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Los platos voladores

Por El Litoral

Jueves, 25 de mayo de 2017 a las 01:00

Por Carlos Gelmi
De la Redacción de El Litoral

El sol del 25 viene asomando, suena como fondo de una imagen plagada de paraguas, y allí mismo empezamos a enredar un hilo interminable que continúa hasta hoy, aunque ahora en forma de torrentes que inundan la provincia y en vez de despertar la algarabía como entonces, provocan angustia y desolación.
Así, un día como el que está por amanecer llegan las historias de trajes y mantillas, galeras y botas, gauchos, negros, mulatos y soldados. Y muchos vendedores con sus ofertas de comidas típicas que se mantienen vigentes en nuestras  costumbres, pero apenas en los actos escolares a los que todavía se les está debiendo un monumento por el heroico salvataje que han realizado de nuestra tradición.
Los tiempos han cambiado. Que un argentino cante el himno en cualquier lugar y momento es un hecho excepcional reservado al logro de un campeonato mundial, y el lucir una escarapela, es un hecho vergonzoso que se muestra tímidamente, apenas, semioculto por la solapa. Y si alguien en un restaurante tiene la peregrina idea de pedir locro, es un excéntrico al borde de la expulsión del local que no se especializa en cuestiones esotéricas.
El argentino es, sin dudas, un comedor de todo sin mirar qué. Siempre está dispuesto a sentarse a una mesa, cualquiera sea su categoría y el motivo de la reunión. La cuestión es comer una comida exótica que no sabe cómo se llama ni cómo se come, hasta una simple pizza.

El rito del locro
Los argentinos que estamos aferrados con uñas y dientes a la línea del índice de pobreza, también tenemos derecho a que en el Día de la Patria nos mandemos un plato de locro.
Salimos a recorrer la ciudad, centro y barrios. Pocas banderas y muchos carteles con ofertas de todo tipo, pero, sobre todo, locro, empanadas y asado...
Tras comparar varias ofertas, supuestamente en homenaje a la fecha patria, optamos por seguir fieles a nuestra dieta cotidiana y comemos una modesta empanada de pollo o la milanesa que ya conocemos de memoria, aunque pretendan engañarnos con disfraces de cualquier cosa. Hasta con arroz o la promocionada soja.
El locro y el asado parecían platos voladores, pasaban por encima de nuestras posibilidades a gran velocidad y altura. Inalcanzables. (Parecía que se burlaban de nosotros...).
Del largo chequeo que hicimos, el locro se llevó las palmas de las preferencias, y sus diferentes precios, competían desde las más humildes esquinas de alejados barrios con los de encumbrados comedores del centro.
¿Qué ingredientes utilizarán? ¿Los habrán traído de China? ¿No los fabricarán más en el país? ¿El locro no era para los pobres?

SOS: al salvataje
Hoy el locro es un plato de lujo, pero, por favor, que alguien tome cartas en el asunto y resguarde su identidad nacional, sin ampulosas declaraciones ni ruidosos festivales, pero sí, siempre difundiendo sus características e historia. 
Y al que le guste, le guste y al que no, que repita el plato, como el 2x1. Y que sirvan el plato adornado con una escarapela (si hay).
Reblandecido por los años, se me ocurrió desaprensivamente mencionar a un jovencito, otra especie gastronómica en extinción, de gran difusión en la colonia, la mazamorra.
Saltó asombrado como si estuviera frente a un dinosaurio vivo. No entendía nada de lo que estaba escuchando y menos el sentido de una mujer con una enorme vasija a cuestas vendiendo mazamorra por las calles de la naciente Patria...
¿Mazamorra? Habrá que recurrir al diccionario antes de que la desmemoria y el macaneo corroan definitivamente el término como le ocurrió al guaraní.
¿Cuánto hace que estamos hablando de nuestra lengua autóctona? La impusimos en la primaria, en todos los niveles, hasta le dimos jerarquía universitaria... todo obligatorio... para nada de nada, salvo el lucimiento de unos pocos.

La cola del deseo
Las avenidas y paseos nunca lucieron tantos carteles promoviendo la venta de locro y asado, de todas las formas y a todos los precios, para todos los gustos, sin ningún control, en medio de desdibujados bucólicos paisajes perdidos en la humareda que hasta provoca inconvenientes en el tránsito.
Todo en nombre de la Patria.
Largas colas de público con sus bolsitas y fuentes bajo el brazo, saborean previamente la tira o el vacío que le reservaron al parrillero amigo.
Y así va transcurriendo otra  jornada patria. No como las de antes, pero sí junto al asador, y prontos a devorar el asado que los aguarda.
Allí cerca, varios lugares disimulados en pequeñas superficies, se han convertido en poderosas bocas de expendio de locro. Mucho locro, no tanto como otras veces, pero mucho igual, pese a los precios.
Tratándose del cumpleaños de la Patria, nadie se fija en el bolsillo, aunque esté lleno de agujeros.

Todo vale
Pese al agobiante caudal de agua por las inundaciones, es impresionante la sequía presupuestaria que se viene arrastrando de semestre en semestre. Lo único que se mantiene hasta ahora es la esperanza, pero hasta ella nos está llegando en cuotas, como el sol, que cada vez es más mezquino con los pobres...
Al mal tiempo buena cara. A las balas pecho.
Por eso, aprovechando la fiesta patria no hay que achicarse, y si el locro y el asado se nos fueron de las manos (o de los platos) para hacerse inalcanzables, hay otras opciones para seguir en la lucha.
En medio de la niebla de la humareda de los asados y los locros, se han multiplicados esas infaltables figuras de toda reunión pública; los vendedores de chipás, de cafecitos, churros, panchos y muchos otros “express” que auxilian el estómago del más pintado. ¿Y cómo no se ahogan en la correntada de la crisis esas mujeres y sus familiares que montan sus quioscos en los parques para vender sus productos y artesanías, llueva o haya sol, sea el cumpleaños del abuelo o de la Patria?
El Día de la Patria es de todos, aunque algunos coman más y mejor. Aunque la porción termine siendo un choripán compartido.
Con banderas que faltan por nuestra indiferencia y por el locro que falta porque, junto con el asado, se han ido a pasear por el cosmos y se han convertido en platos voladores, inalcanzables para nosotros, pobres terráqueos.
Aun así, ¡viva la Patria! Siempre.

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