Permítanme, amables lectores, que les cuente una breve anécdota: en una ocasión en la que me encontraba en Chicago, fuimos con mi hermana Cristina a una parrilla argentina en la que, además de comer, se podía escuchar música argentina en directo. Lo cierto que nuestra visita a ese lugar tenía una doble expectativa ya que ese día estaría tocando Richard Scofano, acompañado de un guitarrista. La excelente ejecución de ambos músicos nos fue llevando por los distintos ritmos folclóricos de nuestro país, hasta que llegó el turno del chamamé; recuerdo que los primeros acordes de Merceditas me pusieron súbitamente en un estado muy especial, ese galope de la sangre que nace desde la raíz de la tierra y que busca querencia en alguna estrella, la embestida que en algunos se convierte en sapucái (a mí se me niega), amplificada por la lejanía florecida en nostalgia. En vez de un grito, proferí un “oatata”, acaso sin pensarlo. La reacción de Richard mirando hacia la mesa donde nos encontrábamos, fue inmediata y de complicidad, a tal punto que cuando terminó la ejecución de Merceditas, comentó por micrófono que había algún correntino entre el público. Por supuesto, después del show hubo saludo, foto y abrazo de “chamigo” a pesar de que no nos conocíamos personalmente.
Este simple episodio me lleva a pensar en el hermanamiento espontáneo que es capaz de producir la música; y más, si la que se escucha se apoya hondamente en un sentido de pertenencia en común, en un marco de trastierro. De pronto el frío de Chicago dio lugar al calor de nuestros “llanurales” (el término es de Francisco Madariaga).
Hay una verdad que solo te enseña el tránsito del camino: el/la que se va, el que deja su tierra natal y desarrolla su vida en cielos lejanos, aprende, no sin dolor y desconcierto, a ver mejor a su tierra, “sus bienes y sus males” (Juan José Folguerá); la ama con otros énfasis, el desgarro que sufre la identidad y que produce una herida deja entrar la luz como afirmaba el poeta persa Rumi.
Allí, en ese frío, lejos, pero con el corazón caliente el bandoneonista correntino ha sabido trazarse un camino. Richard Scofano ha sabido buscar y trabajar un sonido en medio de los torbellinos de las heridas del destierro, ha sabido dejar entrar la luz, otra luz con raíz de lapacho y estrellas, de escarcha en la ventana, donde lejana reverbera Corrientes con sus maestros fuellistas, entre los cuales su padre, el gran Ricardo Scófano, primero. Ese sonido que, a veces es chamamé, otras veces es tango, milonga, guarania, es su comunicación con el “allá” y el “acá”; pero ¿cuál es el acá y cuál el allá, ¿desde dónde se mira?, ¿cuál es el árbol que veo por la ventana? ¿cuáles los sonidos que oigo y que a veces escucho?, ¿cómo se meten en la sangre y florecen en música cuando Richard toca “El zaino”? La respuesta, queridos lectores, está en “Shin-Urayasu”, el disco grabado junto al pianista Alfredo Minetti, y que fue nominado a los Latin Grammy 2025 en la categoría Mejor Álbum de Tango.
No faltan en el disco alguna improvisación con solo de bandoneón o el sabor del noreste como el tema Guarania para Alicia. Un álbum, en suma, que te sumerge y eleva por múltiples meandros de emociones, de intimidad; y de cercanía y lejanía a la vez.
La composición y ejecución de las piezas que componen el disco, dan cuenta de la versatilidad de estos músicos. En el caso de Richard, nos podemos remitir largamente a los fuellistas correntinos que se relacionaron con el tango, que no solo tocaron en orquestas, sino que fueron admirados por los propios tangueros, como el caso del maestro Isaco que alguna noche en la pizzería Michi de Buenos Aires fue requerido especialmente por el mismísimo Troilo para que este se tocara un tango, ante lo cuál Pichuco terminó con lágrimas en los ojos, según refiere Toti Rodríguez, testigo de la escena. También podemos traer el dato de la participación de nuestro Nini Flores en el ya mítico disco “Gotan Project”; o la anécdota que me contó el escritor Abelardo Castillo acerca de que una vez acompañó a Piazzola a Alvear Corrientes para verlo tocar a Isaco Abitbol.
Dentro de poco sabremos si finalmente Scófano y Minetti se llevan el premio, pero sin duda el reconocimiento a este músico correntino no solo está dado, sino nos recuerda también que el talento, el trabajo, y amor a lo que uno hace, a veces tiene recompensas.
¡Salud, música y libaciones!