Cada vez que votamos creemos estar eligiendo. Pero en realidad, optamos.
Optamos entre opciones diseñadas por un sistema que no nos representa, entre candidatos que no elegimos, entre relatos que cambian según convenga.
El candidato ideal, ese que combina honestidad, preparación, sensibilidad y visión de futuro, no está en la boleta.
Y así, terminamos votando más en contra de que a favor de.
Cada ciclo político promete un nuevo comienzo y termina repitiendo los mismos vicios.
-El kirchnerismo convirtió al Estado en un instrumento de acumulación personal: la obra pública direccionada, los bolsos de José López, Hotesur, los negocios de Lázaro Báez, Ciccone, la manipulación de la justicia y los medios públicos, con presidente y vicepresidente presos.
-El macrismo, que llegó a limpiar la política, terminó atrapado en la trama de los aportantes truchos, los negocios de amigos y el endeudamiento irresponsable.
-El mileísmo, que irrumpió como una rebelión contra la casta, ya muestra opacidad en los fondos públicos, sospechas de coimas, nombramientos de familiares, vínculos con el narcotráfico, y un estilo de gestión de maltrato indiscriminado y autoritarismo.
Distintas banderas, mismo patrón: corrupción, impunidad y relato.
Nos conforman con que el país no explote, pero no exigimos que funcione.
Nos celebran pequeñas mejoras como si fueran epopeyas:
que la inflación bajó “un poco”, que el dólar se “estabilizó”, que el Estado “ahorra”.
Pero si miramos alrededor —Brasil, Chile, Uruguay, incluso Paraguay o Bolivia—, el contraste duele: menos inflación, más institucionalidad, justicia que funciona (al menos mejor) y políticos que rinden cuentas.
Nos acostumbramos a medirnos con nuestro propio fracaso, y no con el progreso del mundo.
El problema no son solo los nombres: son las reglas.
-No existe una ley de ficha limpia que impida a condenados ocupar cargos.
-No hay rendición de cuentas real de funcionarios ni legisladores.
-Muchos dirigentes permanecen décadas en el poder, amparados por sistemas electorales que garantizan su continuidad.
-Los partidos se convirtieron en estructuras cerradas, donde las candidaturas se deciden entre pocos, sin participación ni competencia.
Un sistema que no se defiende con ideas, sino con privilegios.
Por eso, en cada elección no elegimos, optamos.
Optamos entre relatos que cambian según el cargo que ocupen.
Optamos entre quienes hoy justifican lo que ayer condenaban.
Optamos entre proyectos personales disfrazados de proyectos de país.
Y mientras tanto, seguimos eligiendo entre lo malo y lo peor, como si no hubiera alternativa.
No queremos votar al menos corrupto, al menos eficiente o al menos decente.
Queremos volver a votar con esperanza, no con resignación.
Queremos una política que rinda cuentas, con reglas claras, con dirigentes que entren y salgan, y con un sistema que premie la honestidad, no la astucia.
Porque elegir es mucho más que optar.
Es recuperar la libertad de decidir, sin trampas ni tutores.
Y eso (por ahora), todavía no nos lo permite el sistema.
* Consultor político. Especialista en opinión pública.