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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Llegar, siempre cuesta

Estacionarnos con edad suficiente, siendo jubilados, recién empieza la lucha. Hoy que todo el mundo se visibiliza, no estaría mal que nos vieran. No queremos privilegios, sino equidad. 

Todo tramo. Todo esfuerzo. Marca la distancia entre activo y pasivo. Es una ruta inevitable, que madura con nosotros. Van marcando los años. Es allí donde la diferencia se hace notoria. 

El pasivo, de quedarnos quietos, de pronto, marca la jubilación donde los seres humanos descansan por último, en busca de paz, de celebración merecida.

Pero sucede que nada es tan pleno, ni se cumple totalmente al “pie de la letra”.

En 1987, Joan Manuel Serrat compuso su tema: “Llegar a viejo”, justamente por faltársele a cada principio de ese nuevo estado. Una falta de respeto constante, poca paciencia para lidiar con sus cosas, lejos de descanso, transformado en angustia. Una dura crítica destinada a enfrentar a quienes, prestan poco interés, ni mucho respeto, por quienes están de regreso porque el camino a casa ya lo cumplieron, y con creces.

El de no querer molestar, porque uno tiene sus principios aprendidos de padres diferentes formados sensiblemente en la filosofía de la vida. De esa vida que no fue hace mucho tiempo, que el motivo de pasivo era cuestión de orgullo para ese árbol genealógico que iba desplegando sus ramas fuertes, abundantes frutos, un ejemplar centenario generador de sombra.

Y, con la tercera edad, otros problemas que los pueblos modernos, sociedades apiñadas de irrespeto por poca cabeza, con mucho de “medio pelo argentino”, bautizado por Arturo Jauretche, a la mediocridad compulsiva, esa que dice ser lo que no es, y donde el compromiso es la vara de los zonzos, o desmedida “viveza criolla”, bruta y empecinada.

Pero más que eso, conocer la pobreza que no es ninguna vergüenza, sino comprobar cómo los jubilados nos convertimos en “carne de cañón”, siempre corriéndole a la inflación, y eso que somos fondos generosos donde todos siempre echan mano.

Me sigo preguntando quién le pone precios a los remedios, porque hay muchos abuelos, que se pasan de largo la farmacia.

Es motivo de orgullo descubrir cómo la vida laboral y social fue dándonos alegrías, enseñanzas, que al cabo de ella se transformaron en experiencias sólidas que consolidaron nuestro saber.

Cuando veo un abuelo en situación de calle, y eso que también ejerzo como abuelo, no dejo de emocionarme y concluir cómo es posible que, personas con sueños como yo los tuve, no hayan podido construirlos, por causas mínimas de afectos que reposan siempre en familia.

La cuesta se empecina que arrastrar nuestro propio peso, siempre cuesta porque hay que soportarnos, así que el esfuerzo de la fuerza extra que el desnivel impone, se duplica demostrándonos que valemos lo que pesamos.

Algo hicimos. Que no existimos por existir. Sino que somos el fruto que nuestros padres y abuelos sembraron. Es la resultante de una educación tal vez precaria pero entregada con amor, en el terreno fértil del trabajo esperanzado, potenciado de fe, amor. Ese amor que abraza, que nos envuelve, enseñándonos que las palabras con afecto germinan armoniosamente.

Hay un desapego con ese señor que peina canas, que alarga desmesuradamente la distancia, y que promueve el silencio para entrecruzar palabras, porque la lejanía acentúa el desinterés ya que la cadencia normal de una charla va perdiendo su ritmo natural.

Cómo pierde su interés, haciéndonos ajenos a sus inquietudes que son valiosas, porque la diferencia de edad profundiza la experiencia que enriquece y valora a esas personas que han vivido lo suficiente, como haber domado los años para que las cosas que nos aquejan se amansen.

He tenido una tía, con dichos que repercuten y que se acomodan a cualquier contingencia, de las suaves a las bravas, al uso “nostro”, que une y concluye. Qué formidables forjadores de palabras exactas, somos en nuestra desgracia como un desahogo forzado que aprendemos a mascullar.

Nos hacemos entender sin vueltas. Ella, repetía sin cesar cuando a la suerte le faltaban 5 para el peso: “La necesidad, tiene cara de hereje”. Debemos hacer lo que no queremos, como al chico con el jarabe peleando con sus padres.

A propósito, un amigo, como forma de definir irónicamente, me dijo en alusión al aluvión Milei, “cómo quieren matar a los jubilados…”

Es más, cuando voy a la farmacia, comienzo hacer como los abuelos desahuciados, preguntar todos los precios de la medicación aconsejada, como cuando éramos chicos y nos mandaban a la almacén de la esquina, para ver si tenían con qué “parar la olla”. Es muy triste, yo también lo hice. Y, hoy, también hoy lo hago, porque vaya a saber quién pone precios a los remedios. 

Las Obras Sociales, hacen agua, quedamos siempre a mitad de camino mientras los políticos muestran la hilacha en el Congreso. Los remedios aumentan y los jubilados nos achicamos.

Es decir, hoy, el “remedio es peor que la enfermedad.” Por eso me rindo cuando escucho a Serrat en “Llegar a viejo” registrado en su álbum “Bienaventurados”, si bien con decir bien castizo, irónico, pero le está dando en la matadura:

…”Quizá, llegar a viejo / sería todo un progreso. /  Un buen remate  / Un final con beso / En lugar de arrinconarlos en la historia / Convertidos  en fantasmas con memoria / Si no  estuviese tan oscuro / A la vuelta de la esquina / O simplemente, si todos / Entendiésemos que todos / Llevamos un viejo encima.” / 

Las penas que hoy nos hacen penar, mañana serán de ellos. Es como decía mi tía: “La necesidad tiene cara de hereje”. No tiene parangón, ni límites, sino urgencia de hambre.

Es el costo de llegar cuando la insensibilidad hace mañas, más cuando los privilegios han premiado inmerecidamente a un grupillo de vivos, o  a “4 atorrantes,” como lo expresa “Cacho” Castaña. 

Me sigo preguntando quién le pone precios a los remedios, porque hay muchos abuelos que se pasan de largo la farmacia, seguir sin medicación, total con lo ahorrado podrán disfrutar algo de comida.

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Llegar con el bienestar merecido, enteros, sin angustias, justamente reconocidos.