En un país donde la paciencia social se evapora más rápido que la inflación, Corrientes acaba de cerrar un ciclo político inédito: ocho años de gestión de Gustavo Valdés con niveles de aprobación que muchos gobernadores apenas soñaron al asumir. En tiempos de antipolítica, desencanto y bronca, Gustavo Valdés se va con algo que escasea en la Argentina: legitimidad.
La excepción a la regla
Desde 2017 hasta hoy, Valdés atravesó de todo: una pandemia, incendios históricos, la recesión económica más larga de las últimas décadas, el escándalo del caso Loan y las turbulencias propias de gobernar una provincia con recursos limitados y un contexto nacional imprevisible.
Y sin embargo, su imagen no cayó. No fue “el menos malo”, fue el que sostuvo un contrato de confianza con la sociedad. En ocho años, su curva de aprobación se mantuvo en torno al 70 %, con picos superiores en las etapas más duras. En un país donde la reelección suele ser castigo, Valdés deja el poder con respaldo.
Gestión, cercanía y método
Parte del secreto está en el modelo. Hubo método, hubo gestión. Pero también hubo algo más: una forma de hacer política basada en la cercanía real con la gente, en recorrer la provincia sin protocolos y en construir una propuesta amplia, abierta y capaz de sumar actores diversos sin perder rumbo.
Valdés consolidó un liderazgo que combinó modernización del Estado con un estilo de gestión accesible.
Mientras en otras provincias la política se convirtió en un ring de peleas y rupturas, Corrientes mantuvo un sistema de continuidad institucional. El traspaso de mando entre Gustavo y Juan Pablo Valdés simboliza ese modelo: renovación sin ruptura, cambio sin crisis.
El desafío del heredero
El nuevo gobernador asume con una ventaja y un riesgo. La ventaja: un piso altísimo de legitimidad y una provincia ordenada. El riesgo: que el éxito heredado se convierta en una vara demasiado alta. Juan Pablo Valdés deberá gobernar una sociedad más exigente, más conectada y menos tolerante a los discursos sin hechos.
Su desafío será sostener la estabilidad sin dormirse en ella. Gobernar después de un ciclo exitoso es más difícil que gobernar después de un fracaso: no hay margen para retroceder.
Corrientes, un laboratorio político
Lo que acaba de pasar en Corrientes debería llamar la atención nacional. Mientras la Argentina se debate entre la bronca y la fragmentación, una provincia logró sostener un modelo de gestión, orden y legitimidad durante dos mandatos consecutivos.
Eso no es suerte ni relato: es política profesional aplicada con método, planificación y equipo.
En tiempos donde la mayoría de los dirigentes se consumen en un solo mandato, Corrientes acaba de mostrar que existe otra forma de liderar: una política que no se encierra, que abre la cancha, que combina gestión con presencia real en el territorio y que sostiene la confianza porque cumple, escucha y vuelve a escuchar.
Quizás el secreto no sea nuevo, pero en un país desmemoriado, lo obvio vuelve a ser revolucionario.