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/Ellitoral.com.ar/ Cultura

Susana Szwarc o el silbido que sostiene el mundo

Nació en Quitilipi (Chaco). Ha publicado poesía y narrativa. En narrativa: “Una felicidad liviana”; “La Resolana”; “Distancia cero” (microrrelatos); la nouvelle “Trenzas”, entre otros. En poesía: “El ojo de Celan”; “Decir la suerte”; “Ahora Bárbara dice”, entre otros. Libros suyos han sido traducidos al francés, al italiano y alemán. Ha recibido diversos reconocimientos como el premio regional de narrativa; el premio único de poesía por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Colabora en medios del país y del exterior

El asaltante hace un recorrido por las voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acercará, además de  poemas, su visión de la poesía.

 

Hacia una poética

La zona donde la poesía se despliega, no (solo) el abismo, no (solo) el vacío (a la vez repleto), sino la página donde apoyarse. También en el aire mismo, en la voz que pronuncia y lo que pronuncia son sonidos, letras escondidas en otras letras. Un sin /sentido que intranquiliza (a la vez mece) que lleva a buscar un "qué dice", un "qué me quiere decir", algo que explique para cerrar la riqueza del no entender. 

La poesía se deja: puede ser leída, escuchada innúmeras veces. Cada vez será posible leer otra cosa. Una repetición que no es repetición porque se nombra en otro lugar de esa zona. Una geopolítica que esquiva el poder y la (llamada) comunicación, esa que hace ruido, que pretende in-formar, uniformar. La poesía pertenece al mundo de lo que no se puede definir porque implicaría atarla, pertenece al mundo de lo raro, tan raro como una lluvia repentina, como una lluvia que nos moja la boca. Una lluvia que transforma el entorno, que hace caer dos gotas, sílabas sobre la página. 

El por qué y el para qué de la poesía: es en esa casa que habitamos, en el lenguaje vuelto poema, donde es posible hacernos, alguna vez, humanos. Lo que implica una responsabilidad, una ética. Y siempre es –cuerpo poético- de y con los otros. 

Susana Szwarc

 

Muestrario mínimo

 

Declive

Por el ojo de la cerradura vemos

cómo deja la palangana en el suelo: tiene agua. Ahora

no se ve. Hasta que levanta la mano

blanca, la misma con que la prisionera (jovencita

en Siberia) llevaba maderos hacia el barco.

 

¿Y las niñas? en la escuela

atrás de la vía.

 

Tiene una gillette y el ojo apoyado en la cerradura mira

su negra axila de abeja-madre. Arrasa. Algo se corre.

En el encuadre, un ojo mira al otro.

Si me estiro veo

la palangana (llena) de estrellas y abedules

también blancos: habría nevado.

(El hermano, sobre la nieve, corre

a la muchachita y ahora los ojos ya no ven.)

 

Atrás de la vía:

campanas.

 

Va a salir. Hay que correrse. Abre la puerta y desparrama

el agua (turbia) al gallinero. Nubes la alejan, hacen pasillos

hasta que tiende más ropa en puntas de pie. Los brazos en alto. Abrocha.

 

¿Cómo hallar ahí dónde posarse?

 

Formales

Alguien traza una franja de penumbra en el día

que comienza. (Hemos puesto la ropa

en remojo). Alguien cuenta

su revelación, fluye

como el agua por la franja que se estrecha:

 

viajaba en un tren,

desde la ventana veía el pasado

y el futuro, lo que muere,

rompe, muere, reguero de luz

y sombra sin cuerpo, sin fortuna

en el lugar común del grito

del sueño que nos despierta y cambia

la dirección de la mirada.

Alguien cava un pozo en el día

que comienza (cerradas, las puertas de la casa).

Y habrá una posesión

una especie de rezo habrá. Después

rodajitas, costras de pan. (Hemos puesto

la ropa en remojo.

Sólo fluye el agua y lo soñado

casi ya no insiste). Lloramos

por la fuerza del agua.

Por la imposibilidad de su captura.

 

Ronda 

Una mujer (podría ser tu madre) se quita

el sudor de la frente. ¿Está llorando

y del agua levanta las uvas?

-Claro que no- dice, -¿acaso

no lloré ya demasiado?- Y alarga

su idioma de plegarias

como un chiste.

 

aaacotkitbá sháre búre óbed bá

está cantando en polaco la abuela

en el horno -muerta se seca su harina.

 

aaacotkitbá cantamos las madres,

las hijas, las muñecas extenuadas

de éter y música.

 

Sigue aaacotkitbá pegada a la pared

los pies sobre un suelo enlosado,

y agrega la propia madre

me duelen las piernas

pero aprendí:

qué suerte le digo

si todavía hay piernas para el dolor.

(Bailemos) Del bolsillo salta

su cajita de nieves.

 

En puntadas se cose una siesta

cotkitbá a otra siesta cantabas

y mentías

pero aprendí:

tus tierras prometidas existen.

Por ejemplo hay rumores

de cuerpos escandalosos, solidarios.

Hay aves de plumajes como letras.

(Reímos más de la dulce mentira.)

 

Y a solas (detrás de las ventanas)

escurrimos

uvas.

 

Otra vuelta cotkitbá y no sabemos

el significado

pero parece una canción feroz.

Esa memoria acompaña desde la biblioteca

de los hornos.

Apuntamos

con la linterna. El renglón marca:

que los hijos vivan del lado de la dicha.

 

Invitación

I

Alguien, como un teorema, nos ha cercado

con una magia suave, todavía.

Casi nada sabemos

sólo el ruido -musical- que dejan los trapecios

y confunden.

Toda la historia entra en una copa,

suspendida por la ventana en su equilibrio.

 

Una tos aleja del ensueño.

 

Nos avisan: no leer ya tragedias,

evitar la inquietud.

Mi pura verdad vacila y la copa se mueve.

Caerá,

se hará trizas en la vereda de las grandes ciudades

donde nunca (nunca, que recuerde) he comido.

(-¿qué comíamos?

- letras.)

Se nos escapa la risa como un huevo

pasado por agua que evita el incendio

de la casa,

(a todos a veces se nos rompe).

 

II

 

Recordar. He mirado los árboles vacíos del invierno

y los he visto cumplidos otra vez.

También la otra

-niña- ajena, los ha visto.

Árboles nos permitían el saludo, el adentro y el afuera,

y la prohibición encubierta que separa

las toses.

Que hace, en la luz de la mañana, el milagro

de la diferencia.

En esa luz alguien sueña con otro que bendice,

que alimenta,

que no sabe de la desmesura del sentido.

Porque alguien sueña

yo también.

 

Un país no es un solo lugar para el derroche de pasiones.

La vuelta al mundo recomienza su andar

y todo el pueblo

entra en nuestros ojos como un fruto maduro,

a punto de morder.

Justo en lo perdido, una migración.

 

Bilingüe

Mecerse en el cálido pozo

de las ficciones

hasta paladear el ritmo

(lentísimo) de la infancia.

El dolor (sólo) por sus tramas.

 

He bebido agua, (agua)

donde posaste tus remos.

 

Es envuelta en lo ausente

(amado)

que alardea la presencia perpetua.

Los cielos arriman (entretanto)

un pueblo al otro.

 

Y no hablo -esta vez- de la revolución.

Hablo de la juntura de las lenguas.

 

Voces

Te pregunto si llueve todavía.

Una pregunta tan torpe como pretender, 

ahora, desde aquí,

saber

si es de día o de noche,

como si se pudiera responder 

así nomás 

a ciertas cosas. 

 

Es otro continente, me decís.

¿Acaso cambia algo si sigue lloviendo?

 

No es lo mismo, diría

y me acerco 

más

a la ventana.

 

-Está oscurísimo.

 

-No se puede pretender otra cosa 

a la madrugada.

 

(¿De dónde viene esa voz?) 

 

Me alejo. Alguien se puso a silbar.

Silba y sostiene con su sonido el mundo. 

 

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