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Mi ciudad y mi gente

Hay autores específicamente de tangos, cuyas poesías están más cerca de la gente. Por eso nos conmueven; llegan a prisa, se quedan para siempre.

Si hay alguien que amó de verdad la territorialidad de Buenos Aires Sur, ésa fue sin dudas, Eladia Blázquez, compositora, cantante, guitarrista y pianista.

El inspirado Julio Nudler hace un paralelismo, entre el sitio donde vivió Eladia Blázquez y el que habitó toda su vida desde el alma, desde su tango “Con el corazón al sur”:

“De hecho, el éxito le permitió a esta artista habitar en el Barrio Norte, uno de los sitios más caros de Buenos aires, pero con ese tango vino a decir que el corazón había permanecido del otro lado.”

Esta mujer nacida un 24 de febrero de 1931 en Buenos Aires, fue una trabajadora prolífica, si bien al principio tuvo que luchar con el fuerte machismo, rápidamente su talento trascendió todos los límites, superando diferencias.

Los hombres en firme provocación la bautizaron: “Discépolo con polleras”, lo que quedó en el olvido cuando irrumpió con sus grandes obras e interpretaciones, que se convirtieron en memorables.

Es autora amén de tangos, de baladas, folklore, y música sudamericana, con una poesía tan Eladia que toca los dinteles de la gloria pronunciarlos, como así también de dos libros: “Mi ciudad y mi gente”, y “Buenos Aires cotidiana.”

Como buena descendiente de inmigrantes, se inició con música española para luego continuar una carrera abundante y riquísima donde su don de canto e inspiración hicieron el resto.

Su autoría da cuenta de títulos que son notorios y por lo tanto no escapan del elogio: “Al viejo río Paraná”, “Río, río”, “Ya me voy, ya me estoy yendo”, catalogados para el género folklórico.

Prosigue con: “El corazón al sur”, “Sueño de barrilete”, “Mi ciudad y mi gente”, “Honrar la vida”, “Que vengan los bomberos”, “Bien nosotros”, “A un semejante”, “Si te viera Garay”, “Viejo Tortoni”, “Con las alas del alma”, “Si Buenos Aires no fuera así”, “Somos como somos”, “Sin piel”, “Prohibido prohibir”, “Si somos gente”, “Convencernos”, “Domingos de Buenos Aires”, “Contame una historia”, “El precio de vencer”. Siempre le cantó al semejante, de igual a igual, a la ciudad del Plata que la vió crecer y en ella trasuntar su alma de bohemia.

Sus letras son un llamado de atención al descuido que préstamos a los valores y que se depositan como palomas a nuestro paso, en el ir y venir de la vida cotidiana, a prisa, pero con sentimientos no revelados coexisten pero no nos detenemos.

Eladia Blázquez lo dijo clarito: “Crecer hasta lograr la madurez, y ser al menos una vez nosotros. Bien nosotros, ¡ Como debe ser..!

Debemos hacernos carne de lo mucho que tenemos: “Convencernos. Y ser al menos una vez nosotros / sin ese tinte de un color de otros / recuperar la identidad / plantarnos en los pies / Crecer hasta lograr la madurez / Y ser al menos una vez nosotros / bien nosotros ¡Como debe ser..!”

Honrar la vida se convierte en un rezo, que desvela la certidumbre de un tesoro no valorado en su justa medida, salvo que las “papas quemen”, allí recurrimos a su eterna dimensión.

“No. Permanecer y transcurrir / no es perdonar, no es existir, ni honrar la vida..! / Hay tantas marcas de no ser, / tanta conciencia sin saber adormecida…/ Merecer la vida no es callar / y consentir tantas injusticias repartidas…/ Es una virtud, es dignidad y es la actitud de identidad más definida. / Eso de durar y transcurrir / no nos da derecho a presumir, / porque no es lo mismo que vivir…/ ¡Honrar la vida..!”

Eladia Blázquez, planteaba a cada paso la incertidumbre del hombre para acallar tantas discordias que las injusticias van configurando la vida, de mar embravecido, muy poca serenidad, más ambición que objetivos claros, depresiones consecuentes.

Sus álbumes discográficos sin llegar al exceso, cumplen ritualmente la ética del mensaje y la estética del canto, por los que todos son más que recomendables. Cada tema es una cuestión de vida latente, una poesía con belleza dispuesta.

La gran ciudad, esa gran mole era motivo de inspiración porque amaba Buenos Aires; amiga de sus amigos, respetuosa con sus iguales y con los otros también, constituyéndose en una pieza fundamental del canto argentino.

“Aunque me des la espalda de cemento / me mires transcurrir indiferente; / ¡Te quiero..! Buenos aires y a tu gente, / y en tu gente, sin querer, te encuentro / me encuentro. / Porque soy como vos, / que se niega o se da, / ¡Te proclamo Buenos Aires, mi ciudad..! /

Creo y repito, el error de las cosas por las cuales los argentinos perdemos a cada rato la brújula. Nos creemos pero no somos. Solo una pintura que la vanidad y las ambiciones fuera de límites, nos llevan a hechos que luego, cuando tarde, lo lamentamos. Siempre llegamos a destiempo de la realidad porque el “dolce farniente” nos atrae mucho más, que la obligación justa y concreta que la ciudadanía se debe.

El revernos siempre es después, nunca antes para estar persuadidos. No importa, luego “lo arreglamos con alambre.” La fiesta se terminó pero antes sabernos convencidos quienes somos, como ya lo dijo cantando Eladia Blázquez: 

“Convencernos / y ser al menos una vez nosotros / sin ese tinte de color de otros / recuperar la identidad / plantarnos en los pies / Crecer hasta lograr la madurez / Y ser al menos una vez nosotros / bien nosotros, ¡Como debe ser..!

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“Convencernos, y ser al menos, una vez nosotros”.