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Teuco Castilla o “para cruzar el infinito hace falta una infancia”

Nació en Salta en 1947. Es autor de 25 libros de poesía y 11 de narrativa y ensayo. Poesía suya fue traducida a doce idiomas. Recibió Premios internacionales y nacionales. Antologías de sus poemas fueron publicadas en diversos países de Europa y Latinoamérica. Nació en Salta en 1947. En 1976 se exilió en España, donde vivió 21 años. Actualmente reside en Buenos Aires. 

Sabado, 15 de junio de 2024 a las 12:17

El asaltante hará un recorrido por las voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acercará, además de  poemas, su visión de la poesía.

 

Arte poética. 
Cree que un poeta que proclama su arte poética está condenado a traicionarla. Además, afirma, es la poesía la dueña del fondo, de la arquitectura y de la música del poema, son marcas que trae de su insondable origen. El poeta sólo busca como ordenar ese impulso, es sólo un amanuense de un esplendor que no puede provocar su voluntad. Aunque hay poetas a los que la poesía les concede una sola voz. No hay deber ser en la poesía que sea eficaz sino el que origina su mandato. 
Teuco Castilla 

 

Muestrario mínimo 

 

Del libro Baniano
India 

XIX 
A Joaquín Giannuzzi y Libertad Demitrópulos 

La brasa de la luz 
y la carne 
dilatando los hombres, 
afeminando el barro 
hicieron Benarés. 
¿Hay un sitio 
donde se una lo sagrado y el cuerpo 
que no sea en el asombro 
de ir desapareciendo? 
¿Quién sino el hombre que huye 
de su propia distancia, 
que se va quedando en lo que ya se ha ido 
puede, sin ver su llaga, 
mirar un río? 
No hay como su sensación 
templo tan profundo 
que deshunda el agua, 
ni inmensidad 
como la de seguir naciendo 
para perder futuros. 
Como el río. 
Aquí viene a morir, en una casa azul espera 
que se borren el día, sus hijos, el olfato y el tacto. 
Junto a su mujer anciana 
secreteándose 
comen sus huecos, 
intersticios de su historia 
pedazos de un pan 
que nunca podrá ser dividido. 
Ella lo ayuda: 
si ocupa todo el recuerdo 
le vendrá el olvido. Le deja, eso sí, que tenga, 
su jarro, su nombre, su sombrero 
(todavía está imantado) 
y lo lleva al Ganges 
para que alce el agua y la aplauda 
y la deje caer en la luz 
pues para cruzar el infinito 
hace falta una infancia. 
Junto a él, otros, van perdiendo su alguien 
(también su alguien pierde 
el que pide salvarse) 
Todos 
lámparas con el agua al pecho 
entre la vida y la muerte 
perplejos 
en un fuego sin instantes 
hicieron esta turbulencia, estas lenguas sin gravedad 
que unge el río y tiemblan 
de tanto adiós sin salir de la carne. 
¿Qué media entre ese adolescente que se zambulle 
y el niño que flota 
sin luna, en el fondo? 
No es la muerte 
sino la forma 
en que los abandonó el espacio. 
¿Qué abisma al hijo con esas varas encendidas 
que, antes de prenderle fuego, 
da vueltas alrededor de su madre, 
que no sea señalar un sitio 
pues no hay sustentación 
ni pierde distancia lo que cae? 
Y entre la muerta 
sin fondo, en su mortaja 
y el esposo que se afeitó los cabellos 
para despedirla 
qué se rompe 
sino un relámpago 
y cada uno vuelve a su soledad 
de no ser ni solo 
pues a la muerte la une la 
asimetría. 
Ese cadáver que pasa sobre la 
corriente con un pájaro vivo 
parado 
sobre la profundidad de su cabeza 
flor de agua va como el río 
de cuerpo presente 
en su ausencia. 
¿Dónde está Benarés 
sino en todo lo lejos que estamos de nosotros?, 
cruzando el día 
como apagones, haciendo noche 
en la fosforescencia, 
buscando camino donde sólo hay señales, 
cada uno en su espejo 
para que el otro no se vea, 
llamando dios 
a lo inestable 
queriendo llenar la velocidad 
con una piedra 
hasta llegar a Benarés 
y hundirse en el río 
para acabar en alguna forma 
y ser uno la salida 
a la que nunca llega. 
Y el hombre le dice al dios: 
esta es mi carne 
la única que te queda. 
Desde el río se ve el humo 
sólo hay una orilla 
donde el muerto comienza. 
Esa nube es él. Ahora se ve cómo 
se sentía 
y cual era la forma que se 
desorientaba 
en la forma que él era. 
Ahora no importa dónde arde. 
Tampoco en la vida 
tuvo dentro ni fuera 
ni lo retuvo un sitio. 
Lleva una luz que la luz no toca. 
No se detiene 
porque todo lo atraviesa. 
Lo dan al río. Se lleva 
el agua sus cenizas. 
Agua sin agua sentirán que llueve 
cuando nunca vuelva. 

 

Del libro Poeson (Al Universo) 
Imprecisión 

Estos sistemas ocurren 
en un solo acto 
inconcluso. 
O son una pérdida interminable 
o una anunciación, 
sólo una anunciación 
por lo que somos 
temerariamente reales 
e inconcretos. 
Reconocemos el huero esplendor de estas regiones 
-ambulábamos allí 
cuando no éramos-. 
Ese abismo perdura 
en los ojos sin fondo de los 
animales, la desolación de la luna, 
y en la atónita orfandad de los 
objetos. 
Ni en la muerte podemos acampar 
ni llegar al origen, 
ni hacer pie en el tiempo. 
Concebimos el mundo 
que nos está concibiendo 
O quizás, 
todavía 
no estamos en el mundo 
sino en su presentimiento. 

Neutrinos 
Nos atraviesan. 
No los detiene 
la ofuscación del astro 
ni los varía 
la lenta insolencia del cometa. 
Una lluvia interminable 
en los predios sin edad 
del espacio 
que contiene estos sistemas 
que no están donde creen 
pues todo ocurre en un tiempo perdido. 
Hilo por hilo unen 
la materia 
al vacío. 
Y en esa trama eres otra línea de fuga. 
Los neutrinos te sostienen aquí, 
latente. 
Sólo un momento. 
Para que el mundo pueda construirse 
lo que existe 
no debe saber que ya se ha ido.

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