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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Carlos Aldazábal o “el hombro levantado de la ternura”

Nació en Salta, en 1974. Sus últimos libros publicados son: Piedra al pecho (Valparaíso, 2013), Camerata carioca (Valparaíso, 2016) y Mauritania es un país con nieve (Algaida, 2019). Obtuvo, entre otros, el Primer Premio del II Concurso “Identidad, de las huellas a la palabra” organizado por Abuelas de Plaza de Mayo, y el XLIII Premio Ciudad de Irún de poesía en castellano (España). Ha sido traducido a varios idiomas e incluido en diversas antologías de la Argentina y de otros países. Los quince poemas seleccionados fueron publicados, originalmente, en los libros La soberbia del monje (1996), El caserío (2007), Piedra al pecho (2013), Camerata carioca (2016), Mauritania es un país con nieve (2019) y Paraje (2021).

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

En los últimos años el Fondo Nacional de las Artes ha premiado a poetas de diferentes poéticas y procedencias, ampliando así el mapa de la Argentina, circunscripto casi siempre a Buenos Aires. Quizá este cambio haya sido determinado por la reunión de jurados cuyas preferencias poéticas son también variadas. En esta apertura resultaron premiadas obras de nuestro comprovinciano Franco Rivero, el entrerriano Miguel Ángel Federik y recientemente el salteño Carlos Aldazábal.

Conocí a nuestro asaltante de hoy en el Festival Internacional de poesía de Rosario de 1997. Nos tocó compartir habitación y además mucha poesía junto al poeta colombiano Rafael del Castillo. 

Aldazábal está hecho de poesía, su vida misma la ha ido construyendo, sintiendo desde adentro los pactos agónicos e irrompibles con la palabra. Su palabra en constante danza, búsqueda: “Hacer la palabra/ para vencer la muerte, / esa manzana roja, / esa boca ofrecida, / ese silencio justo / sin luces ni canciones, / ese barco que pasa y que te lleva, / tan lejos del murmullo/ de los vivos…”. Pero su compromiso se traslada también a las producciones poéticas de los otros a través de un incansable trabajo como editor en “El suri porfiado”, cuya presencia en el ámbito nacional no para de crecer.

En el libro “Paraje”, premiado por el FNA, Aldazábal aborda lo que el mismo llama “poesía antropológica, que implica no solo la experiencia del extrañamiento antropológico, sino también la conmoción del paisaje, entendiendo por paisaje también al paisaje humano y cultural. El poemario se centra en elementos de la cosmogonía wichí, siguiendo la estela de un trabajo anterior basado en la historia y la cultura del pueblo selknam de Tierra del Fuego y que se titula “Nadie enduela su voz como plegaria”.

¡Salud, poesía y libaciones!

 

MUESTRARIO MÍNIMO

CARANCHO (AHUTSAJ)

¿Era yo ese cadáver que te alimentaba

en el camino polvoriento?

Recuerdo el juego de esconder el corazón,

el juego de correr hasta perdernos en el monte.

¿Éramos nosotros bajo las garras del carancho?

Quise asustar la soledad apostando mi nombre,

y mi nombre secreto apareció en tu boca

y tu nombre me fue dicho en esa niebla

hasta que te revelaste, cazadora furtiva en este juego.

Ahora, desde un árbol somos observados

y nuestros cuerpos yacen bajo la sombra del incienso,

ofrendas en el monte para el pico y las garras,

para los ojos que miran y que ven

el perfecto equilibrio de la vida y la muerte.

 

PASIONARIA (SAMOKITAJ)

Nubecita que llovés en mis ojos,

ventisca que escupís el arenal para que vea,

así te encuentro, mensajera del furor

y me desarmo en gorjeos,

como si un pajarito te cantara.

Después viene el enojo,

el hombro levantado de la ternura

que me hace desbaratar la previsión,

y luego del enojo, pastizal comido por el fuego,

la delgada inocencia de una boca que dice:

“Cantorcito desalmado que me hacés de tu séquito,

yo te enciendo en la ventisca arenosa

para que me veás y logrés encontrarte,

esforzado rastreador, vos que no sabés de tu presa

más que el sonido de las ranas, el sonido de la tormenta,

esa que viene, agua de río, para hacerte escarmentar”.

 

LUNA (IWELA)

Otra vez la palabra escupió en mis ojos

y entonces vi a la luna, ladrona de almas,

reteniendo la risa de los niños,

la pena de los niños,

los huesos de los niños

y también sus canciones.

Entonces le imploré:

“Luna, señora de luz blanca,

ese niño que lleva de la mano,

ese niño que lleva del pescuezo,

esa mujer llorona y desvalida,

ese anciano quejoso,

esas almas que pueblan sus praderas,

deben volver, Señora”.

Y todas las almas cantaron a la luna

para que la luna duerma,

y fue pesado el sueño de la luna,

y fue sutil la marcha de las almas.

Entonces viste el mundo,

pequeña bendición salvada de la luna.

En los brazos de tu madre pudieron verte todos,

y en mis ojos abiertos de palabra tu risa iluminó mi oscuridad.

 

MAGIA

Hacer la palabra

como se hace el fuego,

hacer una nube

con el color del sol,

una forma de agua

para que sueñen peces,

un resplandor, una promesa.

Hacer la palabra

para vencer la muerte,

esa manzana roja,

esa boca ofrecida,

ese silencio justo

sin luces ni canciones,

ese barco que pasa y que te lleva,

tan lejos del murmullo

de los vivos,

de los versos leídos,

de los versos que fuiste,

cuando llega la lluvia y todo nace.

(de Mauritania es un país con nieve)

 

JUAN GELMAN VISITA RÍO

Y se lo vio como una aparición en los tranvías.

Su voz bajaba a esa hora exacta,

hora de sábado entreverada con la ilusión de lo eterno.

Al lado suyo una mujer custodia (ángel o dios)

le llevaba el calor de la garganta.

“Afinadito así”, le iba diciendo,

señalando un pájaro, cuyo canto sobresalía

    sobre micos y loros.

Entonces empezó el concierto

por los barrancos que daban al mar:

“Esa mujer se parecía a la palabra nunca”, leía,

y las garotas aplaudían desde las playas

mientras las olas arremetían con furor festivo

y no quedaba estatua de poeta en pie

ni sambódromo arreglado para los estruendos.

Era un zorzal, una calandria, un cardenal copetudo.

Era un bandoneón en el mediodía de los barcos,

en el puente de Niteroi,

sobre los roquedales con pescadores.

El sol quemaba las páginas del libro.

Yo no podía parpadear, enceguecido por la música.

El Cristo del Corcovado aplaudió sobre mi cabeza

    justo cuando él decía:

“Y el sapo de Stanley Hook se quedó solo”.

(de Camerata carioca)

 

 

RÉQUIEM

Como esos ejes:

así daba vueltas el trompo de la infancia,

así se divertía el trompo bailador

mareándome el sentido de las cosas.

Una rueda se adentra en el camino

seguida por la otra

que le pisa la huella distraída

y se enrolla en sí misma

como un perro brillante.

Así mi bicicleta va rodando,

así me lleva

ahora que el rumbo no ha querido seguirme.

Pasamos por un bosque.

La bicicleta llora con su aceite oxidado

(que me extraña me dice)

y yo acompaño con el pie su lamento.

Así vamos llegando.

Los dos por las cornisas

del viejo purgatorio,

tramo final donde la piedra

presagia la caída.

Orquesta del destino.

Hacen un dúo la sangre y el aceite.

(de El caserío)

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