La biología se respira, se camina, se escucha y se vive fuera del aula en la Escuela Normal “Juan García de Cossio” en San Roque, Corrientes. Desde hace más de una década, un proyecto educativo transformó por completo la enseñanza tradicional de las ciencias naturales en esta localidad. Se trata de la “Escuela sin paredes”, un museo escolar de Ciencias Naturales que reúne alrededor de 80 especies recolectadas del monte correntino y que funciona como un espacio de aprendizaje vivo, dinámico e interdisciplinario.
La iniciativa fue impulsada por Leonardo Amarilla, biólogo egresado de la Universidad Nacional del Nordeste (Unne) quien desde 2009 trabaja con docentes y estudiantes para enseñar la biología en contacto directo con la naturaleza. En 2023 participó del certamen “Docentes que Inspiran”, una iniciativa del diario Clarín y Zurich. Actualmente comparte el área con el profesor de biología, Sergio Daniel Legal.
“El proyecto surge porque buscaba alternativas para que el alumno aprenda fuera del aula. Entonces, empezaron las tareas de salida de campo, de trabajo en el laboratorio, donde los chicos armaban sus colecciones, hacían sus informes, y ahí nos fuimos dando cuenta de que el material que producían los estudiantes tenían una buena calidad como para poder armar algo, exponerlo, y que no se quede solamente en un trabajo práctico”, explicó a El Litoral, el experto.
El museo se originó como una experiencia de aula alternativa dentro de la Escuela Normal “Juan García de Cossio”, pero rápidamente creció en dimensión, calidad y reconocimiento. Hoy involucra a unos 800 alumnos de primaria y secundaria de la localidad, quienes rotan por diferentes actividades prácticas que incluyen salidas de campo, investigaciones, armado de colecciones, producción audiovisual, dibujo científico y desarrollo web.
“Queremos que los chicos aprendan como se enseña en la universidad, pero adaptado a su edad. La clave fue incorporar sus intereses. A algunos les gusta salir a caminar, a otros dibujar, a otros la tecnología. Todos encuentran su lugar en este proyecto”, destaca Amarilla.
Las actividades están cuidadosamente pensadas para durar entre 40 minutos y una hora, el tiempo justo para mantener la atención de los estudiantes sin caer en el tedio. Los grupos son reducidos, de no más de seis personas, y se organizan por intereses. Hay quienes hoy acondicionan material sobre insectos, otros elaboran un documental sobre la fauna del Iberá, y algunos colaboran con el desarrollo de la futura página web del museo junto a estudiantes de la Tecnicatura en Desarrollo de Software.
“Tenemos alumnos que están acondicionando material didáctico sobre insectos. Unos 35 estudiantes están haciendo un documental de la fauna de Libera. Trabajamos con investigadores de la universidad, ellos nos donaron al museo una colección de fósiles y ahora los están identificando. También tenemos una colección de serpientes donada por el Cepsan”, cuenta a este medio.
Uno de los ejes más fuertes de esta escuela sin paredes es el vínculo con la comunidad y la colaboración con investigadores de la Unne. Gracias a ese trabajo conjunto, el museo ya logró catalogar fósiles, serpientes, aves y cráneos de mamíferos.
“Muchos recolectamos cuando salimos al campo, la gente también de la comunidad, siempre tenemos eso y ayer por ejemplo me mandaron una foto que tenían un cráneo de un mono aullador o Carayá. Un hombre que va al campo y tiene un hijo que viene a la escuela, nos manda una foto y nos preguntan si sirve para el museo”, cuenta Amarilla a este medio.
La colección actual incluye unas 80 especies entre fósiles, serpientes, aves y mamíferos. Todo lo recolectado se documenta, se acondiciona con ayuda de los estudiantes y se exhibe para fines didácticos.
Entre las experiencias más importantes del museo se encuentra el hallazgo, en 2019, de una especie de ave en peligro de extinción, la monjita dominica (Heteroxolmis dominicana). Fue detectada por un estudiante en una salida de campo, a ocho kilómetros del pueblo. Ese avistaje derivó en una investigación que continúa hasta hoy, y que logró que el ave sea declarada Monumento Natural de San Roque.
“Lo interesante es que ahora también se sumaron estudiantes que escriben. Hay dos alumnas que están documentando toda la historia del avistaje y la investigación. Antes no logramos que nadie se sentara a escribir, y ahora están armando una línea de tiempo con todo lo que pasó desde el primer encuentro con la monjita”, cuenta Amarilla.
El trabajo con la comunidad no termina ahí. Para aprovechar los recursos tecnológicos actuales, el equipo del museo diseñó un formulario digital que puede completar cualquier persona que observe una monjita o cualquier otra especie.
El nombre del proyecto madre, “Escuela sin paredes”, no es casual. Anteriormente, el proyecto se iba a llamar “Aulas verdes”, pero la denominación elegida refleja mejor su esencia abarcativa y comunitaria.
“El conocimiento ocurre en el entorno natural. Puede ser un pastizal, un monte, una laguna. Allí no hay paredes, pero sí hay aprendizaje. Ahí también sucede el hecho educativo”, señala el profesor.
A días de las fiestas patronales de San Roque, el museo se prepara para una muestra especial sobre la fauna y flora nativa. Será una oportunidad más para visibilizar el trabajo silencioso y constante de este espacio que, lejos de los grandes centros urbanos, demuestra que enseñar biología en el monte no solo es posible, sino profundamente transformador.
En un rincón de Corrientes, una escuela sin paredes, está formando biólogos, observadores, documentalistas, y, sobre todo, correntinos curiosos y comprometidos con su entorno. Una propuesta educativa que rompe moldes y demuestra que el aula puede estar en cualquier parte, incluso en la orilla del río.