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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Una narrativa que se ancla y respira en el ritmo de las palabras

Por Carlos Lezcano y Ernestina Perrens

Especial para El Litoral

 

Jorge Consiglio es uno de los principales escritores de la escena literaria contemporánea. Una voz narrativa precisa, lúcida y poética nos permite habitar el mundo con mayor intensidad. Consiglio obliga al lector a entrar en estado de tránsito, entre lo que no es más y lo que puede llegar a ser.

Su prosa mantiene un ritmo y movimiento propios que se tensa exigiendo al lector ir más allá del texto, abriendo nuevas líneas de sentido. 

En sus obras combate cierto adormecimiento, letargo de vivir elaborando de una manera singular la experiencia. Se interna en lo desconocido y misterioso de la rutina donde encuentra un espacio propio, siempre al margen, desde dónde mirar el mundo.

El núcleo de sus sus historias dan cuenta de un irremediable silencio que condensa un valor precioso, absoluto. 

La vida se encuentra ahí, en ese silencio que separa una frase de la otra y bordea así los límites del lenguaje.

Publicó “Pequeñas intenciones” (2011) que obtuvo el II Premio Nacional de Literatura y el Primer Premio Municipal de Novela. También publicó “El bien”, ”Gramática de la sombra” y en Eterna Cadencia “Hospital Posadas”, ”Tres monedas”, ”Villa del Parque”, y “Sodio”. Este semestre publicará la novela “La Circunstancia” editada por Eterna Cadencia.

Alguna vez te preguntaron cómo escribiste “Pequeñas Intenciones" y hablaste de una intimidad dialógica. Eso me gustó mucho. La escribiste en bares. Una especie de “vivir de oído” donde aparecen esos otros márgenes. Contanos algo de esto. 

Pensé en la intimidad dialógica teniendo en cuenta dos cosas. En principio, la novela está escrita en segunda persona y ese tú hace que el primer interpelado sea el lector. Parece que el personaje le estuviera hablando al lector. Y en segundo lugar, tenés razón, en esa época trabajaba muchísimo en bares. Trabajaba de visitador médico y estaba en la calle ocho, diez horas. Entonces, escribía donde me sorprendía un huequito en el trabajo, en bares. Tenía la fantasía de que todo lo que ocurriera, todo mi contexto, de alguna manera se tradujera en la escritura. No solo en la materia narrativa, no solo en la trama, sino en el sonido de lo que estás escribiendo, en tu propia prosa. Por lo menos esa era mi fantasía. Siempre pienso que las cosas que están en torno a nosotros, nuestro contexto, se traduce en un sonido en la escritura. Pensaba cómo sonará la pandemia en los textos que fueron escritos en ese tiempo. No me refiero solamente a la historia, sino específicamente a la sintaxis. ¿Cómo se escuchará la pandemia en la escritura?

La música está presente en tu literatura. De qué manera se manifiesta. 

Soy bastante melómano, y de hecho, antes de la escritura, tocaba flauta traversa, con lo cual creo que mi preocupación por el sonido tiene que ver con ese pasado medio sepultado que tengo de músico. En realidad la preocupación por los sonidos también es la preocupación por los silencios. Cómo articular esa acústica en los textos es algo que casi me neurotiza y por eso reescribo y reescribo. Voy hacia atrás, pensando justamente en cómo se logra eso, cómo se da a luz ese sonido y al mismo tiempo ese silencio. Estoy pensando en Rulfo, que maneja los silencios de una manera tan elocuente que con todo lo que no dice, dice el doble. Con todo lo que omite multiplica el significado de sus textos. 

El silencio surge del último sonido en una canción. Uno puede escuchar el silencio luego de escuchar el último sonido. Y el silencio abre a otro mundo.

Totalmente, da contexto al sonido y además multiplica las reverberaciones de lo que escribimos. Tienen que ver con lo que no se dice dentro de un texto. 

Y los ritmos, sus tiempos. 

En literatura parece que estos dos elementos, el ritmo y el tono, estuvieron restringidos a la poesía. Pero quien hizo un intento por escribir cualquier texto sabe que no, que en realidad el ritmo y el tono son dos elementos constitutivos de la escritura en sí. Por eso escuchar música, desde mi punto de vista, como ver cine, es clave para la escritura. Resulta indispensable. La música que escuches va a impactar en tus textos.

Por ejemplo el jazz, la influencia no solo la tendría específicamente  el ritmo y el tono, sino que también se podría pensar que el jazz tiene una relación directa con los nuevos fraseos en las tramas. Esa apertura hacia historias que en realidad derivan, derivan y derivan y salen de esa estructura un poco más clásica que tiene que ver con la maduración de un final determinado. O sea que son pura deriva. Puede pensarse eso como una nueva idea de la intriga a partir del jazz. De esos fraseos y de esas improvisaciones. 

 

En tu libro Sodio donde la natación atraviesa el texto escribís  “nadar una abrazada, respirar otra abrazada, fundaron mi estrategia de supervivencia, un blindaje frente al incierto porvenir”. Hay un nadar-escribir. Un ritmo, una manera de estar a flote en lo inestable. Controlar de alguna manera lo incierto.  Alicia Genovese, dice que nadar es hablar con la respiración. ¿Cómo aparece esto en tu escritura? ¿Qué pasa con el cuerpo, la natación, el agua? 

Mira, creo que la ficción, es específicamente una autobiografía indirecta como decía Juan Martini. Hay algo ahí con respecto a la natación y con respecto al mantenerse a flote, que podría mirarse también como mantenerse a flote en a vida, más allá del ritmo que por supuesto ahí tiene que ver con la recurrencia de un mismo movimiento. O sea, esos hábitos repercuten en la escritura. Pensemos en que cuando confrontás con la escritura, confrontás con una normativa que te acota a los movimientos aunque no te impide poder transgredirlos. Podemos poner puntos donde se nos cante, podemos de hecho escribir sin puntuación, sin embargo la normativa pervive.

El tema es qué haces con esa normativa, qué haces con esos hábitos, cómo los repetís para mantenerte a flote en un texto para que ese texto en algún punto suponga una intriga que haga que tu lector quiera seguir leyéndote. A mí eso me preocupa. En ese sentido podríamos encontrar en la natación una analogía. Esa repetición de movimientos que en realidad supone una normativa, en algún punto la podés replicar o la tenés que replicar en la escritura. Encontrar tu propio ritmo, encontrar tu forma de respirar en ese sistema. Y por otra parte, como se trata en la literatura de representación, está esta cuestión de qué ocurre en la vida. Con las tramas tratás en algún punto de replicar lo que ocurre en la vida. No para dar una respuesta, simplemente porque es inevitable hacerlo. Es muy importante esta cuestión de los hábitos, de la repetición de ciertas cosas. O sea, me da una respiración, me da una contención, me da estrategias de supervivencia. Y me parece que los personajes replican todo este proceso. Esta es una hipótesis, puede ser que no, no lo sé, pero me da la sensación de que los personajes replican esta cuestión mía de la sistematización, de preservarse a partir de la repetición de ciertas cosas. 

 

¿Solo eso?

No, no, esto le da un lugar de seguridad en un marco que es absolutamente incierto pero esa repetición te da una ilusión de seguridad. Vos sabes que a la mañana te levantas a las 7 y media, a las 8 y media estás tomando un mate, empezas a las 9 a escribir. Entonces funciona como un dique de contención, una especie de justificativo vital. Me da la sensación de que los hábitos funcionan así. Hay otro escritorazo que se llama Elvio Gandolfo, que tenía toda una teoría con respecto a esto y “no toquemos nada, lo que funciona no lo toquemos, porque si lo tocamos se genera una alteración en el sistema y a partir de ahí se puede desencadenar una catástrofe”. Las pequeñas catástrofes, lo llamaba él. 

 

Pensaba en Conrad y el “Corazón de las tinieblas”, mientras el protagonista entraba al Congo, los hábitos en el barco era lo que lo mantenía a salvo de ese abismo.

En “Pequeñas intenciones”, hay un derrumbe que termina con una cierta esperanza. Un encuentro del sentido de lo mínimo. Sarlo hablaba de una luminosa oscuridad del libro, que es lo que nos pasa cuando leemos tu libro. Un deseo que nace de un derrumbe.

Mira, yo en ese momento pensaba, por afuera de la trama y me parece que se tradujo en la trama. O sea, hay patrones de consumo, no es novedad lo que estoy diciendo, hay patrones concretos de cómo se debe disfrutar. Si vos escapas a esos patrones, estás condenado a una especie de catástrofe individual que termina en un fracaso pero me da la sensación de que toda esa construcción que hace el personaje, que es una construcción al margen, con pequeños acontecimientos que son celebratorios, no da cuenta de nada. No da por sentado nada. Y si no da por sentado nada, hace que cada acto sea un acto extraordinario. No dar por sentado respirar. Cuando empezás a respirar decís, esto es genial o cuando salís a caminar decís: “Ché, caminar es una tontería, todos podemos hacerlo”. Sin embargo cuando salís a caminar de una manera extrañada, qué es lo que le pasa al personaje, ¡qué extraordinario es esto! o durante los momentos de la comida, cuando se junta con su hermano que tiene cierta discapacidad y se sientan a comer, verdaderamente ahí hay una ceremonia porque se desautomatiza de lo cotidiano. Eso que es sentarse a comer que todos damos por sentado, esos dos personajes en el medio de la nada comiendo, lo convierten en extraordinario. Me parece que a partir de ahí hay todo un sistema de bienestar que tiene el personaje, un sistema de bienestar que en el medio de esa cosa tan oscura y tan aparentemente catastrófica que es su vida, tiene sus momentos que para su contexto, son invisibles o son injustificables de celebrar. No tenés nada que celebrar, podría decirle el sobrino. Sin embargo, el tipo descubre esos pequeños momentos. 

 

Muy becketiano, ¿no?

Muy becketiano, sí, es cierto pero estaba pensando en algo más acá. Hay una película de Leonardo Fabio que me encanta, que se llama “Soñar, soñar", en la que labura Gianfranco Pagliaro y Monzón, es extraordinaria. En una escena los dos, que son héroes muy golpeados, con un dinero que les llega a partir de no sé muy bien qué (creo que de un pequeño hurto), comen un pollo,  en una especie de altillo en la mitad de la ciudad de Buenos Aires. Completamente solitarios en ese altillo y siempre me pareció, enormemente celebratoria esa escena por la construcción de la intimidad. Estaba ahí, tal vez como los primeros cristianos, estaban en esa torre de babel, comiendo ese pollo.

 

Alan Pauls en “Fallar otra vez”,  habla de un vínculo entre el síntoma y el estilo del escritor. Una afinidad secreta, como si fuera una huella digital del escritor. Ese error donde nos dejamos caer, que no es cualquier error, que tiene la forma, la consistencia y la temperatura de nuestro deseo. ¿Cómo es bancar ese lugar? ¿Cómo es quedarse en ese lugar? ¿En cada libro te aparece algo distinto, o es siempre ese mismo lugar?. Es casi una pregunta de terapia.

Es que es una pregunta de terapia. Claro, me parece que es un poco las dos cosas, porque de alguna manera siempre uno tiene la ilusión de que se corrió de su obsesión. Te decis “estoy hablando de otra cosa de lo que hablé en la novela pasada, o estoy escribiendo otra cosa” de la cual escribí. Y me doy cuenta de que no, de que siempre más o menos estoy reescribiendo lo mismo, manifestando el mismo síntoma, pero con distintos artilugios, o con distintas tramas. Pero por lo general, siempre lo repito. Pauls habla de Proust y de Joyce, esta cuestión de la recurrencia de la escritura, de volver y volver tratando de ser fiel a vos mismo. Es decir, subrayando tu error, que en algún punto ese error es la manifestación más clara de tu síntoma. Subrayándola, lográs tu voz. 

 

Jorge Consiglio es un excelente lector, lo atraviesan Piglia, Onetti, Borges. ¿Cómo se juega tu conciencia de lector a la hora de escribir? 

Creo que está siempre presente. Hay una figura que es la de Palimpsesto, que son esos papiros egipcios. Vos escribías, y para reutilizarlo se pintaba encima y escribías. Y cuando preescribía mi escritura, se pintaba encima y así sucesivamente. Entonces, a lo largo de los años, esa escritura que estaba abajo va saliendo. Esa pintura se va debilitando y va mezclándose la escritura que estaba abajo con la escritura que estaba arriba. Me parece que eso es inevitable en la escritura, en nuestro oficio. Siempre tus lecturas aparecen reformuladas en lo que estás haciendo. Es inevitable pero por supuesto, reformulado por la propia subjetividad. Es decir, aunque vos quieras escribir como Onetti, siempre está tu impronta que altera todo, con lo cual, ahí estaría el sello personal. 

La fotografía es de Victoria Egurza. 

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