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Pobreza, la mitad más uno

Igualados nunca como ahora. Pero cabeza a cabeza con la pobreza que no se detiene.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Estamos cerca de igualar la mitad. Muy próximos al orgullo de los xeneizes: la mitad más uno. En deporte apasionado como el fútbol, cubrir ese trayecto es un triunfo que eufóricamente alegra. Pero que la pobreza argentina marque un 42%, con una indigencia del 7,8% es una alarma sin límite que asusta, pero más que nada avergüenza. Hemos llegado casi a la igualdad de la mitad de la población de un país que solamente se vale de subsidios, que es humanitario claro que sí, pero que es ilógico porque la natural contraprestación no se cumple, es decir que se recibe sin trabajar. Son solamente parches que se devoran todos los presupuestos, porque lo lógico es trabajo a conciencia y cumplimiento pleno. Esto acelera la imaginación no tan infundada, que está próximo a llenar la escena que, mientras un 50% come, se compra coches de alta gama, que no es un robo sino por derecho propio que la solvencia les confiere, viajar por el mundo a pesar de la pandemia, va a ser la película que se exhibirá en todos los “cines” de la vida, mientras el otro casi 50% pobre observa, asistiendo a una dramática puesta que algún día va a desencadenar un desenlace imprevisible. Ya se está produciendo este desmán con inseguridad creciente, con todas las motivaciones que la sociedad viene experimentando, robos, atracos, violencia incontrolada de gente del “oficio” con la suma de extralimitaciones de quienes van cayendo en ese porcentaje tan próximo a ser la mitad y empezar a ensayar el mismo papel. Causas letales pronunciadas por la pandemia que ha cerrado puertas agotando los bolsillos, matando sueños, haciendo imposible subsistir, porque ayuda marcar una diferencia inmerecidamente injusta. Cuando los sueños se caen, cuando la ruta de nuestros proyectos se empina, resulta difícil desandar para poder hacer realidad todo lo que nos imaginamos para los nuestros. La política no está ausente de estos andariveles que desmarcan, porque no tenemos proyectos son todos expresiones de deseos. Los proyectos no son ánimas dibujadas, sino tienen que ser realidades calculadas que se concreten, no bastan con  las ganas. Hay una frase que corporiza ello: “Las palabras son importantes, pero mucho más lo son los hechos.” De qué valen ser formuladas porque adornan un discurso, creando apetencias de progreso, cuando en realidad no se trata de hechos sino tan sólo de figuritas lanzadas al aire.

Los estados con dura realidad de pobreza más indigencia no son creíbles, no tienen entidad para ser y crecer, no figuran en ningún ranking positivo, sino más bien para no tenerlos en cuenta. Son aislados, olvidados, inconvenientes, no permitidos, desconfiados y hasta de la inseguridad jurídica que a la hora de calificar el resultado es negativamente contundente. El advenimiento de la pobreza aumentando su avance silencioso pero extremo degrada cada cosa de un Estado, en principio se va perdiendo la esperanza que es el motor que empuja y acelera todo emprendimiento restándole fuerzas y ganas. Es decir que amén de lo eminentemente concreto, el estado de ánimo juega un papel importante porque desacelera la convicción por superar una situación no proyectada, pero tampoco asumida desde otro ángulo que no fuera político, ya que este ingrediente no deseado por quienes piensan con sentido común, se derrumba inexorablemente.

En esas abrumadoras muestras de degradación, el 2 de abril ppdo., la oficina Democracia, de los Derechos Humanos de  los Estados Unidos elevó su preocupación haciéndola pública y denostando el camino elegido por la Argentina: “La impunidad sigue siendo un problema”, comentaba, “…impide los esfuerzos para investigar abusos”, en  el período 2019 y 2020. “Sistema judicial lento y politizado que impide los esfuerzos para investigar abusos.” Eso, en cuanto al desmadre. Específicamente vinculado con la pobreza, el Obispo Oscar Ojea, Presidente de la Conferencia Episcopal, levantó su voz para hacerla oír y que se provea la unidad por encima de banderías, encuestas  e ideas desencontradas, para que la unión retome las fuerzas que cabe a un país que pretende serlo: “Sin unidad, la pobreza seguirá siendo una realidad que humilla.” Cuando se rompa esa paridad muy cercana entre pobres y pudientes, la “toma de la Bastilla” será una reedición latinoamericana por causas feroces, con ferocidad tomada por asalto como hoy, desperdigados suceden en forma creciente en toda nuestra geografía. La solidaridad sirve porque se forma conciencia de colaboración mutua por encima de diferencias, con soluciones actuando ante la desidia que divide. Pero con un plan totalizador en que la política y sus prácticas añejas de ganar siempre el espacio ajeno, al mancomunarse como en un gran abrazo último las deje por el bien de todos. Son nuestros hermanos, nuestros connacionales, la gran familia que los próceres alentaron a la unidad, ser todos uno solo. Crear fuentes de trabajo para que los subsidios bienvenidos sean tengan la honesta tarea laboral de contraprestar con la dignidad merecida de llevar el sustento del trabajo a sus hogares. Dicen que no hay acto más digno, en que sentados a la cabecera de la mesa la familia coma, se fortalezca con el emolumento ganado con el sudor en la frente, la felicidad y ética que conduce y enseña. 

Siempre tomo, es mi estilo, porque me di cuenta hace mucho tiempo que utilizar en auxilio frases fáciles de recordar, comunes que conforman cantos, poesías, dichos populares como ejemplos que simplifiquen una idea, las palabras logran accesibilidad, comunicarse en directo porque son un canto que clarifica con fuerza y transparencia nuestra necesidad de expresarnos. Por eso apelo a ellas, sencillas, simples pero elocuentes. Atahualpa Yupanqui, hombre de palabras comunes pero de trascendencia ejemplar, alguna vez compuso una canción que más tiene de baguala, porque expresa el límite donde es todo o nada, su título lo dice todo “Trabajo, quiero trabajo”: “Trabajo, quiero trabajo. / Porque esto no puede ser. / No quiero que nadie pase. / Las penas que yo pasé. / Trabajo, quiero trabajo. / Porque esto no puede ser.” / Es la mirada urgente de quien ante la inminencia del chubasco que se viene, clama y pide por esa vertiente universal: trabajo.

O como digo en el título: “Pobreza, la mitad más uno”. Estamos allí, casi en la punta, sólo la mitad que crece día a día nos separa. Unidos por una sola camiseta, seguramente damos la vuelta olímpica. Porque es un triunfo mucho más que la copa. Está en juego la vida y por ella vale la pena jugarnos.

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