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Y el mundo vuelve a empezar

Cada año en el pesebre se formulan todos los deseos. Hagámoslos realidades. Detengamos la prisa restableciendo el amor, la solidaridad. Aprendamos a escuchar para cambiar por mejor.

Miércoles, 11 de diciembre de 2024 a las 17:32

Recomienza. Se mueve nuevamente la rueda. Volvemos a los sueños. Todo comienza otra vez. Ser como era pero mucho mejor.
Repetir no es claudicar. Es intentar mejorar, desechando lo malo, potenciando lo bueno.
Las Fiestas me traen un grato recuerdo que tiene que ver con la fe. Con el empeño por aferrarnos, a la costumbre de poder soñar en libertad.
Recomenzar cada año, con el ensueño chiquilín de plantar un pesebre. Ese milagro de Dios que intenta reproducirlo.
Pero yo me refiero a un pesebre más primario que me llega por una tía, y por la interrupción de muchos años hasta que siendo grande la ilusión se ejercita otra vez en función más queda de espectador, pero defendiéndolo a perdurar.
Recuerdo que siendo muy pequeño, diría 3 o 4 años, mi Tía Angélica me hacía uno pequeñito pero salvando lo esencial, creer en él, y construir a imagen y semejanza la historia del Niño en el pesebre de Belén.
Con tal de animarme, me lo hacía en el espacio mínimo de un plantero con patas instalado en la amplia galería, donde se erigía una especie de palmerita, de tallo vertical, y hojas de líneas rectilíneas con nervaduras, escalonadas cual masa repetitiva de hojaldre, ámbito propicio de escenificación para el Niño y su pesebre.
Era común entonces, lejos del ficticio Papá Noel, la simplicidad arraigada de una buena rama de espinillo que llegado diciembre se tornaba necesaria para suplir el arbolito marketinero.
Ya olía a esperanza, su fragancia era el compromiso de una creencia arraigada en el mundo católico, y las brillantes flores amarillas del espinillo señalaban que el año moría para resarcirnos otro pleno, donde seríamos mejores.
Así como vemos hoy en las películas yanquis buscando cada cual su pino, salíamos a buscar el espinillo que mejor se adapte a la escenografía por plantar, cuya flor amarilla si bien pequeña como copos de nieve, ya despedían aroma de estar a tiempo y lugar para el trasplante de monte al “teatro” de representación.
Eso se observaba en la periferia de gente de trabajo, pero ilusiones grandes como los sueños de nunca acabar. No conocían ni podían solventar un pino, el espinillo constituía el cielo y paisaje del pesebre sencillo de los pueblos.

Reemprender corrigiendo los errores es la premisa, pues obligarnos a ser mejores como la bondad infinita de un pesebre, es la tarea a cumplir. EL RENACIMIENTO DE LA FE Y DE LA ESPERANZA.


Íbamos hasta el río y recolectábamos arena para ejercer de piso, transformando un pedazo de espejo o lo que quedaba de él, debajo imitando una laguna, como así algunos componían la escena con piedras verdaderas imitando barrancas o “techos” como grutas supliendo la escenografía donde se alojaban los animales para dar calidez con sus alientos al Niño recién nacido.
El magro espinillo florecido, semejaba cubierto de pequeños copos de nieve; según cómo se lo mire y se lo imagine. Los globitos por ser onerosos algunos los suplían con verdaderas obras de arte, pintando de colores cáscaras de huevos vaciados, a semejanza, manteniendo las formas y volumen.  
Todavía no se había masificado el juego de luces, por eso venían cajitas conteniendo velitas de cera torneadas y de colores, con el peligro que algún viento  avive la cálida llama.
No obstante, la idealización y las ganas por lucir en la necesidad de recursos un pesebre digno, el espectáculo no se suspendía, con el consejo de advertencia sentenciosa, pesebre que se hace no se deja jamás.
El norte se venía cargado de Papá Noel, San Nicolás repleto de juguetes, y un itinerario mundial para recorrer el mundo de punta a punta en su trineo.
Hollywood lo plasmó, conforme su mirada y clima, con la película “Navidad Blanca”, producida en el año 1954, con un elenco inolvidable: Bing Crosby, Danny Kaye, Rosemary Clooney y Vera Ellen, con la dirección de Michael Curtiz, y la música memorable de Irving Berlin.
Cada cual a su manera, con los elementos a mano, las fiestas no perdían protagonismo. Por el contrario, cada pueblo lo celebraba y el pesebre ejercía la fuerza del homenaje.
Eran centrales el Niño, la Virgen María y San José. Dice la historia, que la Iglesia de la Natividad fue construida sobre el lugar donde nació Jesús, en el año 399 d.C. por mandato del Emperador romano Constantino 1°.
El saldo de todo esto, la fe en celebración, predisponiéndonos a construir un año mejor, donde reconozcamos nuestros errores, seamos capaces de enfrentarlo y corregirlo porque sea un verdadero lugar de paz.
Por eso decimos Y EL MUNDO VUELVE A EMPEZAR, porque iniciarlo nuevamente no debe ser en vano, sino el principio de algo mejor. Ideal y armónico. Donde vivir en el respeto y el amor sea la meta, motivos esenciales para la convivencia.
Volver a empezar, porque siempre por estas fechas las pausas se dignan ejercer la autocrítica, para retomar un año pletórico de paz, de comprensión, de solidaridad. 
Solamente tratando de comprendernos habremos logrado el propósito de hacer del mundo, terreno habitable. Reemprender corrigiendo los errores es la premisa, pues obligarnos a ser mejores como la bondad infinita de un pesebre, es la tarea a cumplir.
El renacimiento de la fe y de la esperanza.

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