Diego Ignacio Muzzio o los “signos de un alfabeto oscuro”
El asaltante hará un recorrido por las voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acercará, además de poemas, su visión de la poesía.
Por Rodrigo Galarza
En entrevista hecha por Walter Lezcano para “Artezeta”, Muzzio responde ante la pregunta:¿Cómo funciona para vos la escritura de poesía en vinculación con la prosa?:
“Son estados completamente distintos. Para escribir poesía tengo que estar leyendo exclusivamente poesía. Es muy raro que escriba un poema si no estoy leyendo poesía en ese momento. Por otro lado, escribir poesía genera un estado muy particular, un estado que podría llamar “estado de alerta”. No sabría muy bien cómo describirlo: quizás sea un modo de observación muy agudo de la realidad, que a veces se desliza también hacia el sueño. Muchas veces mis poemas nacen de mis sueños. La prosa, en cambio, es casi exclusivamente trabajo, trabajo encarnizado de escritura y sobre todo de corrección”.
Cuando desde esta casa le preguntamos: ¿Por qué, para qué la poesía? Su respuesta fue contundente: “Para seguir creyendo en algo en un mundo dominado por el egoísmo, la crueldad y la codicia”.
Muestrario mínimo
Otitis
Cuando me perforaron los tímpanosa causa de una otitis crónica
viví durante un tiempo debajo del mar;
un submarinista extraviado
de regreso al cielo.
La gente me hablaba y yo no respondía.
Las montañas parecían más azules.
Al salir del trabajo
paraba el auto al borde de la ruta
y fumaba mirando las nubes.
No escuchaba el tráfico
ni los tractores horadando los campos.
Los árboles eran más verdes.
Pensaba en mi padre.
Nunca nadie había pensado en él
en aquel lugar tan lejos de su tumba.
Después volvía al auto, lo ponía en marcha
y regresaba al camino.
En el asiento trasero mi padre
hablaba durante todo el trayecto de vuelta,
pero yo no podía escucharlo.
Mis oídos estaban llenos de su muerte.
Ventanas iluminadas
Abre los ojos. Su mano cae sobre los libros
apilados junto a la cama, toma uno al azar
y lee un poema: es como abrir una ventana
en una casa desconocida, a la que llegamos
por la noche, perdidos, empapados por la lluvia.
Aún somnoliento, su cerebro organiza el trabajo.
¿Puede aprovechar algo de sus sueños?
El asno cayendo de lo alto de la montaña
o aquella voz que, en la oscuridad, repetía:
la muerte es una silla en una habitación vacía.
Escribe. Corrige. Vuelve a escribir.
La tarde despliega la pregunta de siempre
y, al anochecer, cree encontrar una respuesta
en otro libro abierto al azar:
debo escribir poemas, la más fatigante de las ocupaciones.
Enciende la luz. Se acerca a la ventana.
Otras luces resplandecen a lo lejos,
entre las copas de los árboles.
Algunas permanecerán encendidas hasta la madrugada.
Carne
Un hombre con media res al hombro
cruza una calle bajo la lluvia.
El hombre, vestido de blanco,
doblado bajo la carne, trabaja;
concentra la fuerza de sus músculos vivos
en soportar el peso de la carne muerta.
Desde donde estoy, el hombre parece
uno de los ángeles que asoló Sodoma,
y la res que carga otro hombre
cuya carne será pasto del fuego.
Hombre y ángel, res y hombre
pueden confundirse, mirados desde aquí,
y uno puede pensar que ciertas escenas
son signos de un alfabeto oscuro.
Hombre y ángel, res y hombre
pueden confundirse.
La lluvia y la carne pueden confundirse,
también, en sus últimos gestos:
la lluvia
cae porque cae.
Spitfire
Quien quiera derribarte,
tu enemigo,
vendrá del lado del sol.
Desconfía de la luz,
y teme la tiniebla.
Que tus ojos vaguen
libres en el cielo,
pero que tu corazón sea
oscuro y terrible
como un gato muerto.
Lo más importante
se reduce a esto:
debes predecir
el advenimiento del relámpago.
Solo en ese momento verás
lo que te sea dado ver.
Halcones, huracanes, luz de luna,
tifones o trompetas de Jericó,
que otros usen eufemismos
para enaltecer sus máquinas;
guarda secreto
el nombre de la tuya.
Cuando despegues no te despidas,
ni te exhibas al aterrizar.
El fuego se somete a la tierra
y es tu derecho regresar con él.
Lo que destruyas en el aire,
pertenece al aire.
Ciervos
Deer, death is near...
Frederick Seidel
Durante la brama de otoño
los jóvenes ciervos luchan entre sí
pero los viejos machos son solitarios
como solitarios eran los místicos,
y mientras unos descienden de las montañas
a los bosques y valles para aparearse,
los otros se alejan a lugares elevados.
La poesía llega a veces con dificultad,
muy lentamente; con la misma lentitud
ascienden los viejos ciervos la montaña,
deteniéndose a menudo, inclinando
sus largos cuellos hacia la tierra
con tal humildad y sosiego que nadie
podría decir si rumian o rezan.
Cansancio
Estoy cansado,
íntimamente cansado;
con un cansancio de espejo
que aúlla
frente a otro espejo.
Cansado
de mi tristeza de charco
de mis manos
hundidas en el desastre;
cansado como un buey
que arrastra el cielo
entre pantanos,
con un cansancio insondable
de mi cuerpo que esconde
la podredumbre tibia
de otro cuerpo muerto.
Los lugares donde dormimos
Los muertos se amontonan a mirarnos
en la noche dentro de otra noche oblicua, inclinada.
Los oigo hurgar como topos, murmurar
las últimas palabras que en vida pronunciaron,
en distinto orden. Pero si siembra la sombra su sueño
en los lugares donde dormimos y aun así soñamos,
si ellos, los muertos, veloces como nubes o altísimos incendios
se internaran laterales en la ola:
¿no habrá una forma de organizar esa arquitectura ausente,
alguna manera de ordenar las palabras?
Escucho el tren, en la madrugada, cuando nadie
ha despertado aún. Viene de lejos, de mi infancia,
cargado de caballos mojados y libros amarillos.
Esta es tu casa; éste, tu cuerpo.
Aquí mora tu espíritu.
¿Te gustó la nota?
Ranking
Comentarios