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Diego Ignacio Muzzio o los “signos de un alfabeto oscuro”

Nació en Buenos Aires en 1969 y actualmente vive en Francia. Ha publicado poesía y libros de narrativa, para adultos y para chicos. Entre sus obras se cuentan: Sheol Sheol, Gabatha, Hieronymus Bosch, El sistema defensivo de los muertos, Mockba, Doscientos canguros, Las esferas invisibles, El ojo de Goliat, La asombrosa sombra del pez limón, Un tren hacia Ya casi casi es navidad, Galería universal de malhechores, entre otros.

El asaltante hará un recorrido por las voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acercará, además de poemas, su visión de la poesía.

 

Por Rodrigo Galarza

En entrevista hecha por Walter Lezcano para “Artezeta”, Muzzio responde ante la pregunta:¿Cómo funciona para vos la escritura de poesía en vinculación con la prosa?:

“Son estados completamente distintos. Para escribir poesía tengo que estar leyendo exclusivamente poesía. Es muy raro que escriba un poema si no estoy leyendo poesía en ese momento. Por otro lado, escribir poesía genera un estado muy particular, un estado que podría llamar “estado de alerta”. No sabría muy bien cómo describirlo: quizás sea un modo de observación muy agudo de la realidad, que a veces se desliza también hacia el sueño. Muchas veces mis poemas nacen de mis sueños. La prosa, en cambio, es casi exclusivamente trabajo, trabajo encarnizado de escritura y sobre todo de corrección”.

Cuando desde esta casa le preguntamos: ¿Por qué, para qué la poesía? Su respuesta fue contundente: “Para seguir creyendo en algo en un mundo dominado por el egoísmo, la crueldad y la codicia”.

 

Muestrario mínimo

Otitis

Cuando me perforaron los tímpanos

a causa de una otitis crónica

viví durante un tiempo debajo del mar;

un submarinista extraviado

de regreso al cielo.

La gente me hablaba y yo no respondía.

Las montañas parecían más azules.

Al salir del trabajo

paraba el auto al borde de la ruta

y fumaba mirando las nubes.

No escuchaba el tráfico

ni los tractores horadando los campos.

Los árboles eran más verdes.

Pensaba en mi padre.

Nunca nadie había pensado en él

en aquel lugar tan lejos de su tumba.

Después volvía al auto, lo ponía en marcha

y regresaba al camino.

En el asiento trasero mi padre

hablaba durante todo el trayecto de vuelta,

pero yo no podía escucharlo.

Mis oídos estaban llenos de su muerte.

 

Ventanas iluminadas

Abre los ojos. Su mano cae sobre los libros

apilados junto a la cama, toma uno al azar

y lee un poema: es como abrir una ventana

en una casa desconocida, a la que llegamos

por la noche, perdidos, empapados por la lluvia.

Aún somnoliento, su cerebro organiza el trabajo.

¿Puede aprovechar algo de sus sueños?

El asno cayendo de lo alto de la montaña

o aquella voz que, en la oscuridad, repetía:

la muerte es una silla en una habitación vacía.

Escribe. Corrige. Vuelve a escribir.

La tarde despliega la pregunta de siempre

y, al anochecer, cree encontrar una respuesta

en otro libro abierto al azar:

debo escribir poemas, la más fatigante de las ocupaciones.

Enciende la luz. Se acerca a la ventana.

Otras luces resplandecen a lo lejos,

entre las copas de los árboles.

Algunas permanecerán encendidas hasta la madrugada.

 

Carne

Un hombre con media res al hombro

cruza una calle bajo la lluvia.

El hombre, vestido de blanco,

doblado bajo la carne, trabaja;

concentra la fuerza de sus músculos vivos

en soportar el peso de la carne muerta.

Desde donde estoy, el hombre parece

uno de los ángeles que asoló Sodoma,

y la res que carga otro hombre

cuya carne será pasto del fuego.

Hombre y ángel, res y hombre

pueden confundirse, mirados desde aquí,

y uno puede pensar que ciertas escenas

son signos de un alfabeto oscuro.

Hombre y ángel, res y hombre

pueden confundirse.

La lluvia y la carne pueden confundirse,

también, en sus últimos gestos:

la lluvia

cae porque cae.

 

Spitfire

Quien quiera derribarte,

tu enemigo,

vendrá del lado del sol.

Desconfía de la luz,

y teme la tiniebla.

Que tus ojos vaguen

libres en el cielo,

pero que tu corazón sea

oscuro y terrible

como un gato muerto.

Lo más importante

se reduce a esto:

debes predecir

el advenimiento del relámpago.

Solo en ese momento verás

lo que te sea dado ver.

Halcones, huracanes, luz de luna,

tifones o trompetas de Jericó,

que otros usen eufemismos

para enaltecer sus máquinas;

guarda secreto

el nombre de la tuya.

Cuando despegues no te despidas,

ni te exhibas al aterrizar.

El fuego se somete a la tierra

y es tu derecho regresar con él.

Lo que destruyas en el aire,

pertenece al aire.

 

Ciervos

Deer, death is near...

Frederick Seidel

 

Durante la brama de otoño

los jóvenes ciervos luchan entre sí

pero los viejos machos son solitarios

como solitarios eran los místicos,

y mientras unos descienden de las montañas

a los bosques y valles para aparearse,

los otros se alejan a lugares elevados.

La poesía llega a veces con dificultad,

muy lentamente; con la misma lentitud

ascienden los viejos ciervos la montaña,

deteniéndose a menudo, inclinando

sus largos cuellos hacia la tierra

con tal humildad y sosiego que nadie

podría decir si rumian o rezan.

 

Cansancio

 Estoy cansado,

íntimamente cansado;

 

con un cansancio de espejo

que aúlla

frente a otro espejo.

 

Cansado

de mi tristeza de charco

 

de mis manos

hundidas en el desastre;

 

cansado como un buey

que arrastra el cielo

entre pantanos,

 

con un cansancio insondable

de mi cuerpo que esconde

la podredumbre tibia

de otro cuerpo muerto.       

Los lugares donde dormimos

Los muertos se amontonan a mirarnos

en la noche dentro de otra noche oblicua, inclinada.

Los oigo hurgar como topos, murmurar

las últimas palabras que en vida pronunciaron,

en distinto orden. Pero si siembra la sombra su sueño

en los lugares donde dormimos y aun así soñamos,

si ellos, los muertos, veloces como nubes o altísimos incendios

se internaran laterales en la ola:

¿no habrá una forma de organizar esa arquitectura ausente,

alguna manera de ordenar las palabras?

Escucho el tren, en la madrugada, cuando nadie

ha despertado aún. Viene de lejos, de mi infancia,

cargado de caballos mojados y libros amarillos.

Esta es tu casa; éste, tu cuerpo.

Aquí mora tu espíritu.

 

 

 

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