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Salvador de Bahía: carnaval, arte, religión y playas

La que se erigiera como primera capital del Brasil colonial portugués es, hoy en día, una ciudad caliente en todos los sentidos. Salvador de Bahía no deja indiferente a nadie. Conocé sus mejores atractivos.  

Playas urbanas en las que, cada atardecer, se despide al sol entre aplausos de agradecimiento. Museos en los que se recuerda la dilatada historia de la ciudad y se rinde tributo al arte que atesora. Vibrantes mercados y, cómo no, el Pelourinho, corazón de una de las urbes más fascinantes no sólo de Brasil, sino de toda Sudamérica, y claro ejemplo de la fantástica fusión de la arquitectura colonial portuguesa con la cultura afrobrasileña.

Historia 

Situada en la parte norte de Brasil, Salvador de Bahía –fundada con el nombre luso de São Salvador da Bahia de Todos os Santos– es, con sus algo más de 4 millones de habitantes, la tercera ciudad más poblada del país y una de las más importantes para su economía. Fundada oficialmente en 1549, vivió, sin embargo, el comienzo de la colonización portuguesa desde unas décadas antes. Aquí se levantaría la primera catedral portuguesa en el Nuevo Mundo, así como la primera Universidad de Medicina. Desde su fundación, Salvador tuvo dos partes claramente diferenciadas: la zona alta y la baja. En la zona alta se hallaba la gran mayoría de los edificios administrativos, las iglesias y las casas donde habitaba la población, mientras que en la baja se asentaban el centro financiero, el puerto y el mercado. Hoy, casi 500 años más tarde, la disposición se sigue asemejando a aquella.

Con la expansión del imperio portugués, Salvador no tardó en convertirse en un gran centro de exportación de azúcar y otros bienes originarios del Nuevo Mundo. Pero en su importantísimo puerto no sólo se traficaría con mercancías materiales, sino que, además, llegaría a ser el punto de entrada de esclavos negros procedentes de Africa más importante del mundo. Este triste hecho es el que provocó que la población de Salvador, incluso en la actualidad, tenga una abrumadora mayoría negra.

La gente

De entre todos los tesoros que puedes encontrar en Salvador de Bahía hay uno que sobresale de manera ineludible: su gente. Sí, Salvador es una ciudad atractiva de por sí –con sus casas de fachadas de colores, sus centenares de iglesias, su carnaval y un entorno natural envidiable–. Sin embargo, es la gente la que le proporciona la guinda del pastel. Cuando caminás por las calles de Salvador te da la impresión de que la gente vive en un constante estado de celebración de la vida.

Las terrazas de la zona de Rio Vermelho aparecen repletas casi cualquier día del año. En las playas se beben cervezas a la vez que se juega al fútbol, se baila y se toma el sol. En casi cualquier calle, hay algún local en el que se escucha música. En los mercados, el bullicio habitual derivado de la compra y venta de artículos se ve aderezado por risas de distintos tonos y géneros. Y la noche trae consigo una oferta de bares y discotecas casi inacabable, bien aprovechada tanto por locales como por los turistas extranjeros.

Todo esto crea una atmósfera mágica que eleva la moral de cualquiera que visite Salvador de Bahía, pues, como no podía ser de otra manera en una tierra que ha nacido del más puro mestizaje, aquí se recibe con los brazos abiertos a los viajeros, vengan de donde vengan.

El Pelourinho

No hay zona más emblemática en Salvador de Bahía que el barrio de Pelourinho, el cual contempla la Bahía de Todos los Santos desde su posición privilegiada en la parte alta. El significado literal de este vocablo portugués hace referencia al poste, existente en algunos barrios coloniales portugueses, al que se ataba a gente condenada –en muchas ocasiones, esclavos africano – para darles un escarnio público que solía incluir latigazos. Durante algunas décadas del siglo pasado, el Pelourinho estuvo habitado por familias de escasos recursos y la inseguridad se convirtió en un problema preocupante, pero en 1994 los dirigentes políticos de Salvador lo restauraron casi por completo. Ahora, pequeños hoteles boutique se mezclan con hostales para mochileros, restaurantes, iglesias, casas coloniales de fachadas policromadas, escuelas de danza, talleres de diferentes disciplinas artísticas y bares.

Desde la parte baja de Salvador, puedes acceder al Pelourinho tomando el mítico elevador Lacerda. Inaugurado en 1873, en su parte alta proporciona una maravillosa vista de la bahía. Desde el momento que pises las calles adoquinadas del Pelourinho, te enamorarás de este lugar, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Iglesias y catedrales 

Y como contrapunto a toda esta alegría, desparrame y libertinaje, Salvador de Bahía posee una concentración de edificios religiosos que no iguala ningún otro lugar, salvo la Ciudad del Vaticano. De hecho, se la llegó a conocer con el apelativo de “La Roma Negra”. Más de 350 iglesias que hacen que los soteropolitanos – como se les llama a los habitantes de Salvador, por la traducción del nombre de la ciudad al griego – puedan elegir un templo diferente cada día del año. Entre ellas sobresalen tres: la Catedral Basílica de San Salvador –joya barroca del siglo XVI–, el Convento de San Francisco y la Iglesia de Nuestro Señor de Bonfim.

Para los bahianos, la iglesia de Bonfim, situada en lo alto de la Sagrada Colina, es el símbolo más sagrado de la fe católica. En las afueras del templo encontrarás muchos vendedores que te ofrecen las famosas fitinhas de Bonfim, unas pequeñas cintas de colores que son tratadas como amuletos religiosos y aparecen atadas a las verjas metálicas que rodean la iglesia.

Playa de Porto da Barra

Con algo más de 50 km de costa, Salvador ofrece un buen número de playas urbanas abiertas a las aguas del Atlántico. Sin embargo, hay una playa urbana que destaca sobre las demás. La playa de Porto da Barra, acotada por los fuertes de San Diego y Santa María, no se asemeja a la de una clásica postal caribeña, con sus palmeras, su arena blanca y sus aguas turquesas.  Porto da Barra es un arenal dorado que apenas alcanza los 600 metros de longitud. A pesar de no ser muy grande, suele estar abarrotada de gente de todas las edades en busca de pasar un buen rato. Frente a sus aguas calmadas los vendedores de cocos, cervezas y refrescos abordan a gente que juega al fútbol, baila, ríe, bebe y se besa. 

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