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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Abrazo

Es un acto de grandeza que vuela por los aires para ir a posarse en el cuerpo del otro y confortarnos mutuamente. Es un puente de amistad que ha estado interrumpido. De pronto, todo se detuvo. Dejamos de ser nosotros mismos, porque el ataque fue certero cuando menos lo esperábamos. Y dio donde más duele: en los afectos truncos que dejaron de ser normales, para convertirse en focos de contagios en lucha desigual contra un enemigo que no lo conocíamos. Las casas fueron el lugar que se convirtieron en “cárceles”, y que por voluntad propia ante lo desconocido, preferimos guarecernos hasta que pase el temporal. Pero el temporal, en vez de amainar, como el viento en las llamas se avivó, llevándose todo: personas, amigos, parientes, negocios, sueños. Por mis actividades naturales, he tenido la oportunidad de conocer de cerca a Raúl Barboza, amén de músico, excelente persona. Fue en la década del 90, cuando me encomendaron una nota con él que recalaba en el Hotel de Turismo de Corrientes. Cuando estuvo frente a mí, me encontré con un hombre de baja estatura, pero de una figura como viejos dioses del Olimpo. Canoso, cabellos al viento, todo de blanco, sin la prisa ni la urgencia periodística, por el contrario, con la pasividad del hombre que ha sabido vivir y repleto de experiencias, vuelca su amistad y en el misticismo de sus palabras, hallar la paz. En este 31º Festival del Chamamé, muchos han sido los instantes en que las lágrimas me embargaron, como cuando Raúl Barboza —siempre de blanco— se acercó al micrófono y dijo casi con unción algo parecido a la calma después de un desastre: “Han pasado dos años desde el que mundo se detuvo… Hoy volvemos”. Me hizo recordar al cine de Hollywood, cuando en 1951 tomó un relato breve de Harry Bates: “El amo ha muerto”, escrito en 1940, llevado al cine por el director Robert Wise, con el protagonismo del actor Michael Rennie y Patricia Neal, y cuyo título se aproxima a nuestra realidad sintetizada por Raúl Barboza: “El día que la tierra se detuvo” (The Day the Earth Stood Still). Y no pudo haberlo expresado mejor, porque nos detuvimos aquí y allá, quedando sin aferrarnos a ese abrazo que lo teníamos acostumbrado desde mucho antes por el intercambio frío y casi guerrero del entrechocar de puños, tan cerca pero lejano del corazón. Hubo una saga cinematográfica que se llevó adelante en el año 2008 bajo el mismo título, pero encarnada por el actor Keanu Reeves y Jennifer Connelly, con dirección de Scott Derrickson. No sé, tal vez, por el momento, pero la emoción en esta edición aludiendo a esa detención que tan bien definió Raúl Barboza, nubló muchos momentos, en principio volver a ver y encontrarnos frente a nuestros referentes musicales, y hoy verlos “retozar” alegremente pero casi tímidamente otra vez en ese escenario gigante del Osvaldo Sosa Cordero. Luego, por si fuera poco, el justo y merecido homenaje a los 50 años de Canción Nueva, ese movimiento joven donde la frescura de nuevas ideas, musicales y poéticas, dieron rienda suelta para que los talentos empujen esa fábrica de éxitos, emprendida un poco antes por esa yunta memorable y prolífica que fueron Edgard Romero Maciel y Albérico Mansilla. Hubo dos lugares sagrados donde público y creadores “imberbes” se unieron en exaltación de esta “proclama”, sangre nueva y ganas de sobra: Teatro Vera y Cine Corrientes. Años 70, fueron una revelación de sueños. Lugares comunes donde Canción Nueva iba esbozando los planes de proyectos, sumando obras que serían sucesos, donde por localía propia se arremolinaban amigos, organizadores, autores, músicos, que reunidos días previos, despuntaban un café en sitios emblemáticos muy cerca de todo: Confitería Panambí, de Junín y Córdoba; El Piccolo, o Heladería Italia, asentamiento de intelectuales y soñadores. 

Al ir viendo y reviviendo ese racconto que el festival sacó de la memoria para hacerlo realidad, los nombres, las canciones, amén de la emoción por la acertada idea, le pusieron alma a la pandemia, ese condimento que no falla, porque apela a lo trascendente, y los dos años en ese bendito momento se esfumaron. No así el recuerdo para los que ya no están, que animan y fortalecen un merecido homenaje al trabajo cultural fecundo por la correntinidad. Un público calmo pero más consciente, dispuesto a vivar amablemente, sin desbordes, permitiendo que los espíritus compartan y nos acompañen. Me asombró lo dicho por el brasileño Luis Carlos Borges, que viene hace más de 20 años al festival, y que al principio poco y nada lo conocían pero con el tiempo le hace muy feliz saber que ya lo identifican como uno más, cuando corean su nombre, y la felicidad de hoy de poder reencontrarse con músicos amigos. Los muchachos de Opus Cuatro, con calor pero felices de estar y poder incluir por convicción chamamé en su vasto repertorio. La alegría desbordante de un talentoso Nahuel Pennesi, al saberse aceptado en su primera visita a Corrientes, quien tuvo que aprenderse varias obras que hacen a nuestra tradición. Alegría natural, contagiante, con la sumisión del respeto hacia una música que consolida un festival de gran repercusión nacional.

Los 50 años de Canción Nueva han sido una feliz idea, un volver a vivir, a seguir y entonar temas que nos marcaron para siempre nuestra identidad. Esa “asonada” que un día dijo presente, “es hora de hacer bailar nuestro trompo”, tenemos mucho para decir, tenemos mucho para aportar. Nombres cotidianos a partir de entonces, como Teresa Parodi, Cacho González Vedoya, Mario Bofill, Irma Solís, Benjamín de la Vega, Marily Morales Segovia, Roberto Romero, Antonio Tarragó Ros, Rodolfo Seoane Riera, Pocho Roch, Rodolfo Regúnaga, Raúl Díaz, y tantos otros que al ver sus rostros y escuchar sus creaciones es como si el tiempo no hubiera pasado y que sin embargo están como duendes. Sentirlo y verlo a Pocho Roch en ese cierre en el que todos cantan fervorosamente “De allá ité”. Quién alguna vez no añoró volver por las callecitas de arena, al pueblo distante donde despuntamos la vida allá a lo lejos. Reencontrarnos con rostros queridos que conformaron nuestras propias historias. Todo se circunscribe a un abrazo, fuerte y entrañable, con las cosas que queremos. Como dice el tango: “Sentir que es un soplo la vida / Que veinte años no es nada / Que febril la mirada, errante en las sombras / Te busca y te nombra”. Claro, nosotros vamos por más de 50, porque la razón tiene “soga para rato”, es la exaltación de nuestra música siempre en vuelo alto. Un abrazo sólido que envalentona y llena de orgullo.

 

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