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Mi calle era una fiesta

Domingo, 02 de mayo de 2021 a las 01:11

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Se parangona con la poesía de Serrat: “Vamos subiendo la cuesta / que arriba mi calle / Se vistió de fiesta”/ Para un niño cada cosa es una fiesta, porque el descubrimiento de ellas es una revelación que la vida va grabando, en aprendizaje constante. Mi calle como otras tantas de otros niños de mi época, ha sido el centro de todos los juegos: la chanta, el rango y mida, un fulbito rapidito, las figuritas haciendo puntería a la parecita, pero también todo lo otro, lo malo que con lo bueno hicieron, una bolsa de experiencias. La mía tenía una exclusiva primicia, unas barreras amarillas con rayas negras alertando que por allí mientras estaban bajas, pasaba el tren. Era calle Alberdi a media cuadra de avenida 3 de Abril, con un agente en su garita dirigiendo el tráfico, atendiendo el orden que por su sola banda central discurría un ir y venir de vehículos, gente y carros. Pero, mi calle era bella aunque el empedrado pareciera Palermo de Buenos Aires, no, era correntina de pura cepa, conteniéndonos también a los niños, a nosotros, que casi siempre rompíamos los límites de las apiñadas veredas, detrás de una pelota perdida entre patadas y pésimas atajadas de los arqueros de turno.
Un día, por 1948, quedamos alucinados por lo que sucedía en las vías que cruzaban Alberdi, un tren llegando a pito batiente y sin parar, anunciaba a los cuatro vientos que los Ferrocarriles pasaban a ser argentinos. En el frente de la potente máquina, lucía como muestra el Escudo Nacional y dos banderas cruzadas como si fuera una escarapela gigante. Después de los franceses e ingleses, pasaban a ser bajo la denominación de Ferrocarriles Argentinos, a partir justamente de 1948 a 1990, hasta que a Menem se le ocurrió la mágica frase que tiró abajo pueblos enteros, cortó la circulación: “Ramal que para, ramal que cierra”. Hasta entonces funcionaron ferrocarriles que unieron el país por convenientes y baratos, y por la fortaleza de tener capacidad para máximo peso: el Urquiza, Mitre, Belgrano, Roca, San Martín, Sarmiento. Entre 1991 a 1993, fueron segmentados y concesionados a empresas privadas. Ante el abandono que el detenimiento produjo, se afanaron rieles y durmientes, dejando solamente vestigios que por allí alguna vez pasó la civilización. Corrientes fue una perjudicada directa por cesar el Urquiza, los acostumbrados convoyes de cargas y pasajeros que cruzaban por mi calle, y se detenían aguardando las llegadas, o poniéndose en movimiento en cada partida. Acontecimiento que reunía a personas de todas las índoles, que iban recibir a los recién llegados, o a despedir, abigarrados en la magnífica estación que se levantaba frente a las instalaciones del Regimiento 9 de Infantería.
Pero los trenes no solamente eran vivados por los chicos de mi calle que saludaban, no importan si iban o venían, todo el mundo reconocía la capacidad de carga por consumir distancias y pesos de gran porte. Hasta el tango tuvo que ver con el tren, haciéndose patente la enemistad que ello provocó la gran amistad de Astor Piazzolla con el cantor Jorge Sobral, claro solo fue por un tiempo mientras se mantuvo la calentura del primero. Sucede que Astor iba a participar con un tema en el Festival Buenos Aires de la Canción a emitirse desde el Luna Park, al estilo de San Remo, donde lo importante eran los temas inéditos que lograran descollar, por ello lo invitó a Sobral a cantar su tema. Este, le respondió que ya estaba comprometido con otros autores con idéntico interés; Sobral fue el blanco perfecto para que Piazzolla desparrame los más elocuentes improperios. Para colmos de males, gana el tango interpretado por Jorge Sobral: “Hasta el último tren”, de Julio Camiloni y Julio Ahumada, ocupando el segundo lugar el tema de Astor cantado por Amelita Baltar: “Balada para un loco”. Pero el tren no solo era privativo nuestro sino en todos los países adquirían el valor material de su desempeño, para viajes o cargas. También el cine se hizo eco de su grandeza como transporte noble, por ejemplo la película italiana “El ferroviario”, producida en el año 1956, por Pietro Germi, en su carácter de guionista, productor, director y actor. Los argentinos que conocían sus méritos, también hicieron la suya, dirigida  por Lucas Demare, “Sangre y acero”. El elenco estaba compuesto por los actores, Carlos Cores, Virginia Luque, Tomás Blanco y Rolando Chávez. El libro pertenecía a Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari, la música a un intérprete consagrado, hermano de Lucas Demare, el pianista Lucio Demare. La productora un importante estudio de entonces, “Artistas Argentinos Asociados”, producida en el año 1956.
Como vemos no solo la curiosidad de niños en “una calle de fiesta” bastó para cimentar la popularidad de un medio cercenado por los grandes políticos que siempre nos damos el gusto de tener. Si bien al final de los años comenzaron por toda lógica los barquinazos mecánicos y costo de su mantenimiento, pero antes que levantarlos correspondía repararlos, resguardarlos, o reponerlos pero no quitar de cuajo produciendo el derrumbe de un sistema de transporte aún vigente, pero con la bronca lógica de matar a pueblos cuyas estaciones que eran una fiesta, y necesidad económica específicamente en Corrientes. Tal es su justa fama, que el tren fue cantado como una veneración latente hacia sus nobles servicios. En Bogotá, más precisamente en Colombia, hubo una canción tradicional que cantaba mi madre, evocaba en dulce ritmo latinoamericano: “Santa Marta, tiene tren. / Santa Marta, tiene tren pero no tiene tranvía / Si no fuera por las olas, caramba/ Santa Marta moriría, caramba/ ”. Grupos como los Wawancó revivieron esta danza y su letra, también lo hizo Eugenio Nóbile y su Orquesta Panamericana. Pero el tango se cobijó detrás de él para sintetizar la pasión de la vida: “Como los andenes de la espera / La poesía de los rieles / que la luna replatea. / Como los andenes suburbanos / Las estaciones patinadas por el tiempo y los olvidos”, cantaba Jorge Sobral en “Hasta el último tren”. Ni qué hablar del espectáculo monumental del poderoso Hidroavión de Aerolíneas Argentinas aterrizando o levantando vuelo en la pista azulada del río Paraná. Eran otros tiempos, donde colectivos, aviones y trenes cumplían con sus roles de servir al pasajero uniendo las provincias con el país. No hablo de colores sino de voluntades que por encima de la patota, banderías o fanatismos, ni demagogias, ni líderes, sino simplemente ciudadanos que hacían lo que debían. Mientras mi calle era una fiesta, el tren que surcaba buena parte de la ciudad de Corrientes, seguía pitando envuelto en humo. Era un ir y venir de sueños, progreso y medio esencial; una pintura de la realidad de un país que al cabo del tiempo sigue intentándolo en forma dislocada y alocada, sin orden, seguridad ni respeto. Un intento de país sin demasiadas intenciones aunque hayamos caído tantas veces. ”Lloro de pensar que otro verano / el andén abandonado/le verá esperando en vano/…”. Sin duda mi calle era una fiesta, como dice Serrat. Ajenos a todo lo que vendría después, con lo poco disfrutando a lo grande: el abrazo cariñoso, jugando entre chicos la pasión de la hermandad.

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