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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La interminable búsqueda de atajos

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

 

Incluso en medio de la tormenta, los alquimistas siguen ensayando extrañas recetas para superar lo inexorable. Se oponen a hacer lo que hay que hacer y también a afrontar las predecibles consecuencias de esas resoluciones.

Es muy difícil comprender la dialéctica de esta intrincada especie dirigente y mucho más aún de una sociedad obstinada que sigue creyendo en esa mirada de que todo puede superarse con mera creatividad y algo de magia.

La economía no funciona según los deseos de un grupo de iluminados. Pulula en los partidos, en los medios de comunicación y en la academia una banda de delirantes que altera todo y que espera no pagar costos.

Las actuales turbulencias han sido anunciadas reiteradamente por cientos de estudiosos que no comulgan con la retorcida lógica de los que han fallado hasta el cansancio en este intento de vivir en un mundo artificial.

Lo que está sucediendo ahora no puede ser, de ninguna manera, una sorpresa. Si alguien no asume las cuentas, si no cancela sus deudas, más tarde o más temprano, tendrá que hacerse cargo de sus propias decisiones.

Lamentablemente, demasiada gente cree en insólitas fantasías. Esta dinámica se presenta no sólo en el ámbito de la política tradicional con múltiples matices, sino también en las ciencias supuestamente más duras.

Pero esto no es producto de la casualidad. No ha ocurrido de este modo por mera coincidencia o circunstancial alineamiento de los planetas. Seria interesante creer que eso ha sido así, pero los hechos refutan esta tesis.

El predicamento sostenido y sistemático de los “intelectuales de cartón”, que no han estudiado absolutamente nada en profundidad, dejando de lado el rigor científico, han edificado este grotesco engendro que hoy sigue vigente.

Ellos han “comprado”, sin condicionamiento alguno, una extensa lista de disparatadas conjeturas acerca de cómo lograr resultados extraordinarios y admirables, sin necesidad de apelar a esfuerzo alguno.

Sostienen que se puede distribuir dinero sin restricciones, que es posible recurrir a ardides contables quitando a unos para dar a otros y que esa mecánica no tiene externalidades y redunda en fabulosos beneficios.

Apoyan la totalidad de sus creencias en los seductores efectos de corto plazo. Juegan con las primeras impresiones y con esas sensaciones tan agradables que ocasiona en quienes reciben las dádivas y subsidios.

Claro que desde esa perspectiva, la de los beneficiarios, no hay mucho que objetar. Nadie se resiste a recibir cuantiosos recursos sin mérito alguno, a cambio de devolver adulaciones y eventualmente votar a los distribuidores.

Ese es el esquema general que le funciona a la mayoría de los participantes. En definitiva, eso explica muy buena parte de lo que ocurre. Conjugar intereses es la fórmula que aplican estos traficantes de ilusiones.

Los políticos plantean sistemáticamente soluciones en las que se saquea a unos para repartir a otros. El truco central consiste en que los esquilmados sean muy pocos y los agraciados adjudicatarios sean los más.

El perfil de los despojados se selecciona cuidadosamente. Se trata de gente preferentemente despreciable, que goza de baja estima social y a la que muchos apuntan como los principales culpables de todos los padecimientos.

Ese es el modo más eficaz que garantiza un abrumador apoyo electoral hacia aquellos que proponen semejante despropósito, convirtiendo una desquiciada idea en algo tremendamente simpático para muchos.

Cuando finalmente se concreta este desatino, efectivamente muchos aplauden y unos pocos se quejan. Otra vez, la democracia impone su matriz ya que se satisfacen los caprichos de los más, depredando a los menos.

Pero esto, que florece por un corto tiempo, luego se marchita. A pesar de las infantiles visiones de estos hechiceros, todo termina en derrota, simplemente porque lo que han hecho no es inocuo y tiene secuelas. La historia en la que nadie se quiere detener es que los desplumados, esos que eran muy pocos y además maldecidos, han tomado determinaciones fuertes que producen un enorme impacto en la economía en general.

Ellos son la verdadera locomotora del sistema productivo doméstico, son los genuinos creadores de riqueza y los auténticos generadores de empleo, a pesar del desprecio que le tienen casi todos en estas latitudes.

Esta sociedad contemporánea, absurdamente desquiciada, no ha registrado que con su persistente actitud resentida, envidiosa y holgazana, sólo logra matar la gallina de los huevos de oro y, entonces, inevitablemente tropieza.

Esos empresarios, cuando se sienten atacados, hacen lo esperable, dejando de invertir, cerrando sus fábricas, abandonando proyectos y, en muchos casos, emigrando a otros lugares de menos hostilidad con los negocios. Cuando eso sucede, todo empieza a desbarrancarse. Sin tener a quien despellejar, los voraces políticos ya no disponen de recursos provenientes de los impuestos y, entonces, van por la siguiente fase, esa en la que emiten moneda sin respaldo y se endeudan mientras otros le siguen prestando.

Hoy el país vive esa patética realidad. Con una presión tributaria inaceptable, financia sus eternos despilfarros con emisión y deuda. Ya nadie invierte, la inflación está por las nubes y no hay entidades dispuestas a prestar. La estrategia de los atajos ha fracasado estrepitosamente.

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