Lunes 17de Junio de 2024CORRIENTES19°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$882,0

Dolar Venta:$922,0

Lunes 17de Junio de 2024CORRIENTES19°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$882,0

Dolar Venta:$922,0

/Ellitoral.com.ar/ Cultura

Un lobizón en San Luis del Palmar

Moglia Ediciones. Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”.

Don Pedraza se paseaba preocupado por el piso de tierra del patio, bajo la enredadera de diversas especies vegetales, entre ellas una de uva chinche, bajo el sol ardiente en la primera sección de San Luis del Palmar. 

“Anoche el bicho se enfrentó a los perros, a uno lo destrozó y a otro lo hirió mal, chamigo”, expresó a su capataz don Froilán. 

“Los vi patrón, también desapareció un ternero que pintaba lindo, lo que me resulta raro es que las huellas que deja ni ko son de gente, eso me preocupa”. 

“A mí también chamigo, seguro que encontramos sus huesos cerca de la zanja que corre cerca de las vías del tren Económico, donde está el añoso quebracho que se salvó del hacha por milagro”. 

La conversación se vio interrumpida de pronto por la aparición de la patrona doña Estela, que los mandó a trabajar. “A ver si salen a recorrer el campo carajo, qué hacen acá llorando cuando el bicho ese, negro y feo, hace daño”. 

Ni lerdos ni perezosos ambos enfilaron para sus montados, preparados por otros peones con bastos para el trabajo. 

Cabalgando hacia el zanjón, la conversación continuó sin apartarse del tema, el bicho los tenía preocupados. Al llegar al lugar, Froilán bajó rápido, observó las huellas sobre la arena que rodeaba la aguada, pensativo, sorprendido a la vez. Eran casi de humano. 

“Don Pedraza mire esto”. “Medio se pone feo el asunto, es muy misterioso sigamos con los hierros (cuchillos y revólveres) hacia el matorral donde apuntan los rastros”. 

Al llegar al soto observaron con asombro huesos de diversos animales, pelados blanqueando al sol, era el lugar en que el misterioso animal realizaba sus comidas. 

Froilán rompió el silencio y expresó: “Raro che patrón, no deja marcas en los huesos, limpios sí, pero deberían tener marcas”. “Tienes razón chamigo, cosa e mandinga carajo”. 

Con la quietud de la tarde que caía sobre el oeste, donde el sol va a esconderse, los dos se dirigieron a las casas. 

Estela, bajo la galería los observaba; la cara de preocupación de los hombres se extendía a los otros empleados, algo raro ocurría en el campo, nada bueno auguraba. 

Caída la noche, Pedraza y Froilán se reunieron en el galpón dormitorio, comedor, sala de estar con retretes afuera.

Nació espontáneamente el diálogo: “Creo que si observamos con atención -dijo Pedraza-, los hechos ocurren cuando es luna llena, las patas del bicho son raras, puede ser uno que no conocemos”. “Patrón -interrumpió un peón, entrerriano el hombre- no quiero meter miedo a nadie, pero esto no es normal, yo ya miré las huellas antes de ahora, medio de humano son, dios nos libre”. Se santiguó. Pedraza lo miró con curiosidad: “¿Qué sugerís que hagamos?”. “Vamos al comedero del zanjón a esperarlo la próxima luna llena, eso sí che patrón todos armados, no está de más llevar filacteria (amuletos) como dice el cura del pueblo, porque que las hay las hay”. “Bueno, llevamos los revólveres, escopetas, los wínchesteres, machetes”. 

“Sin olvidar -terció Estela- agua bendita y si pueden lleven a cura del pueblo, porque esto no me gusta nada”. 

A la mañana siguiente fueron al pueblo en un carretón. Pedraza se dirigió al almacén de ramos generales a comprar balas, dos fusiles máuser usados que estaban colgados hacía tiempo en el negocio. En un lugar apartado el patrón habló con el dueño, hombre ducho en estas cuestiones. 

“Decime Pedro ¿tienes balas de plata?”, expresó despacio y precavido, con temor guardado por lo misterioso. 

El otro lo observó curioso que como buen bolichero sabía obra y vida del pueblo y sus alrededores. 

“¿Es por el lobizón pá?, parece que te tocó a vos esta vez, a varios les hizo estragos. Cada luna llena, aparecen los lamentos. Sí tengo, las mandé hacer con el platero del pueblo, una pava grande de plata boliviana le llevé, armó 

las balas con punta de plata, dos docenas, las hice bendecir con el sacerdote que está al tanto de la existencia de este “bicho” pero sabemos que lobizón koé”. 

“Las llevo a todas, necesito que hagas hacer otras para los fusiles, por lo menos otras dos docenas, traje una bandeja de plata potosina, a ver si alcanza”. 

“Entiendo que va alcanzar, si falta pongo yo, te cobro después”. 

Al salir con el cargamento hacia el carro, sus hombres lo esperaban con el sacerdote, tenía en sus manos, una pequeña botija cargada de agua bendita, una cruz de plata y escapularios de San Luis. Antes de partir el buen clérigo bendijo a cada uno de los presentes, incluyendo el rito de la unción en la frente. 

Faltaban dos noches para la luna llena, la ansiedad y el temor rondaban por el casco de la estancia. Pedraza trazaba los planes. Desde donde soplaba el viento para ubicarse donde no pudieran olerlos, las cabalgaduras alejadas, cuidadas por tres hombres fuertemente armados, marcharían con el sol brillante para esperar las sombras de la noche y la luna. Guardarían silencio, sólo señas, nada de cigarros ni fuegos, las botas y alpargatas envueltas en tela, espuelas ni por asomo. La tensión crecía a medida que pasaban las horas. Salió la comitiva dirigiéndose a la guarida, Froilán el capataz ubicó a la gente a favor del viento, tomando como referencia el matorral del comedero del bicho, baqueano en estos asuntos sabía que de ese modo no podría olerlos. 

A todo esto, necesario es agregar, que uno de los hijos de Pedraza estudiaba en la ciudad de Corrientes, era el único varón entre tres mujeres radicadas en la Capital, mayores que el Hugo, malcriado pero estudioso, así decían. 

Volvemos al escenario en que podría darse el enfrentamiento con el bicho. 

Lentamente la luna llena fue apareciendo en el fantástico horizonte, dibujaba su redondel de misteriosa antigüedad, el atronador silencio hurgaba las conciencias de los presentes. Eran siete, número divino según los creyentes. 

A lo lejos se escuchó repentinamente el ladrido de los perros, griterío en un rancho, disparos en vano, el bicho hacía de las suyas trayendo en su boca una oveja. La imagen que apareció ante los espectadores, grotesca, grande, peluda totalmente con largas pezuñas, ojos rojos como el fuego mismo sembró miedo en los espectadores. A una seña de Pedraza siete bocas de fuego dispararon a la vez. 

El monstruo se ladeaba pero seguía a ocultarse no en el matorral sino en el zanjón; sabían que dieron en el blanco, fueron disparos certeros de gente que estaba habituada a ello. Recargaron sus armas con sigilo y cuidado, pero decidieron no meterse en la profunda oscuridad donde se refugiaba el perseguido, no era un lugar adecuado para dar combate. Aguantándose el hambre, la sed, el fresco de la noche de grande luna, esperaron pacientemente el amanecer, nadie durmió. El cantar de los pájaros y movimientos de otros animales anunciaron la presencia en el este del sol que traía la luz, cómplice de las buenas acciones, desplazando a la noche propicia para las malas, según decía una vieja mujer del lugar. 

Lentamente fueron incorporándose con las armas preparadas, en abanico se abrieron para acercarse al zanjón. 

En el borde del mismo yacía un hombre desnudo, blanco, de cabello rubio, que exhibía en la espalda, piernas y otras partes, los certeros disparos. Se contaron veinticuatro. 

Se acercaron lentamente al cuerpo, de repente un grito de terror y angustia inundó el corazón de los presentes, allí yacía muerto Hugo, el hijo de Pedraza. El patrón 

quedó frío, pero no perdió la compostura. Ordenó que levantaran el cuerpo con cuidado, sin tocarlo. Con lazos que luego quemarían, rociaron el lugar donde sangró con agua bendita, más tarde provisto de kerosene quemaron el matorral y el sitio donde derramó sangre el muchacho. 

Froilán, comprendiendo la tristeza de su patrón, quedó a cargo, hizo llamar al sacerdote y a una curandera de la cual se decía que era bruja, conocedora de estas lides. 

El sacerdote rezaba en latín, invocaba la metamorfosis diabólica antigua, la curandera sentada sobre un tronco viejo lo dejaba hacer. Cuando le tocó actuar, dijo de manera terminante: “hay que extraerle el corazón y quemarlo con guantes de goma como los que se usan en los frigoríficos y después también quemarlos”. De ese modo se procedió, el fuego consumió todo. El pedazo de terreno del zanjón donde se derramó la sangre fue regado con kerosene, quemado e hicieron un cerco con alambre espino. 

Antes de enterrarlo, colocaron en la cabeza una púa estaca de palo santo, que la atravesaba, por si acaso, un puñal de plata penetraba en su cuerpo ya sin corazón, para que no se convirtiera en otro ser raro. Ese ritual se realizó con la presencia del padre, la madre y las hermanas del desdichado licántropo (hombre lobo). Este ente es tan antiguo como el mundo, la literatura universal lo refiere en innumerables casos. Algunos afirman que es una enfermedad en que el paciente se cree lobo, otros dicen que viene de los infectados de rabia, pero este no tenía nada ver con los dos casos citados. 

La escena de la llegada del cuerpo en el cajón cerrado (sin el corazón, con una estaca en la cabeza, un puñal de plata) provocó en Estela, la madre, un desmayo. Cayó fuertemente al piso, tenía un hijo muerto y reclamaba que no podía despedirse de él. Pedraza la abrazaba y le consolaba, porque si veía la escena moriría de espanto. 

El silencio ganó un lugar en la estancia, la tristeza se metió en los rincones de todas las habitaciones. Los corrillos, dimes y diretes, chismes, circulaban por todas partes. 

Nunca se permitieron fotos, ni al cajón cerrado, tampoco ceremonias ni rezos que fueron prohibidos por el sacerdote. Salvo, el personal, los padres silenciosos, las hermanas y gente que los quería, se condolían de la tristeza de esa gente. 

El sacerdote se trasladó de inmediato a Corrientes Capital, solicitó al obispo consejos sobre el asunto. El prelado consultando con Roma recibió las instrucciones de los exorcistas vaticanos. Del modo más rápido, desde Buenos Aires llegó al obispado de Corrientes una caja. 

Dentro de ella venía un sello bendecido por el Papa. El mismo, según los que luchaban contra estas entidades (diabólicas), impedía que los adoradores del diablo se apoderaran del cuerpo y el alma del bicho. 

El cajón está en el panteón de la familia con un sello que la distingue. De tiempo en tiempo el sacerdote y quienes le suceden, riegan con agua bendita toda la cripta y controlan que el sello permanezca intacto. 

La familia se dispersó por el mundo, vendieron todo y se marcharon, no aguantaron el tremendo golpe. 

Estela, ya anciana, visita algunas veces el cementerio sin siquiera saludar a nadie. La bóveda se deteriora día a día. Los vecinos del cementerio dicen que en noches de luna llena se escucha un sonido como un aullido que emerge del panteón, el sello brilla como una candela, resiste hace tiempo; mientras muchas velas de diversos colores rodean el panteón. 

 

¿Te gustó la nota?

Ocurrió un error