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Toledo “El bravo”

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”, de Moglia Ediciones.

Sabado, 23 de septiembre de 2023 a las 18:59

 Se equivoca don Francisco, no voy a hablar de la historia de ése personaje de leyenda e historia en Corrientes, para eso están los historiadores, y solo relato lo que conocí por la boca de la gente que recorre el tiempo de generación en generación, sin papeles ni otros requisitos que contarles sin referato, que Toledo era bravo, sí lo era, pero tuvo su lado flaco cuando la vida le puso a la muerte frente a frente. 
Vaya con este cuento, sostuvo José, debe ser interesante entonces porque lo que yo leí sobre el personaje tenía huevos el hombre, pero no hay huevo que no se rompa o se frite afirmó en tono jocoso a manera de respuesta. 
Advierta usted que yo tengo más de 80 años y como que me llamo Francisco, le cuento lo que me relató mi padre y a él el suyo, que fue uno de los milicos del tal Toledo. Dicen que le fallaron en un entrevero jodido sus seguidores y como se las tenían jurada sus enemigos, cercaron los lugares por donde podía disparar hacia el río, que conocía como la palma de su mano, las islas eran su lugar preferido para liquidar adversarios sin ningún tipo de piedad, les decía -mejor te liquido rápido antes que te torturen chamigo, y los degollaba sin pasión ni gloria, simplemente carecía de sentimientos, cumplía órdenes, lo arropaba la banalidad del mal. 
Asombrado su oyente manifestó-entonces era un despiadado, o un gran hijo de perra, porque la vida suele ser respetada, expresó José algo molesto. 
Puede ser, manifestó Francisco, creo que sus sentimientos eran encontrados, formaba parte de un paquete completo de blanco y negro, lo blanco estaba bien resultara lo que resultara, lo negro estaba mal de igual manera, no importaban las conductas o acciones, si era negro bien si era blanco mal y listo, un ser sin importancia y carente de sentimientos, empatía cero, piedad cero y respeto solo lo negro. Pero le tocó el turno de caer en desgracia porque hasta sus mismos seguidores le tenían terror, un gesto mal interpretado y la cabeza era separada del cuerpo con la misma facilidad que se mata una gallina, el afilado y reluciente sable del Toledo cortaba el aire con la destreza del mejor carnicero del pueblo. En una fallida intentona de imponer la voluntad de sus mandantes, cobardes y ocultos como siempre, los que tiran la piedra y esconden la mano, se quedó en la estacada, sólo y sin ningún acompañante, por supuesto disparó y en vez de dirigirse hacia las orillas del río porque observó la encerrona que le habían preparado, huyó hacia la calle ancha, se metió en el cementerio de la Cruz saltando sus muros como un gato, buscó un panteón forzó la cerradura de las rejas de entrada y se metió en la cripta subterránea, no sin antes colocar la cadena y el candado de nuevo en su lugar, del cansancio y el susto que se llevó quedó dormido entre los muertos que lo rodeaban. 
-Era valiente el hombre expresó José, porque mire que entrar al cementerio de noche, meterse en un panteón de alguna familia linajuda, debe haber sido, porque los pobres a la tierra llana nomás, y quedarse dormido, no le envidio a nadie. 
Francisco, como pensando, continuó diciendo, parece que sé el hombre sabía que el cementerio tenía sus secretos, lo conocía porque en él se realizaban bailes, kermeses, encuentros furtivos, y según los curas de la ciudad era un lugar sagrado en el cual se podía buscar el asilo de Dios, me contaba mi padre que era un gran lector que; -la función de asilo transformó el cementerio en un lugar de residencia, siempre en un lugar público de encuentro…muchos vivían en el cementerio, con la anuencia de los curas, que controlaban y hasta cobraban por dejar que habiten en el lugar, además tenían inmunidad- sostuvo con autoridad para cerrar la frase. 
José asombrado ante la respuesta de su interlocutor, expresó que desconocía ese derecho, pero si estaba en los libros, así deberá ser chamigo. 
Francisco continuó su relato: Toledo aprovechó la presencia en horas inoportunas de una pareja de jóvenes, no recuerdo el panteón, si Ceballos o Gallino o el que fuere, ella era casada y engañaba a su marido copetudo y patricio, para aparecerles embozado en su capa, para que transmitan un mensaje a una persona determinada, bajo
presión de relatar el encuentro a los perjudicados de la relación amorosa. La pareja con el julepe que tenían encima, mudos de terror dijeron sí, y juraron por todos los santos de todos los Olimpos no hablar con nadie tal como les pidiera el fantasma que se les apareció y arruinó la fiesta; imagínense en 1868 cuando las tropas brasileras, uruguayas y argentinas habitaban la ciudad, que era un jolgorio de fiestas y saraos, bodegones y prostíbulos, cementerios por doquier y a esta desgraciada pareja de jóvenes les aparece el fantasma. 
Corriendo fue el muchacho a la casa indicada y dejó una esquela bajo la puerta, era la familia de Toledo el Bravo, simplemente decía panteón tal, ellos entendieron el mensaje, comprendieron que “el bravo” se encontraba enjaulado oculto de sus adversarios que revisaban casa por casa -la de su familia varias veces-, hasta arriba de los árboles. 
José azorado miraba a Francisco con asombro, escuchaba atento. 
Continuó el relato, …con recato y mucho sigilo un miembro de la familia se dirigió al cementerio, rezó un tiempo prudencial ante sus muertos, colocó las flores, aguantando estoicamente las pesadas bolsas que debajo del vestido holgado llevaba con alimentos y bebidas, utilizaba un bastón para darle más dramatismo a la escena, como quien realiza turismo se quedaba observando tumbas, panteones, leía lápidas hasta acercarse al panteón indicado, sólo dijo una palabra clave “coliflor”, y la cabeza de Toledo asomó por la cripta, rápidamente le pasó un papel con indicaciones y le ordenó que se fuera, no sin antes dejar con disimulo las bolsas dentro del panteón, pasándolas por las rejas. 
Llegada la noche, horas en que el cementerio hacía disparar a los visitantes y se cerraban las puertas, el fugitivo metió las bolsas en la cripta, comió y bebió, la sed le estaba matando. 
La operación se repitió muchas veces, especialmente cuando más concurrido estaba el cementerio porque no hay cómplice más inteligente que la normalidad, duró bastante el exilio en el cementerio. 
Y sus necesidades, preguntó con inocencia José. 
Francisco dibujó una risa en su cara, cuando podía observaba cuidadosamente sus alrededores, era un gran rastreador, percibía presencias extrañas y salía, y cuando no, allí adentro nomás chamigo. Pero con lo que no contaba “el bravo”, era que los espíritus florecerían a su alrededor, una mujer joven y bonita aparecía sentada a su lado, un señor elegante se corporizaba en fosforescencia en un rincón, de una de las urnas, un hilo negro se elevaba para convertirse en espectro, Toledo temblaba al comienzo, se acurrucaba, pensaba en rendirse a sabiendas que lo matarían, pero aguantó. A su terrible situación se sumó un fantasma auténtico que fue una de sus víctimas, éste le reclamaba desde el más allá su crueldad, prometiéndole el infierno. 
Pasaron los días hasta que un gobernador compadecido de la situación familiar de Toledo el Bravo perdonó sus fechorías y ordenó a los enemigos, que los tenía y muchos, por cierto, que lo respetaran. 
Con el mismo sigilo de siempre un familiar, porque se turnaban, llevó el decreto del gobierno y la ley de amnistía. A la noche Toledo el Bravo saltó el muro del cementerio, sucio, barbudo, con el cabello blanco como la cal, envejecido y se dirigió a su casa, los pocos transeúntes que se cruzaron con él no podían creer, parecía un fantasma o se convirtió en uno de ellos. 
Desde ese entonces Toledo el Bravo aprendió lo que es el miedo, no cambió su forma de ser, porque quien nace banal muere banal. Estuvo entre los muertos y aprendió mucho de ellos, el julepe jamás se le pasó. 
Suele visitar el cementerio y con prudencia deja flores en el lugar de su refugio del camposanto para no olvidar a sus amigos y enemigos velados allí, eso sí siempre lo hace a pleno sol, ni siquiera cuando llovizna piza el suelo que lo asiló. Sus sueños no son tranquilos, como tampoco su existencia, los espectros lo siguen como si lo hubieran incorporado a la familia del panteón que ocupó, 
donde quedan los rastros de las velas encendidas en una pequeña hornilla. 
-Vaya que historia don Francisco- expresó José, -algo aprendió el Bravo por lo visto, que sus víctimas lo esperan pacientemente en el otro plano, para conversar con él, quizá.
Recuerde el lector no es historia, solo leyenda o cuento, pero le aseguro que algo de verdad debe haber, porque si el cementerio hablara, cuántas historias de vivos nos relataría, tantos amoríos ocultos entre sus añosas construcciones, cuánto hijo atribuido a otro fue concebido entre cruces y rezos, y cuántos prófugos anduvieron asilados en lo que se denominaba el campo santo todavía, 
porque la secularización de los cementerios vendría recién con la generación gloriosa del ochenta del sig

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