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El grotesco sendero del medio

La tentación de buscar caminos intermedios ha sido a menudo muy simpática, pero en muchas ocasiones tan híbrido como ineficaz. Algunos sectores de la política convencional que no se sienten contenidos o que no logran volumen se desesperan por protagonizar algo y terminan inclinándose por esta clase de peligrosas aventuras.

Domingo, 28 de septiembre de 2025 a las 08:00

Quizás convenga hacer algo de historia para comprender lo que está ocurriendo ya que sin contexto cualquier análisis podría ser temerario y lo que ahora está transcurriendo es el corolario de un proceso tan vertiginoso como disruptivo.
El bipartidismo en Argentina ha recorrido diferentes etapas durante décadas. Con un participante excluyente, el peronismo, que ha virado pragmáticamente adaptándose a las situaciones que la coyuntura doméstica e internacional proponía.
Del otro lado en ese lapso el radicalismo fue el antagonista, pero luego de varios fracasos consecutivos, gestiones fallidas y salidas repentinas, incluyendo entrega de mandatos anticipada, este espacio encontró nuevos actores para conformar un polo divergente capaz de confrontar con el oficialismo eterno.
Los experimentos se fueron sucediendo con la aparición de fuerzas aluvionales que se esfumaron casi inexorablemente. No siempre la orientación ideológica de esos grupos fue afín, a veces más a la izquierda y otras por derecha, inclusive en algunos casos con una heterogeneidad explícita, pero constantemente ensayando ser una alternativa.
Ante un escenario bastante singular en el año 2023, cuando todo parecía encaminarse hacia una disputa clásica, brotaba una voz exótica, una propuesta política atípica, vehemente y libertaria que venía a decir todo lo que hasta entonces sonaba como incorrecto a la luz de los paradigmas de esa era.
Llegaron las primarias y con ese turno electoral lo que parecía esperable se desdibujó con el nacimiento de tres tercios que pocos pronosticaron. En las generales la mayoría decidió dejar de lado la versión más indefinida y dar paso a una discusión de segunda vuelta entre el kirchnerismo y lo novedoso.
En ese balotaje finalmente triunfaría un modelo transgresor que a partir del inicio del periodo constitucional mostraría señales inconfundibles desde lo simbólico y también desde lo operativo con medidas que quebraron la inercia tradicional con una impronta propia inusual.
El flamante gobierno luego de meses de dificultades predecibles y con una crisis que fue promesa de campaña, logró exhibir resultados indiscutibles. Una disminución drástica de la inflación, principal flagelo a derrotar, una caída abrupta de la pobreza y una recuperación económica que fue bastante más que un rebote, fueron sólo algunos hitos.
Se podría ahondar en otros aspectos como la reducción de cargas tributarias, la implementación de un blanqueo general impositivo y la eliminación de cientos de regulaciones que entorpecieron cualquier intento de actividad productiva.
Todo marchaba sobre ruedas para este formato debutante y poco habitual, mientras el peronismo continuaba su desgaste repleto de dificultades narrativas, sin liderazgos claros y con una interna feroz, sin tregua, que lo consumía sin atenuantes.
A poco de andar el año impar el humor cambió repentinamente. No menos cierto es que la inexperiencia pasó factura y algunos errores no forzados modificaron el clima político lo que hace que se llegue al examen de medio tiempo con más dudas que certezas.
Lo que debería haber sido una victoria cómoda para el gobierno ahora exhibe alertas por doquier. Los cuestionamientos sobre los modales, los reclamos de un mayor diálogo, las turbulencias cambiarias normales que suelen florecer cuando se aproxima el llamado a las urnas y algunas denuncias que tomaron relevancia son ahora parte del paisaje que contamina el horizonte sembrando nubarrones.
Este panorama es funcional e invita a una polarización entre el peronismo que siempre quiere volver sin resignar su lugar de opción infinita y quienes ahora lideran el cambio. 
Ante esa amenaza, los cultores del equilibrio hurgan en un complejo bosque tratando de rescatar adhesiones que no se sientan representadas por lo que aseguran los sondeos, es decir, un conflicto entre las ofertas más potentes.
Los ciudadanos en unos pocos días estarán convocados a tomar determinaciones. No se trata de elegir entre moderación o extremos. 
Ese sería un falso dilema y además no describe para nada estas instancias que atraviesa la república, pero no menos cierto es que en el marco de perspectivas tan engorrosas no hay margen de maniobra para vacilaciones.
Los quisquillosos, esos que coinciden parcialmente con el rumbo emprendido, pero tienen observaciones auténticamente razonables, tendrán que definir si prefieren discontinuar lo iniciado retrocediendo sobre sus pasos confiando en que esta vez “volverán mejores”, o continuar con sus planteos críticos, pero redoblar la apuesta para seguir avanzando en las reformas que aun faltan.
Sería fabuloso creer que los que sueñan con la ancha avenida del medio lo hacen genuinamente pensando en el bienestar general, pero todos los indicios conducen a una construcción política mezquina que solo pretende preservar su ámbito de poder, para después negociar con cualquiera, como lo han hecho hasta ahora, según sus conveniencias personales.
Solo aspiran a seducir voluntades para usarlas en provecho propio. Pretenden capitalizar un descontento real pero no para ajustar las velas, sino para edificar sobre esa base una posibilidad de cara al 2027 que los tenga como figuras centrales. No hay allí ni altruismo, ni generosidad, ni cooperación sino mera especulación electoral de corto y mediano plazo para ocupar posiciones relevantes en el futuro.
Es altamente probable que ese perverso plan de unos pocos ambiciosos personajes, disfrazados de corderos y víctimas, culmine siendo un grotesco papelón en los comicios. Algunos ingenuos serán atraídos por ese ingenioso anzuelo, pero esa estrategia terminará siendo un callejón sin salida perturbando no solo el presente, sino también el porvenir si solo fue creado para poner más palos en el ya dificultoso camino que hay que recorrer si Argentina quiere realmente cambiar de una vez por todas. Es hora de reflexionar y actuar con inteligencia y sin berrinches.

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