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Claudia Masin o “el deseo de curar y ser curados”

Nació en Resistencia, Chaco, en 1972. Vive en Córdoba. Es escritora y activista feminista y antifascista. Ha publicado once libros de poesía, uno de ensayo, varias antologías y su Poesía Reunida. Libros suyos han ganado el Premio Casa de América de España y el Premio del Fondo Nacional de las Artes. Ha sido traducida al inglés, portugués e italiano y libros suyos han sido editados en España, México, Chile y EEUU.

 

El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de  poemas, su visión de la poesía.

Poética

Creo en la poesía como un modo de reparar el daño. El que nos ha sido infligido, el que infligimos a otres. Es un particular uso del lenguaje que es capaz de invertir y pervertir el sentido de las palabras que nos han constituido, llenas de odio, prejuicios, sentencias y devolverlas al reino de lo vital y de la potencia. La escritura poética -para mí, es el reino del potencial, del “¿y sí?”. ¿Y si las cosas hubieran sido de otra manera, o mejor, y si las cosas pudieran ser de otra manera? E imaginar esas cosas aparentemente dadas e inconmovibles que nos han sido presentadas como verdades desde temprano, es el primer paso para hacerlas entrar en la existencia. Escritura es liberación de la opresión, es dejarse tomar por el lenguaje en lo que tiene de desobediente, de salvaje, de indomable, y responder a su llamado. Es oponerse con todas las fuerzas a que aquello que nos quita el deseo y la vitalidad triunfen por sobre nosotres, oponerse a que las fuerzas que nos debilitan y nos amansan nos terminen por anestesiar, es sentir el mundo en toda su brutalidad, su intensidad, su magnificencia, su belleza. Y nunca dejar de escuchar y mirar a les que nos rodean, sean personas, animales, plantas, seres inanimados. Les otres son el corazón de la poesía, escribir no es una tarea del ego, es un trabajo paciente de traducción de las voces que nos constituyen y moldean. Escribir es estar siempre acompañada. 

Por otra parte, la poesía no puede ser domesticada y ese es su gran poder. Como une niñe, como una bestia del monte, siempre anda desaliñada y libre, dispuesta a jugar o a dar pelea, es un inmenso territorio de disfrute y también el campo donde se libra una batalla. La batalla contra la fealdad y la injusticia de las cosas que nos empobrecen la vida, que nos entristecen, que nos apagan. La poesía es un movimiento constante en la dirección de lo bello y de lo justo, aun si eso implica nadar contracorriente, sobre todo si eso implica nadar contracorriente.

Claudia Masin

 

MUESTRARIO MÍNIMO

 

Lo que saben ustedes

Si no se cura el tronco del espinillo, cubierto de manchas

blancas, marrones, de hongos que se le prenden, si no puede

tragar la savia que sale del sol y recae

en esos organismos parásitos y es a ellos

a quienes alimenta y fortalece, si no se cura él,

yo tampoco. Si no se cura la pata quebrada del perro

que renguea en lugar de correr

hacia el hierro del monte a saciar su deseo

de salir de la casa que no es suya, si no alcanza

a llegar a su casa, yo tampoco puedo.

Si él no llega a la cueva, la sombra del árbol,

la madriguera, la vertiente, el túnel

debajo de la tierra. Si no se cura

la pata de ese perro al contacto con el aire

y la luz, si no vuelve

a su lugar, el que le toca, el que más quiere,

mi fractura no tiene

ninguna chance de soldar. Si no se cura

el ala parda del pájaro carpintero,

si se ve obligado a arrastrarse por el suelo

en lugar de montarse a la corteza y picotearla,

si él no cumple su tarea, si está enfermo,

yo seguiré enferma

para siempre y mi tarea,

que no conozco, quedará

incompleta. Si el pez cebra no puede

regenerar su corazón, la iguana su cola,

el ciervo sus cuernos, el tiburón sus dientes,

sus pinzas el cangrejo, si ellos, que son

sus propios chamanes y por un misterio

inconcebible, saben restituir

lo que no está, si esa

operación de magia no resulta,

yo no tengo remedio. Si vos

no podés hacer que deje

de dolerte

lo que te pasó a los cinco años, si aun ahora

sigue sucediéndote, me seguirá

pasando a mí, estoy desahuciada

si no me convierto en vos y en ellos, si creo

que están afuera, que estoy afuera

de vos, de ellos que son vos, que soy yo,

cicatriz de lo que no fui pero podría

haber sido, hermanos, compañeros,

sin ustedes no puedo

curar ni el más pequeño

de mis males, si ustedes enferman

y mueren, yo misma

enfermo y muero con ustedes.

Que se pueda: todo alrededor

es más fuerte que un cuerpo

humano, todo tiende

a la disolución pero antes

de darse por vencido

se repara a sí mismo una y mil veces de maneras

que no comprendo. Déjenme

verlos un rato más, no hay garantías

de que entienda, pero déjenme verlos:

mirándome a mí misma

quedo sola, y sola cómo haría

para saber lo que saben ustedes.

 

La helada

Quien fue dañado lleva consigo ese daño,

como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar

sobre aquel que se acerque demasiado. Somos

inocentes ante esto, como es inocente una helada

cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,

su necesidad de caer, había esperado

-formándose lentamente en el cielo,

en el centro de un silencio que no podemos concebir-

su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías

vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,

aunque en ese rapto destroces la tierra,

las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,

en el trabajo de mantener el mundo a salvo,

durante largas estaciones en las que el tiempo se divide

entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza

que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces

que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,

porque lo que nos damos los unos a los otros,

aún el terror o la tristeza,

viene del mismo deseo: curar y ser curados.

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