Especial Fernanda Toccalino
Conocí una obra de Andrés el año pasado en el Premio Chaco: el políptico “Caballo, caballete” fue seleccionado y pudimos verlo en el MUBA de Resistencia. Me interesaba, además de su obra, el hecho de que fuera un artista de Empedrado, desconocido para mí. Un hallazgo.
Después de la entrevista que hicimos, y aquí publicamos, con Carlos Lezcano en Todos los Vientos en el programa de radio Unne, quedé con ganas de saber más. Una semana más tarde visité a Andrés en su casa taller sobre la agitada Av. Rivadavia de Buenos Aires.
Me encontré con él, con sus obras y con el misterio por develar que lo caracteriza.
La habitación estaba rodeada de un estante que sostenía gran parte de su producción, muy bien acomodada, mostrando el reverso de los bastidores entelados. Debajo, otro estante con libros mostraba sus gustos literarios, en su mayoría poesía y arte. En su caballete de pintor, una obra inacabada, su paleta, sus pinceles y los pomos de óleo a un costado, revelaban el proceso parsimonioso y dedicado.
Con el mismo cuidado me prepara un té y conversamos mientras sonaba música folclórica de fondo.
Nos tomamos nuestro tiempo para empezar a dar vuelta alguna de sus pinturas, creo que compartíamos un poco de pudor. Sus obras son de medianas dimensiones, entran en el espacio que hay desde el estante al techo.
Me nombra a Alessandro Magnasco, pintor italiano del siglo XVII al que admira, y entonces reconozco cierto parentesco en sus oscuras composiciones de paletas cálidas, de vegetación tupida; lo veo en alguno de sus cielos.
Aunque hace una veintena de años que pinta, Andrés empezó recién en el último año a aplicar a Premios y Salones Nacionales, eso nos permite empezar a verlo en exposiciones colectivas en prestigiosos centros de difusión artística.
No suele vender sus obras, aunque, por supuesto, le encantaría. Pero se gana la vida haciendo bastidores para otros artistas; le va bien con ese trabajo. Me cuenta un poco sobre el proceso, que no casualmente involucra a su papá y a Empedrado, de allí es la madera y es ahí que despliega e imprima los rollos de lienzo en toda su extensión para terminar el armado en su departamento de Buenos Aires.
Me muestra su marca: “Plinio” y me cuenta lo que Plinio El Viejo dice sobre Timantes, que es un artista que "pintaba lo que no se ve", citando una famosa anécdota sobre la pintura de un gigante, que para representarlo sólo pintó un dedo y todo su cuerpo quedaba fuera del cuadro. Andrés busca en la historia del arte motivos y maneras de representar. Visita con frecuencia los museos, sobre todo el Museo Nacional de Bellas Artes.
Abre una carpeta donde guarda una enorme cantidad de dibujos a carbonilla. Ahí están el campo, los silos, los animales, búsquedas personales de representación: el tiempo y el dolor entre otras emociones, con referencias a pensadores que despiertan su interés.
En su mayoría están trabajados al estilo de la manera negra: parte de la oscuridad y con un pincel seco va sacando y modelando el negro lo que permite revelar la escena.
Me aclara que los papeles son de excelente calidad y no hacía falta, porque lo noto. Pero él necesitaba contarme con fascinación, que cuando los vio quedó encantado, que estaban a buen precio y que compró todo un lote, porque ya no se consiguen.
Poco conocía de su obra gráfica: es igual de buena que su pintura.
Era hora de partir. Andrés busca entre las cajas de tesoros y me regala un libro: “Uncinos”. Es una obra colectiva que reúne poesía, pinturas, música y videos, viene con un DVD. Buen papel, buena encuadernación, buen diseño, un objeto realmente hermoso. Cuando lo elogio, él me dice con genuina modestia: “Es una obra de juventud, teníamos todos entre 23 y 25 años”.
“Uncinos” sintetiza las vivencias de nuestro encuentro en Buenos Aires.
Si te decimos que sos pintor, ¿te define?
Sí, en parte sí
¿Naciste en Empedrado?
Sí, así es, yo soy de Empedrado. Fui a Buenos Aires a la Universidad Nacional de las Artes a estudiar la licenciatura en Artes Visuales y ahora estoy haciendo la tesis.
Te decía que lo que me definía era ser pintor, diría que también soy un estudiante escribiendo una tesis, y recientemente jurado de las Becas para Artistas Visuales que da el Instituto de Cultura de Corrientes.
Si tengo que hablar de mi trabajo, diría que hay distintos intereses, pero son importantes los vínculos afectivos con el paisaje, con los objetos, con las personas de mi vida. Los vínculos constituyen un acervo íntimo de imágenes que luego los transforman en mi obra. Me gusta decir que soy como un embudo donde se van mezclando distintas sustancias. A veces está mediado por la fábula, por la historia de la pintura, por el folclore. La cultura en general es algo que está en el ambiente dando vueltas, atacándome con estímulos desde todas partes, y yo siempre estoy dispuesto a que eso influya en mí. Sin embargo, creo que si existe un punto central en el arte y en la vida es el misterio y la sensación de perplejidad que me producen los desconocidos.
Vuelvo a la pregunta por el origen del pintor. ¿Cuándo comienza eso?
Nunca me dije que iba a ser pintor o artista, pero era algo que intuía que podía serlo. Creo que no existe ningún momento de revelación al respecto. Recuerdo que tenía 10 años y la maestra, la señora Pelusa, nos había pedido escribir qué seríamos de grande y dónde nos gustaría viajar. Y mi respuesta fue bastante tímida, bastante temerosa, porque no sabía si quería ser dibujante, si quería ser pintor. Así que escribí que quería ser dibujor. Esa fue la palabra que elegí. Lógicamente escribí también esta palabra porque me daba un poco de vergüenza decirla entre mis compañeros, voy a ser pintor o dibujante. Era algo raro. Quería ser dibujor, y obviamente la maestra me corrigió y me dijo, la palabra es dibujante. Desde luego no lo discutí, pero tenía bien claro que hice esa mezcla de palabras porque me gustaban ambos oficios, me atraían.
Es curioso que me atrajera a ser pintor, porque dibujaba desde muy pequeño pero pintar recién empecé a los 16 años.
¿Y a donde querías viajar?
Quería viajar a Egipto, porque me interrogaban los misterios arqueológicos y leía en algunos libros que me regalaba mi madrina en ese momento. Hace muy poquito ilustré, para el blog de traducción de poesía y ensayos “Navi Fracta”, el famoso poema de Shelley Ozymandias,
que es una obra sobre la fugacidad de la vida, la vanidad del poder, pero con ese misterio del poder pasado, y recordaba justo estas palabras de la maestra de quinto grado.
Comencé a pintar en la adolescencia en el taller de Sorbellini, para lo cual tenía que ir a Corrientes una o dos veces por semana. El que me ofreció los primeros rudimentos del óleo fue uno de sus ayudantes llamado Panchito, que hoy en día lo conocen como Pank, que es pintor urbano y diseñador. Me dijo algo buenísimo: “esto se trata de jugar”. Y es una verdad muy simple, pero yo creo que es un gran consejo.
Suena muy simple
Sí, pero creo que es un gran consejo porque no me condicionaba a lograr algo, sino que me alentaba a explorar. Recuerdo otra premisa clave que me la dio Sorbellini, que me dijo, si querés ser artista tenés que ser observador. O sea, se refería a la parte más práctica, a cierta mímesis sobre la que estaba ejercitando en ese momento, pero lo interpreté y lo interpreto, en un sentido más amplio, como observar sobre todo lo que no se ve. Eso es algo que tengo presente en cada obra siempre.
¿Entonces qué te llevó a ser pintor?
Lo que me llamó a ser pintor no tiene ningún fundamento intelectual, tal vez ni siquiera espiritual en un principio, sino que en el inicio creo que fue súper físico. Lo que me gustaba de esa primera vez que pinté es la sensación que me causaba hundir u oprimir un poco el pincel en la tela y el movimiento de la tela. Eso era lo que yo quería volver a repetir. Incluso los olores de los óleos. Creo que en ningún momento me planteé ser pintor o artista realmente. Simplemente un día me di cuenta que eso era lo que hacía y es lo que hago. Lo que me interesa es pintar una obra en particular y soy pintor irremediablemente por haberla pintado. Yo diría que pintar es lo que me mueve sin demasiada conciencia de si soy o no pintor.
¿Tuviste maestro de plástica?
De niño tuve plástica en la escuela, pero mi relación con la materia fue un poco conflictiva, porque me molestaba tener que cumplir las consignas que daban las maestras. Es decir, cumplía con las consignas, pero algo de más, algo más siempre tenía que agregar. Eso pasaba tanto en la primaria y sobre todo aún en la secundaria, pero no les gustaba mucho a las maestras que agregara algo. En una ocasión, en la primaria nos mandaron a representar la Cruz de los Milagros, y yo hice una cruz súper rudimentaria, como hechas con ramas partidas, de un árbol. Y la maestra me criticó porque me dijo que en ese tiempo sabían trabajar la madera. Lo cierto es que me parecía de lo más aburrido hacer una cruz recta, más aún si es una cruz que pretendía ser quemada. Tal vez imaginaba que siendo de ramas era mucho más inflamable a la tentación de incendiarla.
¿Hubo algún maestro en esa época escolar que te marcó?
Si, tuve un gran profesor en la escuela normal de Empedrado que para mí es crucial y tiene la particularidad de que no era profesor de arte sino que era profesor de lengua y literatura. Se llamaba Carlos María Piragini que era un gran docente. Un apasionado total de su trabajo, de las letras. Sabía transmitirlo y no había lluvia, ni calor, ni huelga que lo detuviera de dar clases. Recuerdo que iba incluso en silla de ruedas hasta su último día. Y hay mucho del interés que él logró transmitirme a mí, a mi hermano que escribe. Me alimentó a querer conocer más, a disfrutar de diferentes experiencias estéticas. Así que él sin duda está en mi altar de profesores que me marcaron.
¿Cuándo comienza el camino más consciente de esto?
Luego de estos primeros tiempos, una vez que me percaté de que lo que pintaba iba forjando un pequeño universo, de que sin pensarlo demasiado ya era pintor, creo que empezó otro recorrido que es más consciente. Creo que en un principio, creaba más por impulso y luego devino una mayor conciencia que me permitió elegir y estructurar un orden creativo más consciente. Pero intentando mantener siempre un equilibrio con ese impulso más despojado, como un modo de continuar siendo permeable a los cambios. Y que es más beneficioso también para mi espíritu. Me di cuenta de que los elementos de mi vida en Empedrado, la cercanía afectiva con los objetos, con el paisaje, con el folclore del lugar, con las personas de mi vida estaban ya ahí, presentes en lo que había hecho. Y pienso que afloran, estas cosas afloran muy espontáneamente, al principio, al menos muy espontáneamente, y luego me voy permitiendo algunas licencias más lúdicas. Es decir, que esto se trata de jugar, y hay que ser observador, diría Sorbellini.
En los paisajes que representas, hay algo de misterio, de inquietud. Pintas al óleo, con colores cálidos, terrosos, oscuros y hay un dedicado trabajo con la luz que crea un ambiente con cierto dramatismo. Se cuentan historias y en general se plantean en series o son polípticos, que es una obra formada por fragmentos, que incluso, modificando el orden de las partes, permite diferentes lecturas.
Sí, ese es el caso por ejemplo de algunas series sobre la fábula, porque la fábula es un género que siempre tiene una moraleja, pero la idea de poder cambiarlo, que no tenga una lectura de izquierda a derecha necesariamente, es algo que me interesa, porque como vos decís, deja abierto a que el espectador también pueda entrar y sacar sus propias conclusiones. No solamente pinto al óleo, últimamente estuve pintando y experimentando bastante con el fresco. Sí, creo que en mis trabajos está el paisaje e intento reproducir un poco, representar. Es importante para mí la palabra representar, como volver a mostrar esas sensaciones de misterio que, desde la infancia, siempre me produjeron, un lugar como Corrientes y un pueblo. La siesta por ejemplo, esas sensaciones.
¿Cuánto de Empedrado hay?
Mucho, muchísimo, está presente todo el tiempo y te digo que subyace a cada obra. Porque, bueno, es por ahí lo más ancestral mío y tiene que ver con esta cuestión también del misterio, de lo misterioso, que es algo que por ahí me devuelve un poco a lo ancestral mío, pero también por ahí lo misterioso que devuelve a uno a lo ancestral del ser humano, a la entraña más humana, a un lugar de incertidumbre donde todo escapa de nuestro control. Pienso que lo que desconocemos lo sacralizamos, de alguna manera, por ser inentendible. Así que yo creo, como decía el poeta norteamericano John Ashbery, que un poema antes de ser escrito es algo desconocido y aquel poema que no lo es no merece ser escrito. Bueno, digo lo mismo, pero respecto a la pintura. Por cierto, otro gran poeta, más cercano a nosotros tal vez porque es del litoral y porque es otro gran adepto al misterio, es Ramón Ayala y él también es, en este aspecto, un referente para mí. Tiene todo que ver con el lugar de origen. Vos que preguntabas qué onda tiene que ver Empedrado, tiene mucho que ver. Y bueno, con Ramón Ayala comparto esa fascinación por el misterio y su fascinación por la vida, me parece inspiradora. Yendo capaz más cerca a otro poeta que me gusta y es correntino además, es Francisco Madariaga, a quien le tengo también gran admiración por ese desconcierto que me produce su uso del lenguaje.
Aprovecho para leer un breve texto que escribiste vos en tu sitio web acompañando el políptico que se llama “La orilla”, “En la ribera barrancosa del Paraná está mi temor reverencial a un río capaz de esculpir el paisaje con el don de la paciencia y la vileza de un tirano”. Hipnótico y despótico, nuevamente la sensación de inquietud que genera esa ribera, ese paisaje.
El río es algo que uno admira al contemplarlo pero que le tenés de verdad tanto respeto que a mí siempre me da un poco de miedo meterme, solo mojar un poco las patitas, no, no, más que eso no.
Tenés mucho interés por la historia del arte, por la literatura y mencionaste que colaboras con un blog.
Así es, de arte y literatura que se llama Navi Fracta, donde mi hermano y un amigo hacen traducciones de escritores, de ensayistas, todos muertos ya, que nos gustan y que nos interesa compartirlo. Mi colaboración ahí es ilustrar poesía y compartir ensayos de arte que son muy interesantes porque una de las ideas es poder compartirlo junto con las imágenes de las que hablan los textos. Porque por ahí algunas de estas traducciones que por lo general no están traducidas al español existen pero uno queda un poco descolocado, ¿no?, tiene que ir a buscar las imágenes, saber de qué está hablando el autor y la idea era un poco que esté todo junto, facilitar, aparte con notas de los traductores. Vale la pena echarle un vistazo.
¿Cuánto de impaciencia hay en tu obra?
Yo diría que no hay demasiada impaciencia, hay paciencia por todas partes, de hecho es el don que más práctico y practiqué desde antes de saber tal vez cómo se definía la palabra paciencia. Pero hay que tener mucha paciencia porque todo el proceso de creación lleva desde bocetos, rebocetos e ir cambiando un poco, como decía, arrojarte un poco a lo desconocido a ver qué es lo que sucede. Y para eso hay que tener paciencia y estar lo suficientemente calmo como para resolver y para descartar.
¿Pintar es develar o ir hacia otra oscuridad?
Creo que casi que son sinónimos, porque en la oscuridad está todo velado, así que diría que ambas.
Nosotros vivimos en Santa Ana y encontramos imágenes que nos son muy familiares en tus obras, como por ejemplo encontrar una pila de ladrillos, objeto que usás con mucha recurrencia, y que no se ve en Buenos Aires donde pasas la mayor parte del tiempo, o un caballete de construcción, realmente creo que son objetos poco vistos en las pinturas. ¿De dónde vienen esos objetos que vos hablaste de que son parte de tu vida afectiva?
Bueno, justamente con estos objetos hay un vínculo afectivo y tienen que ver con que mi papá toda la vida trabajó ahí en la construcción, y ver ladrillos, ver caballetes, ver toda clase de herramientas de la construcción en mi casa es algo súper habitual, aparte de tener que acompañar a mi papá desde niño, por ahí cuando no me podían dejar solo, y jugar con eso, jugar con los pinceles, jugar con toda clase de herramientas. Justamente los ladrillos, aparte de que mi papá trabaja en la construcción, hay ladrillería en Empedrado en todas las riberas del Paraná, así que también viene por ese lado. Para mí la gracia también es encontrarle una salida, no solamente desde la mimesis, sino hacer una pequeña narrativa con estos objetos, cambiar cosas que no se estén usando para lo que fueron hechos. Por ejemplo, en un cuadro que tengo de los ladrillos, en realidad los están utilizando casi como si fueran yengas, entonces este acto de ir y mover ladrillos o de acomodar las pilas, que es algo que me gusta también desde pequeño, o de desacomodar, eso intenté representar.
También hablaste de lo que tiene gracia, y creo que además de ser muy misteriosas e inquietantes tus pinturas, hay una vueltita de tuerca, un poco de ironía, de sentido del humor, alegorías. Por ejemplo, decías que vos querías hacer “una pintura de caballete”, ¿y qué pintaste?
Hice una pintura, de un caballete! Pero por ejemplo es la misma idea que subyace también en la última serie que hice que se llama Ladrillo Fresco, que es un fresco pintado sobre un ladrillo, y representa a una persona mojando un ladrillo, que por ahí también es el trabajo que me mandaba hacer a mi papá, que es el trabajo más básico de mojar ladrillos antes de construir un muro o lo que sea, y es un poco un homenaje también al principio de esa misma obra, Ladrillo fresco. Al acto inicial para llegar a la construcción de la imagen, porque sin haber mojado ladrillos es imposible haber hecho esos pequeños frescos.