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“En un país donde se hace culto al individualismo, la Iglesia debe despertar solidaridad”

El arzobispo de Corrientes reflexionó sobre la iglesia, la realidad actual y el pontificado de León XIV. “La de Corrientes es una iglesia de puertas abiertas, hospitalaria, que recibe al herido”, dijo en este episodio de Eduardo Ledesma Pregunta.
 

Por El Litoral

Viernes, 08 de agosto de 2025 a las 21:08

Por Eduardo Ledesma 

Versión gráfica: Belén Da Costa

Desde hace siete meses, monseñor Adolfo Larregain es el Arzobispo de Corrientes. Franciscano, pastor cercano y comprometido, asumió el ministerio tras una larga trayectoria en barrios populares del conurbano bonaerense. Hoy preside también la Comisión Episcopal de Pastoral de Migrantes e Itinerantes.
En este episodio de Eduardo Ledesma Pregunta hablamos de la provincia, de los desafíos pastorales, de la pobreza como injusticia estructural, de las nuevas formas de esperanza y del rol de la Iglesia en un tiempo donde muchos eligen callar o mirar a otro lado.

Reflexiona también sobre el vínculo entre fe y democracia, la necesidad de una ciudadanía activa y la esperanza como compromiso. Hablamos del legado del Papa Francisco y de lo que se espera del pontificado de León XIV. Un diálogo actual y necesario, que interpela desde la fe, pero también desde la calle.

¿Quién es José Adolfo?

José Adolfo es un religioso franciscano, conocido como “Fito”, por Adolfito. Nació en Adolfo González Chávez, en el sudeste bonaerense, entre la sierra de Tandil y el sistema de Ventania, a 450 kilómetros de Buenos Aires. Es fraile franciscano y ha estado en distintos lugares del país, principalmente como párroco y acompañando la formación de jóvenes que ingresaban a la vida consagrada.

Usted llegó a Corrientes en junio de 2020 y desde entonces camina junto al pueblo de esta Arquidiócesis. ¿Qué iglesia encontró y cuál es la que está administrando?

Llegué en junio de 2020 y me incorporé para caminar junto a monseñor Andrés, dando continuidad al trabajo que él venía haciendo. La iglesia que encontré y que administramos es una iglesia que se basa en la escucha y la participación, siguiendo los criterios del Papa Francisco sobre la sinodalidad, que significa caminar juntos. No solo se camina, sino que se piensa y se toman decisiones en conjunto. Es una iglesia de puertas abiertas, en salida, hospitalaria, que recibe al herido. Esa es la iglesia que encontré y que seguimos caminando.

¿Cuáles son los desafíos actuales de la iglesia?

Los desafíos son muchos, principalmente socioculturales: llegar más a la juventud, enfrentar el incremento de las adicciones, la falta de trabajo, la pobreza y la realidad social y económica. Además, las crisis personales, como las que dejó la pandemia, exigen estar abiertos a los signos de los tiempos y acompañar esas realidades.

¿Cómo están las vocaciones en la Arquidiócesis de Corrientes?

Corrientes, gracias a Dios, está bendecida, me atrevería a decir yo. 

¿Por qué?

El año pasado ingresaron seis jóvenes al seminario y este año cinco más están en discernimiento para ingresar el próximo año. En total, hay unos 23 seminaristas en formación. Esta realidad de vocaciones no es común ni en la región ni en el país, y menos aún en el mundo.

La pandemia marcó su llegada y su gestión. ¿Qué le dejó, qué le sacó y cómo lo transformó?

La pandemia fue una realidad dura y difícil: tuve que hacer aislamiento, cumplir protocolos y adaptarme rápidamente a las tecnologías, como las reuniones por Zoom, que se convirtieron en herramientas imprescindibles. La pandemia se llevó muchas cosas, pero también dejó enseñanzas y formas nuevas de comunicarnos y evangelizar.

Muchos valoran sus mensajes en redes sociales. ¿Qué importancia tienen?

Son formas de evangelizar, de estar presentes, de comunicar con cercanía y de evitar viajes para reuniones cuando no es necesario. Es una herramienta práctica y valiosa.

¿Qué fue Francisco para usted? 

Francisco para mí ha sido un gran referente espiritual. Si bien yo no tuve trato personal con él, ni prácticamente lo conocí. Yo solamente una vez, caminando por Buenos Aires, me dijeron, ese es Bergoglio, nada más. Lo miré y después lo saludé treinta segundos en el atrio de la Catedral de Azul, de provincia de Buenos Aires, y otros treinta, cuarenta segundos en el Vaticano, cuando fui a hacer el curso de los obispos. Nunca tuve trato. Pero fue una persona muy cercana. Una persona que era referente.

En mi caso, por ser el Sumo Pontífice, fue quien me dio una misión, un encargo. Por otro lado, también porque fue una figura carismática muy fuerte cuyo nombre también es muy significativo para mí.

Y estamos a poco más de dos meses del nuevo pontificado, el de León XIV. ¿Cuáles son sus expectativas? ¿Cómo ve este nuevo pontificado?

Hay un seguimiento, podríamos decir, una continuidad del magisterio del papa Francisco. Especialmente en torno a la sinodalidad, por ejemplo, algunos gestos de austeridad, todo el tema del acompañamiento a los migrantes,el compromiso con la paz. Su experiencia latinoamericana en Perú es algo muy fuerte, porque él también ha estado en lugares de la América profunda. Entonces, su experiencia como religioso agustino, su servicio de autoridad a nivel universal por los cargos que ha tenido y los servicios que ha prestado, junto con su experiencia misionera, creo que es un gran aporte para estos tiempos, para la Iglesia. 

Padre, ¿Cómo podría ayudar la Iglesia, más allá de lo que ya ayuda, a las familias en estos tiempos de suma pobreza? ¿Existe alguna forma más? 

Sí, creo que la reflexión es muy importante. Si mal no recuerdo, don Hélder Câmara decía, si yo doy de comer a los pobres, soy la madre Teresa de Calcuta, si yo pregunto por qué existe la pobreza, me acusan de comunista. Entonces creo que la Iglesia tiene esa función, tiene que animarse a hacerse preguntas y reflexionar, ir al fondo de las cosas, no quedarnos en la superficialidad, ni en la apariencia, sino verdaderamente en lo que significa la palabra inteligencia. “Intelligere”, saber leer dentro. 

Es decir, ir más allá, reflexionar para que se piense y cómo modificar actitudes e incluso comportamientos o medidas que tienen que ser estructurales. Despertar la solidaridad también es otra tarea muy buena que la iglesia siempre tiene que tener en un país, en un mundo donde se está haciendo como un culto al individualismo. 

Hay dos tipos de pobreza: la pobreza como austeridad, propia de una visión cristiana o franciscana, y la pobreza como injusticia. ¿Cómo lidiar con estas dos realidades, especialmente en una provincia como Corrientes?

Por un lado, la austeridad es interesante y me cuestiona mucho cuando hay tanta pobreza y gente que no tiene lo mínimo. Quienes tenemos la posibilidad de tener pan en la mesa y no nos faltan cosas debemos ser austeros, no ostentosos, y aprender a compartir con quien no tiene. Es triste encontrarse con gente ostentosa. Por otro lado, hay que luchar para que haya justicia y equidad en torno a situaciones inaceptables. Como dice la canción del Congreso Eucarístico de Corrientes en 2004: “¿Cómo es posible morirse de hambre en la tierra bendita del pan?”. Basta salir del centro de Corrientes 20 minutos para ver campos con animales, vacas, y sin embargo hay chicos que no tienen leche, que no pueden comer carne o pan. Esto clama al cielo. En un país que puede dar de comer, que es granero y reserva de carne del mundo, no deberíamos vivir estas situaciones.

Usted habló también de la esperanza y en el Te Deum del 9 de julio, vinculó los valores patrios con ayudar al prójimo. ¿Cómo podrían los principios del Evangelio inspirar acciones políticas y sociales concretas que fortalezcan la democracia y la inclusión?

Es importante aprender a debatir, dialogar, escucharnos, buscar soluciones y superar intereses mezquinos para vivir el alto valor de la política, que es uno de los mayores niveles de la caridad, buscando el bien común. Nuestros próceres trabajaron y lucharon por eso. El 9 de julio, el 25 de mayo, nuestras fechas patrias, y figuras como el general San Martín, deben inspirarnos a construir la patria hoy con esos principios y valores. No deben quedar como un mero recordatorio o celebración, sino que su mensaje debe actualizarse y desafiarnos en el presente, viendo que hoy también podemos hacer algo frente a lo que estamos viviendo.


 

 

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