El presidente Javier Milei sufrió en los últimos días sucesivas derrotas parlamentarias que para otros jefes de Estado hubieran resultado devastadoras. Sin embargo, el libertario no solamente sigue firme en sus trece sino que transformó el traspié en combustible para la épica que le inyectó a su administración a través de frases que hipotetizaron su propia muerte en un imaginario golpe de Estado.
“Si quieren volver atrás me van a tener que sacar (de la Casa Rosada) con los pies para adelante”, advirtió el titular del Ejecutivo Nacional en un mensaje grabado con el que buscó motivar reacciones diversas de un electorado dividido entre seguidores fundamentalistas de la motosierra, moderados afines a la idea del ordenamiento fiscal e indignados con el empobrecimiento al que son condenados los sectores más débiles de la pirámide social.
La imagen remite al presidente socialista chileno Salvador Allende, derrocado y retirado del Palacio de la Moneda tal como describió su colega argentino: con los pies para adelante. Aunque de imposible materialización en la actualidad, una sentencia verbal que describe con crudeza hechos reales no tan lejanos en el tiempo despiertan innegables sentimientos de solidaridad con quien -en teoría- se juega la vida por sus convicciones.
Milei tocó una vez más la fibra íntima de aquellos electores libertarios convencidos de que está bien eso de hambrear a los pobres, abandonar rutas nacionales donde mueren personas en accidentes evitables y reprimir discapacitados con tal de alcanzar metas fiscales exigidas por el Fondo Monetario Internacional, máximo acreedor de una Argentina endeudada a niveles inconmensurables.
Según la estrategia mileista, los legisladores que votaron por un mejor presupuesto universitario, por la salvaguarda del Hospital Garrahan y por el sostenimiento del INTA, son parte de una cofradía maligna ensañada con el nuevo país que, a largo plazo, funcionará según el siguiente silogismo: hay que sufrir ahora para posibilitar que las finanzas argentinas se quiten el exceso de dinero aunque el consumo se caiga a niveles ínfimos, porque después los héroes del éxito empresario -con sus presuntas inversiones fulgurantes- crearán empleos sostenibles con salarios adecuados al mérito de cada uno, sin inflación y sin necesidad de que el Estado deba regular la relación patrón-peón.
El sentimiento de solidaridad motivado por la épica presidencial se expresa en las redes sociales a través de manifestaciones de adhesión cuyo efecto contagio enfervoriza a los menos informados acerca del costo social a pagar por el equilibrio macroeconómico. Para muchos, la supresión de los medicamentos gratuitos, los pozos en las rutas y el aprovechamiento electoral de un bolsón de pobreza en La Matanza representan fórmulas legítimas de generar consenso en torno de las máximas anarcocapitalistas que proponen desplazar a los efectores estatales de la función asistencial.
La consigna según la cual las políticas de ajuste instrumentadas por La Libertad Avanza han permitido el período de estabilidad relativa que atraviesa la Argentina desde que se ralentizó el basilisco inflacionario aglutina voluntades y convence a un sector del electorado que no percibe como propio el drama de los jubilados, los trabajadores precarizados y los niños que se crían en los cordones de miseria sin las cuatro comidas diarias.
Para ese mosaico de votantes que ve en el presidente un corajudo que enfrenta las zancadillas de la casta, la ley de protección a la discapacidad y la moratoria de jubilaciones implican un atraso que pondría en peligro el proceso de crecimiento que -según el mensaje oficial- ha iniciado la Argentina gracias a la política de déficit cero.
“No hay ninguna posibilidad” de que las leyes sancionadas por la oposición en la Cámara de Diputados se apliquen, aseguró el jefe del Ejecutivo en su última cadena nacional, a la vez que desgranó una serie de conceptos de técnica económica que no soportan la controversia con otras escuelas de pensamiento. Ejemplo: si -como dijo el presidente- el tipo de cambio no repercute en los precios al consumidor, cómo es eso de que ante la más mínima variación del dólar los supermercadistas disparan sus pistolas remarcadoras.
En el bloque de moderados que elige confiar en la receta libertaria por un mero criterio resultadista, ya que valora la morigeración de la inflación y simpatiza con la mano dura que erradicó los piquetes en la ciudad de Buenos Aires, el mensaje presidencial también cosecha adhesiones, pero por motivos diferentes. Entre esos votantes que optan por Milei con la nariz tapada predomina el asco hacia los peronistas y kirchneristas que, en teoría, se afanaron todo y fundieron al país.
Aunque no está claro -ni lo estará- quién perjudicó más las arcas, si el que consintió la corrupción sistémica de Lázaro Báez y José López o el que tomó deudas impagables que mantendrán a la Argentina sometida a los arbitrios de sus acreedores por décadas, existe una categoría de elector que emite sufragio por cuestiones de clase. Gente que nunca soportó los planes Trabajar, Procrear y Conectar Igualdad porque el dinero de sus impuestos nunca debió haberse usado para mejorar la vida de los improductivos que comen y chupan de arriba.
En todos esos votantes el presidente penetra con su metáfora estoicista. Son los que aplaudieron a rabiar el discurso del viernes pasado y son los que garantizan un piso nada despreciable del 50 por ciento de la población dispuesta a ratificar la eliminación de todo beneficio social con tal de que el balance cierre con números azules.
A todo esto, se suma la fantasía de supuestas hordas desdentadas, gentrificadas, discapacitadas, desocupadas y subocupadas tomando la Casa Rosada para terminar con la existencia física del heroico libertario que vino a poner las cosas en su lugar. Una distopía tan excéntrica como la personalidad de su emisor, pues no existe chance alguna de que, en pleno siglo XXI, con el imperio estadounidense de su lado y las Fuerzas Armadas convertidas en una mueca de lo que fueron en los años 70, alguien pueda organizar tal intifada.
Lo que le pasó a Allende a manos de Augusto Pinochet aquel 11 de septiembre de 1973 no se replicará en la Argentina aunque Milei elija compararse y amague con la vaina. Al chileno lo eliminaron en medio de una crisis provocada por la alta inflación, ahogado por el retaceo de financiamiento externo y declarado enemigo por la misma confabulación que sostiene en el poder al hermano de Karina.