamente la tormenta, la muerte nuevamente se ensañó con los no vacunados; en 2022 los que no completaron su vacunación y los que no se vacunaron. 

Durante la lucha cayeron muchos titanes y pacientes, todos tenemos muertos para llorar. Los héroes tuvieron muchas bajas, los que dependíamos de ellos también, el dolor se generaliza, la muerte se banaliza, la ausencia de duelos, ritos funerarios, nos metió en un callejón oscuro, tenebroso de encierros y limitaciones. Aprendimos de pronto lo que es un ghetto o campo de concentración, sin compararlos con ellos por supuesto. 

Tengamos empatía, coloquémonos en la situación de los pacientes, con sus largos días con sueros y remedios insertos en su cuerpo, oxígeno para ayudarlos a respirar, el llanto silencioso sumado al llanto estrepitoso; la desesperación del personal en igual escenario, que con tal de distraer al menos un instante a ese enjambre infectado de humanos algunos cantaban, otros contaban chistes, se ayudaban en una solidaridad increíble unos a otros. Enfermos y no enfermos en un tablado que a nadie le recomiendo vivirlo como protagonista. 

Sí había posibilidades de enviar mensajes a través del celular, intentando calmar a los suyos; los parientes pretendiendo lo inverso dándole fuerzas, en muchos casos 

terminaba de pronto, silencio total, oscuridad… el bote de Caronte cobró su precio. 

El temido informe: “lo pasaron a terapia intensiva”, donde muy pocos sortearon el escollo, la mayoría se hundió en las profundidades oscuras de la mar de la muerte, Caronte los llevó en su barca al portal de los difuntos. 

Muchos fueron los testigos que observaron, cómo de los cadáveres salía esa columna de humo descolorida buscando un viento o una ventana abierta para escurrirse hacia su nuevo plano. No la había, el espacio es cerrado por muchas razones plenamente justas, el calor o el frío necesitan regularse en esos lugares. Quedaron atrapadas las almas, los llantos de sus familiares, rezos, lamentos, ritos funerarios alejados tristemente, espíritus en pena vagando desorientados; sumado a ello la desazón de quienes lucharon tanto para salvarlos, marco de una tragedia infinita, llantos escondidos de frustración y dolor. 

Los cuerpos materiales ya sin sus almas fueron incinerados, sin perder el tiempo. No había espacio, ni era correcto desparramar el virus en velorios, que por los que hemos visto, siguen la mojiganga cuando se permitieron algunos; meta charla nomás, sin barbijos, a los abrazos, besos y después a correr a hisoparse, total es gratis. 

El chamamé sonando a lo lejos, el carnaval floreciendo, mostrando sus caras más tristes, justas e injustas, “partió al mundo de lo desconocido”. Al compás de ambos espectáculos fueron muchos los que después de las comparsas se incorporaron a la nueva agrupación Los muertos vienen marchando. 

La muerte cansada de tanto trabajo en la ciudad e interior de la provincia decidió de pronto, hacer una fiesta en su propio homenaje y se dijo a sí misma: “Voy a dejar espíritus ambulando por los pasillos, baños, salas, patios para esos que murieron, alejados de la mirada de sus familiares, privados de toda unción religiosa, cariños, conexión espiritual en el trance dramático de partir al otro plano, “La muerte en soledad, como afirma un profesor de la Sorbona, Philippe Ariès, es la más tremenda para un ser humano, falta la mano que ayude a decir adiós”. 

El fluir de energía que llamamos alma, espíritu o como sea, no encuentra el camino de regreso, al polvo de las estrellas que lo generó busca, pero halla ventanas cerradas, espejos que no fueron tapados, nadie que dijera una oración en su oído, en su padecimiento final, ni siquiera los dioses de un lado y los diablos del otro, pudieron disputárselas. Quedaron allí sin conocer el sendero del otro barrio, arriba o abajo, a la derecha o la izquierda; se preguntan, confraternizan entre sí para darse ánimos de paso como propina lastimera, quieren conectarse con quienes los atendieron bien, los animaron en su desdicha, pero no lo logran a veces porque están muy ocupados. 

Al comienzo el personal del Hospital de Campaña se espantaba, ahora no distinguen si el que les pide ayuda es un vivo o un fantasma, las corporizaciones son habituales, por ende deben seguir adelante con la vocación, la valentía más allá del deber, no tienen tiempo para andar 

discutiendo cuestiones que no entienden ni pueden medirse, pesarse, etc. 

En los baños que utilizan los enfermos de la sala común, muchos de los internados reconocen que recibieron ayuda de un extraño que les aparecía iluminado, sonriéndole, susurrándole una música desconocida, “casi angelical”, dijo otro, “nunca lo vi y me ayudó”. 

No todos son iguales, algunos que en vida no fueron buenas personas no aceptan su estado espectral, reclaman sus cosas. A una pobre médica, joven recién incorporada al equipo, se le apareció un fantasma bastante oscuro reclamándole el reloj y una cadena de oro, expresándole con una voz que parecía que salía de un hueco, que tenían mucho valor para él. La buena muchacha no sabía qué hacer, consultó con la psicóloga del hospital quien la confortó, explicándole que algunos quedan prendidos en esta esfera o plano por sus bienes, de sentimientos, ni qué hablar, no entienden que se viene al mundo sin nada y se parte sin nada. A partir de allí, cada vez que se cruza desgraciadamente con la aparición, le responde: “están bien guardados en la caja fuerte, para que usted cuando se vaya los retire”, el ente se retuerce y desaparece. 

Sabido es que abrir las ventanas tiene sus ventajas, forma parte del rito funerario, como tapar los espejos; la energía que sale del cuerpo del difunto fluye hacia el exterior buscando su derrotero, posiblemente se dirijan hacia lugares conocidos, como su casa, su escuela o uno no lo va saber nunca. Los ritos funerarios tienen por finalidad ayudar a los fallecidos a cruzar o bajar del tren de la vida, encontrar el otro camino hacia lo desconocido. 

Son muchos los que se asustan al hablar de la muerte, no deben hacerlo de ninguna manera, es nuestro destino final en este sendero, al menos en este escenario, que hay después sólo los espíritus pueden contarnos. 

Una señora anciana nigromante (con capacidad para hablar con los muertos), internada en el Hospital de Campaña, no termina de agradecer la atención que recibió allí. Explicó con dulce voz que muchos de los espíritus, que seguramente en forma inconsciente invocó, la visitaron, la ayudaron a sobrellevar la tremenda soledad que se vive allí, la desesperación del personal, por mantener la esperanza en todos los internos, la preocupación, el llanto solitario cuando una vida se les va. 

“He visto -expresó- en el patio del hospital llorar a un médico joven, eran estertores, no el llanto plácido, sino el inconsolable”. Ella lo observó un rato, de pronto muchos espíritus astrales, como el cielo despejado de Corrientes, aparecieron sorpresivamente rodeando al muchacho, que por inexplicables razones comenzó a reír, lentamente primero, luego a carcajadas. Una de las muchachas espaciales lo tomó de la mano, lo consoló, expresándole: “te amé desde que te vi, hoy te cuido, como todos los que me acompañan”. El joven médico no podía creer, pensaba que estaba soñando, “veía visiones”, se dijo para sus adentros. 

Al volver sonriente a la sala, con toda su armadura antivirus, narró a sus compañeros de equipo que tuvo un sueño. “Me encontré con muchos de los fallecidos, dicen que están bien, hasta una me dijo que me amaba, estará muerta pero era ciega seguramente, porque feo soy, muy feo” y siguió riendo. 

Son los espíritus del Hospital de Campaña que miran con tristeza el comportamiento de los vivos, meta fiestas, chamamé, carnaval, candombes y chuscadas. 

Es cierto que la vida sigue, nadie lo duda, sin embargo, pienso que la naturaleza cobra su precio por tanta desaprensión. La provincia arde como en las viejas piras, que levantadas en muchos tiempos por los hombres y en las que injustamente se quemó a tanta gente en nombre de dioses extraños, de los tantos que tuvieron los seres humanos. Desde hace más de cincuenta mil años atrás, dioses que caprichosamente exterminaban a sus criaturas, muy pocas con justicia, la mayoría por haber nacido diferentes, pocas por el fin del ciclo natural como es la ley eterna de este mundo.

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