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¿Por qué decimos “corso” cuando llega el Carnaval, si su significado es distinto?

Por El Litoral

Sabado, 23 de enero de 2010 a las 21:00
Por cuatro días locos que vamos a vivir/ por cuatro días locos te tenés que divertir”, dice con letra y música Rodolfo Sciammarella (compositor y poeta; 1902-1973). El tema se asoció de inmediato con el carnaval y el ritmo canyengue se tararea cuando febrero emerge con sus luminarias anunciando el corso de la vida.
La letra se mantuvo, pero las fechas han cambiado al igual que las costumbres carnestolendas. Se movilizan de enero a febrero, según los intereses de producción, turísticos y meteorológicos; incluso, los “cuatro días” se dilatan y desdoblan, todo permitido cuando de agasajar al Rey Momo se trata.
Pero ¿es legítimo decir “Corso”, asociando la palabra a la fiesta del Carnaval? ¿Qué relación guarda con el antiguo pueblo corso o con el idioma de lengua romance?. Un primer pensamiento relaciona el término con la época de los corsarios y presume la utilización de los parches de piratas, introducidos al ámbito de los arlequines y sus antifaces para ocultar la identidad ante posibles desmanes. Se sabe de la “Patente de Corso”, un documento entregado por los monarcas de las naciones o los alcaldes de las ciudades (en su caso las corporaciones municipales) por el cual su propietario tenía permiso de la autoridad para atacar barcos y poblaciones de naciones enemigas.
Sin embargo y a modo de ilustración del mal empleo de la palabra “corso”, en el libro “Historia del Carnaval Salteño”, de Miguel Ángel y Fernando Cáseres (primer tomo, fascículo 4), se advierte que, lejos de ser una de las manifestaciones del carnaval, “el diario Nueva Época, correspondiente al jueves 8 de marzo de 1917, en su página dos, publica la siguiente nota que ponemos a su consideración:
Cuando dice usted “Corso” comete barbarismo.
“Un distinguido gramático de esta vecindad, nos visita para hacernos las siguientes interesantes observaciones, a propósito de un sustantivo que, en ocasión de las fiestas del Carnaval, anda siempre en todas las bocas y en las columnas de todos los diarios.
Cada vez que escucho (nos dice con vehemencia) el vocablo “corso”, siento la sensación que sienten muchos cuando se rasga una tela, se muerde la corteza de un durazno o se dobla una uña: se me eriza todo el cuerpo.
“Corso”, es un huésped exótico que se ha introducido arbitrariamente en nuestro lenguaje corriente, y que es necesario desterrar, en obsequio a la mayor pureza de nuestras expresiones.
No debemos decir “corso”, sino coso, que es la palabra legítima, mientras la otra está impresa en un año falso. Si aquella fuera más armoniosa, podría tolerarse, aunque no aplaudirse.
La Academia de la Lengua dice, a este respecto, en su diccionario editado en 1899:
Coso: (del lat. Cursus, espacio donde se corre) m. Plaza, sitio o lugar cercado, donde se corren y lindan toros y se ejecutan otras fiestas públicas. Calle principal en algunas poblaciones. El coso de Zaragoza. Ant. cursu, carrera, corriente.
“Corso” tiene un significado distinto, según se desprende de la siguiente anotación, tomada del mismo diccionario: Corso: (del lat. Cursus, carreras) m. Mar. Campaña que hacen por el mar buques mercantes con patente de su gobierno para perseguir a piratas o a las embarcaciones enemigas”.

Carnavale
La utilización del término “Carnaval”, se ajusta más a la fiesta de comparsas y murgas que desfilarán por las calles. Incluye el juego con agua que tradicionalmente viene acompañando a dichas manifestaciones. En Génova, por ejemplo ya en 1588 se utilizaban huevos rellenos con agua para arrojar desde las ventanas. Estos serían pues los antecedentes más elocuentes de las actuales “bombuchas”.
La palabra “carnaval”, fue acuñada en Europa a fines del siglo XV. Derivaba del término italiano “carnevale”, derivado a su vez de carne y “levare” quitar-, que aludían al comienzo de ayuno de carne de la cuaresma, 46 días a contar desde el miércoles de ceniza.
En este período el satirizar al amo, llámese rey, sacerdote o patrón burgués, poniéndose en su lugar era la ley. Todo el mundo patas para arriba. Hasta los soldados vistiendo ropas femeninas y hablando en falsete. Toda esta subversión del orden establecido, provocaba felicidad.
A comienzos de la Edad Media la Iglesia Católica propuso una etimología de carnaval: del latín vulgar carne-levare, que significa ’abandonar la carne’ (lo cual justamente era la prescripción obligatoria para todo el pueblo durante todos los viernes de la Cuaresma).
Algunas personas creen que la palabra carnaval hace referencia a una supuesta antigua tradición pagana en la que se ofrecía carne al dios Baal (carna-baal) en una fiesta de donde todo vale. En Latinoamérica, el Carnaval llega con la colonización. Es en esos ‘cuatro días locos de carnaval‘ ubicados en el almanaque cristiano cuarenta días antes de la Pascua, donde todos encontraron espacio para realizar sus propios festejos: los pueblos originarios agradecían a los dioses la posibilidad de la tierra fértil, los negros esclavos bailaban y cantaban manteniendo sus rituales, y los criollos y colonizadores se divertían con costumbres importadas de Europa.(M.M.)

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