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Jonio González o “la sangre del ultraje”

Nació en Buenos Aires en 1954 y vive en Barcelona desde 1983. Con Javier Cófreces creo en 1981 la revista “La Danza del Ratón”. Es autor, entre otros títulos, de Onofrio. Grupo de Poesía Descarnada (con Javier Cófreces y Miguel Gaya); El oro de la república; Muro de máscaras; Últimos poemas de Eunice Cohen; El puente; Ganar el desierto; La invención de los venenos; Historia del visitante y Esbozos y representaciones. Sus últimas traducciones incluyen la antología Poetas norteamericanos en dos siglos y Esperando mi vida, de Linda Pastan (con Rosa Lentini), así como su colaboración en In nomine Auschwitz. Poesía del Holocausto, de Carlos Morales del Coso. 

Sabado, 18 de mayo de 2024 a las 19:28

El asaltante hará un recorrido por las voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acercará, además de  poemas, su visión de la poesía.

 

A modo de poética
La escritura de un poema comienza cuando el propio poema lo decide; basta para ello una frase, una idea (el resplandor de la misma), una imagen, que llamarán a otra frase, otra idea, otra imagen en un juego (literalmente) de semejanzas y oposiciones. Dicho juego no necesariamente comenzará al principio del poema, sino que puede indicar, y a menudo indica, el destino al que éste pretende llegar, el camino que recorre para ello. El poema es en sí la descripción de ese camino (aunque no siempre del destino, evasivo a menudo). Por extensión, el libro será el diálogo que distintos textos establecen entre sí, y en el que algunos pueden quedar excluidos. Por lo dicho, en mi opinión es imposible separar la escritura de la "mirada del lector", es decir de la lectura, en la medida en que el poeta compone y al mismo tiempo es testigo, o un lector al que ser autor del texto no le otorga privilegio. La poesía iguala a uno y a otros. 
Ahora bien, para que el poema decida, hemos de estar alerta, alerta a su voz y a cuanto nos convoca: la realidad, lo que de ésta se deduce, el modo, aun inconsciente, en que nos afecta, nos invade, condiciona. Y el modo, también, en que esa invasión, ese condicionamiento determinan la frase, la idea o la imagen de que hablo al comienzo, a menudo introduciendo contradicciones que no siempre acaban por resolverse.
Paul Valéry dice en su Introducción a la poética que en la producción de la obra "la acción entra en contacto con lo indefinible", y añade que esa acción es voluntaria y exige trabajo. Creo también que sin trabajo no hay poema, porque sólo trabajando, explorando, interrogando, alcanzamos a entender su propuesta, la forma que dicha tarea de búsqueda e interpretación va adquiriendo, el acto de definición que a veces revela su objetivo y a veces no, o revela otro objetivo insospechado.
Hay matices, claro, e imagino que son estos los que llevaron a René Char a escribir que "el fruto es ciego; es el árbol quien ve". Creo no obstante que si bien es el árbol quien ve, no siempre es consciente de lo que ve, y que es posible que el fruto sea ciego y por ello tarea del árbol abrirle los ojos y averiguar qué ve, y si las visiones de ambos coinciden. Porque la vida del poema no impide que sea el poeta quien decida recorrer su propio camino y al hacerlo darle forma, pero para ello necesitará, a menudo, a esos frutos ciegos que son ventanas a paisajes esperados o inesperados, pero siempre reveladores.
Jonio González

 

MUESTRARIO MÍNIMO

Colliure
                     a Miguel Gaya
tras dirigir la mirada
hacia los despojos
que ha dejado el cazador
hacia las batallas y traiciones
que han compuesto la única
caligrafía de la historia
¿cómo ignorar la transparencia del dolor
entre un fracaso y el siguiente?

los años recuerdan la sangre del ultraje
con palabras devuelven del exilio 
a los perdedores
y hay quien junto a su tumba
imagina olmos ríos campos de soria
y vislumbra en el sol que declina
la luz de aquella lámpara
de infancia

Reclamo
¿es posible
bajo las aguas del río
ver volar
el ave del destino
pedir lo que comienza
y termina
se pierde
en la fatiga
en la cordura?

no
aunque lo hayas escrito
no ha sido bueno el dolor
ni el querer mal
ni la espera tras la llamada
y la pena o la ira
ante el silencio

bajo las aguas
desnuda y sola
está la queja 

Abel
el pastor conduce a sus ovejas
adonde hay hierba y agua
mientras ellas pacen
él dormita a la sombra de los árboles
y bajo la copa de estos se protege de la lluvia

el labriego se inclina sobre la tierra
levanta la mirada hacia el cielo 
a la espera de la misma lluvia
por la que reza cada noche
recordando tiempos de sequía

si hubiese vuelto la cabeza
hacia mi hermano
si aquel cordero que a punto estuve
de dar en ofrenda
no me hubiese distraído
con su queja
quizá mirándolo a los ojos
le habría hecho comprender
que nuestros caminos
no tenían por qué estar a merced
de la inescrutable voluntad
de quien más cruel es
con quien más asiente

Desagrado
niega la palabra
palabra
no hables de poesía
en el poema

piensa en la singular
necesidad
de quien desmenuza pensamientos
de acuerdo con un orden
imaginario
de quien considera
sus deseos la medida 
de cuanto ha de agradar

niega el poema
en el poema
no reflexiones sobre la rosa
que se oculta a sí misma
en la palabra rosa

Cartas en las esquinas
si vas a escribir sobre el otoño
recuerda que han de caer las hojas
que el viento debe arrastrarlas

si sobre injusticias
adopta una actitud distante
pero como si estuvieses
a punto de pasar a la acción

si sobre los sueños
antes de despertar
procura dejar el mundo
menos desordenado
de lo que lo encontraste
o más
si vas a escribir sobre profetas
que no han sabido distinguir
locura de desesperación
desesperación de ceguera

no lo olvides
    es otoño
        caen las hojas
el viento las arrastra

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