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Andrea Aguirre o “los años que pasan como pájaros incendiados”

Nació en Buenos Aires, en 1980. Poeta y editora, es licenciada en Pedagogía y Teoría de la Literatura. Ha publicado los poemarios: El ciclo lunar de los paréntesis (Ártese quien pueda, 2012), La infancia suicida de Verónica Qué (Ártese quien pueda, 2013), El mapa de la existencia (Tigres de Papel, 2015), Mujer frente al caos (La Penúltima, 2017), La cicatriz y la huella (BajAmar, 2023) y El mes de la bruma (RIL, 2024). Sus poemas han aparecido en diversos medios literarios y antologías, entre ellas, Palabra ya horizonte. Encuentro de diez poéticas argentinas en España (Lastura, 2024).
 

Sabado, 15 de marzo de 2025 a las 15:32

El asaltante hará un recorrido por las voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acercará, además de  poemas, su visión de la poesía.

 

Una breve poética
Entiendo como poética una forma de estar en el mundo, una mirada que traspase las certezas, una danza de voces que trascienda la realidad a través de la palabra, un juego de espejos en el que, como en una imagen de Escher, no exista ni final ni principio, solo trayecto. «En todo poema verdadero, se pueden entonces encontrar los elementos de un tiempo detenido, de un tiempo que no sigue la medida, de un tiempo que nosotros llamamos vertical para distinguirlo de un tiempo común que huye horizontalmente con el agua del río, con el viento que pasa», escribió Gaston Bachelard. (Puedo escribir. Por eso escribo.)
Entiendo el lenguaje poético como refugio y como acto de resistencia, como tabla de náufrago y como celebración vital, como memoria y como ruptura, como un juego serio que permita hallar sentido múltiple a través de la contemplación, como un juego serio que permita la supervivencia, como un juego serio que permita compartir la experiencia de la búsqueda, como un juego serio que permita ser verdad ante el dolor y la incertidumbre. La poesía es un juego serio. La poesía es un juego serio que nos devuelve la inocencia del lenguaje y la belleza de lo efímero. «Sólo la palabra poética, que por hecho de ser creadora lleva en su raíz la denuncia, restituye al lenguaje su verdad», escribió José Ángel Valente. (Puedo escribir. Por eso escribo.)
Entiendo la escritura como un acto de revelación y de rebeldía ante los límites del lenguaje y de la palabra, límites que empañan la experiencia con fronteras invisibles. Escribo para expandir esos límites, para explorar la infinitud de lo pequeño y la inmensidad de lo cotidiano. Escribo desde la quietud del vacío y desde el ciclo transformador de la vida. «El poeta no teme a la nada», escribió María Zambrano. (Puedo escribir. Por eso escribo.)
Entiendo el acto poético como grieta que sana abriendo heridas, como indagación en la identidad y en el silencio, como el misterio irresoluble de las imágenes que surgen de la maraña mental que nos conforma, como un espacio de posibilidades infinitas, como un lugar habitado por la duda y la resonancia. «El poema puede hacerse un ovillo pero es para volver otra vez sus signos agudos hacia afuera», escribió Jacques Derrida. (Puedo escribir. Por eso escribo.)
Entiendo como poética propia una escritura que no se esclavice en la forma, que encuentre su camino único en cada poema y en cada libro de poemas, que surja de la necesidad de nombrar lo indecible y de encontrar la conexión entre lo corpóreo y lo inmaterial, que reflexione sobre la esencia de lo humano y su trascendencia mínima, que conjure, que despierte, que desestructure. «Escribo / para que el agua envenenada / pueda beberse», escribió Chantal Maillard. (Puedo escribir. Por eso escribo.)
Una poética propia en construcción permanente. Una poética propia. Una poética.
Puedo escribir. Por eso escribo.
Andrea Aguirre

 

Muestrario mínimo

Aliento

El mundo ha de ser hecho por los débiles.
Hay dioses que asuelan poblados y sueños.

Hay un hombre que mira al mar
y lo perdona.

No hay consuelo más amado
que la propia herida.


Castigo

Una noche de invierno nunca
nunca fui derramada de este modo

una noche nunca me hallaron
nunca fui perdonada nunca
y una boca cose su piel 
a cada piedra que tiembla

nunca encontré descanso
en la memoria dormida.


***

¿necesito acaso un cuerpo
dentro de mi cuerpo?
no digo un pedazo de cuerpo
sino un cuerpo.

solo crecen en mí las plagas
y las lluvias. 
jamás un cuerpo.

tendré que admitir la renuncia
de aquello que en mí es un enigma
y no ser nada más que un cuerpo
desierto y consumido.

un cuerpo que subsiste
en una creencia ficticia
de existir más allá
de su morir permanente.

 

***

los años pasan como pájaros incendiados.

a través de nuestras manos los ríos crecen,
son herramientas vivas,
alimentos perennes para los pequeños animales
de nuestra mente automática.

alrededor de una silla nos sentamos en un corro
esperando que la noche encienda nuestro sueño.
la silla está quieta y nadie sabe
mirar hacia afuera de su círculo.

hace frío y buscamos refugios en lo ajeno
y así comienzan los cantos a lo ausente.

miramos al rostro quebrado de la pesadilla:
respira por sí sola y parece
el retrato de un dios 
humillado y vencido.

 

***

Una noche de otoño aquel viajero
extrajo de su entraña la alegría.

Nadie supo jamás por qué su ausencia.

Él ya nunca escuchó brotar la sangre
de todas nuestras manos laceradas,
de los restos de un hogar desahuciado.

No volvió a ser el mismo tras la huida,
enclaustrado en los años del silencio.

Las palabras solo existen en algunos idiomas.


Madriguera

Nunca el mapa tendrá el mismo sentido,
igual que el río cambia siempre de rostro.

Ves cruzar a los animales en hilera,
siguiendo a quién sabe qué instinto primario,
y, desde la quietud de tu asiento, te preguntas 
por qué no cesa este minúsculo desfile
hacia el hormiguero profundo,
por qué condenamos nuestras vidas
a este destino de insecto.

Somos héroes de lo amargo, 
desde entonces.
Algunas personas se deleitan
con un poco de drama en el morral.

Pero sabemos acurrucarnos en silencio
cada vez que nuestra casa se derrumba;
y es así como sobrevivimos, en lo hondo,
a las noticias diarias.

 

***

Buscar en el vacío de mi vientre
el deseo de un futuro que no existe.

Amarlo como se ama a un animal
de compañía.

Atarlo con la correa,
pasearlo por la calle y por el campo,
para que ejercite sus músculos
cada vez más fibrosos.

Después,
preparar la jeringuilla del silencio.

Acariciarlo suavemente,
con cariño.

Ayudarlo a dormir,
ya sin dolor.

 

***

Ácida y febril 
escribo una nueva geografía del desánimo,
fuga en mí menor, 
alabanza ferviente al abandono.

Inicio de los días convulsos 
en que el lenguaje me estrangula
y me desahucia 
con sus pezuñas tramposas de ecos 
y de burlas funestas.

Escribo y escribo una nueva geografía,

una nueva disección 
del derrotismo,

una lava volcánica 
que cubre feroz la complacencia,

una sádica danza de murmullos
que despojan la verdad de todo argumento.

Escribo y escribo,
febril y ácida,

una nueva geografía del desánimo,

un teorema de tropos inflexibles
en el fulgor reconfortante 
de la huida.

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