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Bailemos

Por El Litoral

Domingo, 14 de marzo de 2021 a las 01:02

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

“Bailemos / como antes cariñito / abrazados, bien juntitos, / sólo un alma entre los dos…”/ Un Tango que hizo historia, melancólico y romántico, que pertenece a una yunta exitosa de grandes éxitos: Pascual Mamone y Reynaldo Yiso. Es la escenificación de la trama de la danza, reviviendo lo personal, tomando de la cintura a la dama y con la otra entrelazando las manos, integrados como en un beso. El tango es toda una ceremonia, forjada en el confín originario del “rioba” que lo vio nacer. Muchos buscando su nacimiento y hurgar de cuántos “padres” procede esa criatura, lo sitúan en abrevaderos posibles de una confluencia que ganó la fuerza del mar y la pasividad del lago más puro y transparente. Ritmos todos que el naciente país del sur cobijó grandes marejadas de inmigraciones, cada cual con lo suyo pero que aquí creó alas para lanzarse en vuelo triunfal, aluden diversas vertientes: tango andaluz, habanera cubana, candombe, milonga, mazurka, polka europea. Lo que sí se repite por debajo de casi todas las civilizaciones, hay un predominio alguna vez emparentada con el ritmo afro dueño de la fortaleza acentuada, que luego fue tomando la naturaleza geográfica del lugar, donde eligió vivir para siempre. Lo bueno que el tango y su perseverancia popular, natural y propia en el año 2009, luego de recorrer una rica y abultada vida apegada a la cultura argentina, por decisión de la Unesco fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Muchas son las definiciones que consuma el tango, como cuando Enrique Santos Discépolo lo dibujó certeramente: “El tango es un pensamiento triste que se baila.” Lo que me causó más asombro es lo expresado por el periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte: “El tango es la única forma de hacer el amor vestido”, porque en sus filigranas danzante, en su pasión de fogosidad por vivir la historia que en ese momento la música nos cuenta, nos marca y define, no podemos ignorar la gran sensualidad y respeto por la obra que consume apenas unos minutos, como el amor en su entrega total.
Hay miles de interpretaciones donde todos se juegan una teoría desde su óptica que es rica y desveladora; Lito Bayardo el autor de “Adiós Pampa Mía”, dice al respecto: “Son todos mis tangos, hijos de mis noches. Yo soy un pregonero de la bohemia. Sé de los días inciertos, de las noches sin pan. Sé lo que es andar solo, en una gran ciudad donde la gente indiferente. Sé de la alegría filosófica de una tarde tomando mates en una casa de reos, con ilusiones de estrellas bajo las noches azules y sé de la tristeza del whisky en un cotorro decorado a todo tren del barrio norte. Sé del amor, de su alegría y de su nostalgia. Vale decir: del reo y del bacán, del rico y del pobre.” Anécdotas de climas diferentes, interiores en claroscuros, soles radiantes que como el tango vislumbra todos los tiempos, porque en definitiva son el hombre y la mujer los protagonistas de una historia inconclusa porque la vida sigue. Así lo relata y resume la investigadora Noemí Ulla en su libro “Tango, rebelión y nostalgia.”
Por mi experiencia radial he comprobado coincidiendo con especialistas en la materia, que el tango danzante tiene su preferencia en grandes orquestas que descollaron en los 40, específicamente por la marcación, la cadencia que cada uno le imprime a su repertorio. No es la excepción, tal vez se trata del máximo referente del género, Juan D’Arienzo, que a partir de la inclusión de Rodolfo Biaggi “Manos Brujas” como pianista, le permitió la aceptación unánime del público en general por la forma natural de marcación que lo caracterizaba a este intérprete del piano, y que en definitivo selló el estilo del “Rey del compás.” Troilo en la mitad justa entre nostalgia y ritmo. Pugliese, ralentado, bien polenta, pero marcadamente pueblo. Di Sarli, con un romanticismo en que las cuerdas se lucen con mayor presencia.
Fue tal el boom que la radio  y el teatro habían promovido en el auge del tango, tanto en actuaciones como en la producción de obras, que el cine argentino siguiendo el éxito obtenido por la industria de Hollywood al producir su primera película sonora “The Jazz Singer”, se decide a elaborar la propia hasta entonces muda. Un 27 de abril de 1933, en la Sala Real de Cine de Buenos Aires, se estrena la primera película argentina sonora: “Tango”. Un elenco estelar integraba este lanzamiento del séptimo arte nacional: las voces de Libertad Lamarque, Alberto Gómez, Tita Merello, Azucena Maizani, y Mercedes Simone; acompañándolos las orquestas de Edgardo Donato, Juan de Dios Filiberto, Osvaldo Fresedo, Pedro Maffia, Ernesto Ponzio, Luis Visca y Juan Carlos Bazán; los actores Pepe Arias, Luis Sandrini, Juan Sarcione y Meneca Tailhade. Correspondiéndole la Dirección a Luis Moglia Barth, en una producción y distribución de Argentina Sono Film. Una vez más con un medio tan masivo y con la suma del sonido que hacía posible escuchar a sus ídolos, el cine sonoro relanza el tango con toda su atracción.
Hoy, percuten sus letras de gran sensibilidad y una fina literatura que nos representa, porque el tango somos todos con la misma apertura, con los mismos límites, con la grandeza y el convivir ciudadano. Pero el tango es como el blues, refleja al ser humano en toda su dimensión por eso las letras calan hondo. La orquesta prosigue su melodía y las letras penetran el alma: “Bailemos / que no vea en tus pupilas / una lágrima furtiva, / ni una sombra, ni un dolor…” / O, Enrique Cadícamo cuando en “Los mareados” nos dice con una visión arrasadora “Hoy vas a entrar en mi pasado, / en el pasado de mi vida…/ Tres cosas lleva mi alma herida: / amor…pesar…dolor… / Hoy vas a entrar en mi pasado / y nuevas senda tomaremos…/ Qué grande ha sido nuestro amor.!.../ Y sin embargo, ¡ay!, / mirá lo que quedó…” / Por supuesto, el tango queda incólume, con una trayectoria que abarca todo el paisaje ya no más exclusivamente de la gran ciudad, porque somos nosotros quienes lo llevamos en el corazón, en el alma, en la memoria, porque somos como lo dijo Atahualpa Yupanqui: “El hombre es tierra que camina”.

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