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/Ellitoral.com.ar/ Interior

De Buenos Aires a Corrientes: se mudaron y tienen una casa de huéspedes

Luego de un accidente en la ruta, migraron para escapar del estrés de la gran ciudad. También los alentó la crisis del 2001. A la estancia le dicen “La embajada”, por el público cosmopolita que los visita. 

Un matrimonio de la provincia de Buenos Aires se mudó hace 20 años a una localidad de la provincia de Corrientes, en busca de un lugar pacífico para criar a sus hijos, como consecuencia de la crisis del 2001. Años después, llevan adelante un negocio familiar de hospedaje.

Se trata de Ángeles y Diego Solanet, quienes se casaron jóvenes. Ella tenía 21, él 23. Tuvieron tres hijos, Ramón, Diego y Josefina. Los primeros años de los chicos vivieron en una coqueta casa de un barrio cerrado en las afueras de Buenos Aires.

En plena crisis del 2001, coincidente con otros problemas personales, el matrimonio debió dar un vuelco en su vida familiar. Un día, cuando volvían de una fiesta de San Antonio de Areco, sufrieron un accidente con su auto que resultó bisagra: “Por primera vez éramos conscientes de nuestra vulnerabilidad y de que vivíamos a mil y muchas horas en la ruta”, relatan hoy a la distancia.

En medio de ese proceso, cerraron los negocios, pusieron su casa en alquiler y empezaron a pensar en un cambio grande. “Decidimos hacer un año sabático buscando un lugar en el mundo donde vivir y criar a nuestros hijos”, cuentan.

Tenían hectáreas correntinas en Esquina, herencia de la familia materna de Angie y se inclinaron por el litoral. Llegaron en 2002 con sus tres hijos chiquitos y se instalaron en una modesta casa de campo junto a un timbó colorado.

Dejaron la gran ciudad y su característico estrés, para llegar a Esquina y enamorarse del monte, los menchos, las lagunas y palmares, el río Corriente y las playas de arena blanca.

Toda la familia participó de la construcción de la casa, que duró cuatro años: “Cada día de obra terminaba con asado y fútbol. Fue una verdadera fiesta”. Los chicos crecieron en el campo y aprendieron las tareas cotidianas del campo. “Ese verano nuestros hijos se movían con total libertad por la ciudad, pescaban en el río y andaban a caballo en el campo”, recuerdan con nostalgia.

Durante los primeros cuatro años se dedicaron a construir y ampliar el rancho original. El propio Diego la diseñó “sin un plano”. Agarró una rama de eucaliptus y se puso a garabatear el mapa sobre la tierra. Fue improvisando, con ayuda de unos albañiles locales. Los chicos volvían del colegio y aprendían a preparar mezcla y construir.

La marca distintiva de la construcción es el techo de pajas colgantes, una idea importada del noroeste argentino. Plantaron más de dos mil árboles, entre eucaliptus, tipas e ibirá pitá. Una palmera mbocayá fue rescatada del pueblo antes de ser derribada y traída hasta su jardín en una grúa. La idea de rescate también valió para la decoración de la casa.

La casa fue ampliada y refaccionada en forma de U, enmarcada por una galería con techo de pajas colgantes, con doce habitaciones amplias y pequeños ambientes que pueden ser livings, comedores o espacios de lectura. Cuentan tambièn con una pileta donde se acercan los caballos.

Desde que decidieron sumar el turismo a la cría de ganado, es una casa a puertas abiertas.

Lo de recibir huéspedes surgió sin proponérselo en 2007, cuando una tía los contactó con una turista alemana que buscaba alojamiento en la zona. Le siguieron unos veinte huéspedes, todos recomendados, porque no tenían ni siquiera una página web armada.

Recién después lograron profesionalizar el hospedaje, sin renunciar a la espontaneidad que los caracteriza.

Los tres hijos siguen trabajando con ellos en Esquina, después de haber cursado sus estudios universitarios en Buenos Aires. A la estancia le dicen “La embajada”, por el público cosmopolita que los visita y porque sienten que tienen el mandato de representar la cultura correntina, así como de mostrar su naturaleza.

Con información de La Nación

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