Claudia Masin o “el deseo de curar y ser curados”
El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de poemas, su visión de la poesía.
Poética
Creo en la poesía como un modo de reparar el daño. El que nos ha sido infligido, el que infligimos a otres. Es un particular uso del lenguaje que es capaz de invertir y pervertir el sentido de las palabras que nos han constituido, llenas de odio, prejuicios, sentencias y devolverlas al reino de lo vital y de la potencia. La escritura poética -para mí, es el reino del potencial, del “¿y sí?”. ¿Y si las cosas hubieran sido de otra manera, o mejor, y si las cosas pudieran ser de otra manera? E imaginar esas cosas aparentemente dadas e inconmovibles que nos han sido presentadas como verdades desde temprano, es el primer paso para hacerlas entrar en la existencia. Escritura es liberación de la opresión, es dejarse tomar por el lenguaje en lo que tiene de desobediente, de salvaje, de indomable, y responder a su llamado. Es oponerse con todas las fuerzas a que aquello que nos quita el deseo y la vitalidad triunfen por sobre nosotres, oponerse a que las fuerzas que nos debilitan y nos amansan nos terminen por anestesiar, es sentir el mundo en toda su brutalidad, su intensidad, su magnificencia, su belleza. Y nunca dejar de escuchar y mirar a les que nos rodean, sean personas, animales, plantas, seres inanimados. Les otres son el corazón de la poesía, escribir no es una tarea del ego, es un trabajo paciente de traducción de las voces que nos constituyen y moldean. Escribir es estar siempre acompañada.
Por otra parte, la poesía no puede ser domesticada y ese es su gran poder. Como une niñe, como una bestia del monte, siempre anda desaliñada y libre, dispuesta a jugar o a dar pelea, es un inmenso territorio de disfrute y también el campo donde se libra una batalla. La batalla contra la fealdad y la injusticia de las cosas que nos empobrecen la vida, que nos entristecen, que nos apagan. La poesía es un movimiento constante en la dirección de lo bello y de lo justo, aun si eso implica nadar contracorriente, sobre todo si eso implica nadar contracorriente.
Claudia Masin
MUESTRARIO MÍNIMO
Lo que saben ustedes
Si no se cura el tronco del espinillo, cubierto de manchas
blancas, marrones, de hongos que se le prenden, si no puede
tragar la savia que sale del sol y recae
en esos organismos parásitos y es a ellos
a quienes alimenta y fortalece, si no se cura él,
yo tampoco. Si no se cura la pata quebrada del perro
que renguea en lugar de correr
hacia el hierro del monte a saciar su deseo
de salir de la casa que no es suya, si no alcanza
a llegar a su casa, yo tampoco puedo.
Si él no llega a la cueva, la sombra del árbol,
la madriguera, la vertiente, el túnel
debajo de la tierra. Si no se cura
la pata de ese perro al contacto con el aire
y la luz, si no vuelve
a su lugar, el que le toca, el que más quiere,
mi fractura no tiene
ninguna chance de soldar. Si no se cura
el ala parda del pájaro carpintero,
si se ve obligado a arrastrarse por el suelo
en lugar de montarse a la corteza y picotearla,
si él no cumple su tarea, si está enfermo,
yo seguiré enferma
para siempre y mi tarea,
que no conozco, quedará
incompleta. Si el pez cebra no puede
regenerar su corazón, la iguana su cola,
el ciervo sus cuernos, el tiburón sus dientes,
sus pinzas el cangrejo, si ellos, que son
sus propios chamanes y por un misterio
inconcebible, saben restituir
lo que no está, si esa
operación de magia no resulta,
yo no tengo remedio. Si vos
no podés hacer que deje
de dolerte
lo que te pasó a los cinco años, si aun ahora
sigue sucediéndote, me seguirá
pasando a mí, estoy desahuciada
si no me convierto en vos y en ellos, si creo
que están afuera, que estoy afuera
de vos, de ellos que son vos, que soy yo,
cicatriz de lo que no fui pero podría
haber sido, hermanos, compañeros,
sin ustedes no puedo
curar ni el más pequeño
de mis males, si ustedes enferman
y mueren, yo misma
enfermo y muero con ustedes.
Que se pueda: todo alrededor
es más fuerte que un cuerpo
humano, todo tiende
a la disolución pero antes
de darse por vencido
se repara a sí mismo una y mil veces de maneras
que no comprendo. Déjenme
verlos un rato más, no hay garantías
de que entienda, pero déjenme verlos:
mirándome a mí misma
quedo sola, y sola cómo haría
para saber lo que saben ustedes.
La helada
Quien fue dañado lleva consigo ese daño,
como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar
sobre aquel que se acerque demasiado. Somos
inocentes ante esto, como es inocente una helada
cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,
su necesidad de caer, había esperado
-formándose lentamente en el cielo,
en el centro de un silencio que no podemos concebir-
su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías
vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,
aunque en ese rapto destroces la tierra,
las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,
en el trabajo de mantener el mundo a salvo,
durante largas estaciones en las que el tiempo se divide
entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza
que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces
que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,
porque lo que nos damos los unos a los otros,
aún el terror o la tristeza,
viene del mismo deseo: curar y ser curados.
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