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La historia del pueblo en el libro de la experiencia de doña Dolores

Por El Litoral

Lunes, 13 de septiembre de 2004 a las 21:00
BERON DE ASTRADA. Unas serpenteantes venas azuladas recorren las manos de doña Dolores Sotelo. Las mueve de un lado a otro cuando habla de su vida y del pueblo donde nació.
Sentada en el banco de madera, bajo el techo de pajas de su casa, ella cuenta que nació en 1920, una década después que el pueblo de sus padres y abuelos, cambiara su nombre de “San Antonio de Itatí” -que lo llevaba desde 1764-, por el actual: “Genaro Berón de Astrada”. Este es el lugar en el que sus antepasados transcurrieron sus días y es también donde Dolores, como una forma de guardar el tiempo, después de casarse siguió en el hogar que la vio crecer. Hoy, en su casa ya ve llegar también a unos de sus nietos con su esposa, que le brindaran compañía.
La abuela de 84 años todavía se cocina, lava sus ropas y hasta trabaja la tierra. Pero el paso del tiempo le trae una disminución de fuerzas y desgastes en su visión.
Esto último la lleva hoy a consultar al médico, aquella persona que vino a reemplazar a su antigua curandera de apellido Ramírez, aunque confiesa que no le costó nada acostumbrarse a este cambio. Considera que la presencia de un profesional de la medicina es uno de los más importantes que para ella tuvo su pueblo natal, “porque, antes, las personas se curaban con yuyos, no existía esto de los medicamentos”, comenta mientras sus manos dibujan en el aire la forma de una tableta.
Si bien reconoce la efectividad de la herbostería considera que es mejor aprovechar los beneficiosos que le brinda la medicina. Por eso, en la actualidad viaja constantemente a la ciudad para realizarse distintos tratamientos.
Esta circunstancia que se traduce en su ausencia por varios días de su hogar, deriva en la postergación de la tarea en su chacrita. Con una expresión de nostalgia la abuela señala: “Este año escasea la mandioca, porque yo no tengo”, dice mirando un sector del terreno donde vive.
Pero para cambiar estas palabras, su nieto ya esta preparando la tierra para que la mandioca, en un futuro, forme parte de aquel paisaje de chacra variada que ella cada día observa cuando clarea el día.
Esos primeros rayos del sol suelen encontrarla sentada en su banco de madera, compartiendo sus mates con la soledad que de vez en cuando parece preguntarle: “¿qué es lo que sueña tu silencio?”. Mientras, una de las respuestas parece esconderse en el deseo que ella tiene de aprender a leer y escribir, materia que quedo pendiente en su vida, debido a que en su infancia no existía una escuela en su pueblo que le brindara esa posibilidad.
“Lo bueno es que ahora hay varias, claro que también han pasado muchos años de la época que yo te hablo”, dice entre risas doña Dolores.
Al mismo tiempo remarca que “la única costumbre que no voy a cambiar es la de fumar mi pipa”. Es que ella es parte de su vida, así como lo son los senderos que la vida marco en su rostro y emblanqueció varios de sus cabellos.
Así, Dolores Sotelo vio cómo se fue transformando el paisaje con su rutina, incorporándose cosas con cada nueva generación, de las cuales algunas se van en búsqueda de nuevos horizontes, mientras que otros prefieren quedarse en su suelo natal abrazando la esperanza de un mañana mejor.
Dolores comparte esa esperanza y cree, siente, ama. Dolores siempre recuerda a su esposo diciéndole “cuando te vayas también estaremos juntos allá arriba”. Una ilusión que demuestra que los sentimientos puros se preservan en muchas personas, a pesar de las profundas crisis que la humanidad enfrenta.
(Informe de Cynthia Casco).

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